Humilde, analfabeta, solitario, depresivo, ingenuo, intratable; espiritual, fiel creyente, intuitivo, autodidacta… Genial. Así era Bárbaro Rivas, el pintor petareño reconocido por expertos como el primero y principal maestro del ingenuismo venezolano.
Nacido en el barrio Caruto de Petare, un 4 de diciembre de 1893, Bárbaro Rivas vivió 84 años en la misma localidad mirandina preso de altibajos emocionales, que se expresaron en su obra entre resplandores y cenizas.
Pero ni la casi indigencia en la que llegó a vivir, ni la explotación de la que fue víctima, ni el alcoholismo, quebrantaron su devoción religiosa, su gran sensibilidad, su amor por el ser humano, su enorme y prolífico talento.
Hijo ilegítimo de un músico y una devota
Bárbaro Rivas fue un hijo ilegítimo que, no obstante, tuvo contacto con su padre, un músico llamado Prudencio García, quien llegó a dirigir la banda Sucre del recién creado Departamento Sucre del Distrito Federal, a cuyos conciertos lo llevaba de pequeño.
Se afirma que el cuadro La Retreta en Plaza Sucre, de1964, fue un homenaje del maestro Rivas a su padre en el que rememora las gratas vivencias de su juventud, cuando disfrutaba las piezas musicales interpretadas por la banda durante las fiestas populares de Petare.
Su madre, doña Carmela Rivas, con quien vivió su infancia y juventud, era una devota que le instruyó sobre la vida del pastor Galileo, la grandeza y omnipresencia de Dios, así como los peligros y seducciones del Maligno. Con su muerte comenzó la depresión que nunca más lo abandonaría. La fe católica se la afianzó misia Daniela, su madrastra, reconocida catequista de generaciones de petareños.
El iluminado de Petare
A Bárbaro Rivas lo llamaban el iluminado de Petare, pues aseguraba que pintaba lo que Dios le mostraba en sueños. “Por la noche tengo una revelación y en cuanto me despierto, la pinto. A veces pinto un cuadro en un día. Otras estoy varios días y no lo termino (porque), la revelación no me llega entera”, decía.
Pintó innumerables cuadros que representan relatos bíblicos tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, que conocía porque le leían la Biblia. “Tengo que conformarme con lo que veo y pintarlo”, decía cuando no encontraba quien le leyera las Sagradas Escrituras.
También se inspiraba en postales y estampas devocionales, modelos que adaptaba según la inspiración divina que así explicaba: “…el Señor es otra cosa, es él quien me inspira. Todo viene de dentro y siento que una luz se prende allá ¡y entonces sí que pinto!”. Algunos expertos han llamado el apostolado a esta faceta de su obra en la que abundan episodios de la vida de Jesús, la Virgen y algunos santos.
Nunca dejó de pintar a su terruño
Con una serie de paisajes, festividades, tradiciones populares y acontecimientos de la vida, Bárbaro Rivas eternizó al Petare de las primeras décadas del siglo XX, su Petare natal al que nunca dejó de pintar. A estos cuadros, donde el artista recrea vivencias de su niñez y juventud, se les ubica en el núcleo temático denominado el entorno.
Entre ellos destacan La Placita de Petare en 1910 y Entrada de Petare (antiguo), pintados en 1953. Ambos fueron exhibidos en el XV Salón Oficial Anual de Arte Venezolano celebrado en 1954, donde dos años más tarde, en la edición XVII, ganó el premio de Paisaje Arístides Rojas con su obra El barrio Caruto en 1925.
Vale resaltar que los cuadros pintados por Rivas hasta finales de la década de los cincuenta, poseen un vivo colorido y alegres tonos luminosos. El maestro era un consumado colorista que armonizaba los colores por pura intuición. Solía privilegiar en su paleta gamas del negro, grises azulencos y plomizos, blancos quebrados, amarillos cremosos, azules turquesas y lilas, verdes grisáceos, beiges, sienas anaranjados y tierras profundos.
Autorretratos e invenciones
Quienes han clasificado la obra de Bárbaro Rivas para explicarla mejor, también refieren como núcleos temáticos a la introspección y la fantasía. La primera representada por los autorretratos. La segunda expresada en invenciones fabuladas.
En la introspección, el maestro desarrolla una recurrencia por la representación de su propio yo y la de su diario existir. Esto se traduce en autorretratos y escenas en las que aparece como protagonista de recuerdos de la infancia o anécdotas de la adultez. Resaltan El encuentro (1955) considerado el primer autorretrato, allí expresa cómo conoció a Escalona, un niño al que rescató; y el autorretrato de 1964, donde refleja su deterioro tanto físico como mental.
En la obra de Rivas también se observan invenciones fabuladas y extrañas elucubraciones fantásticas de interpretación complicada, escenarios en los que el artista muestra una magnífica fuerza expresiva y un recio carácter emotivo. Destacable es la pieza El Libertador entrando a Lima (1964), donde la acción sucede en un espacio abstracto, mientras los personajes orbitan en torno a un agigantado Simón Bolívar recibiendo el homenaje limeño.
“Un cuadrito que yo pinté”
De la mano de una escena religiosa fue descubierto el talento de Bárbaro Rivas. Caminaba a comprar en la bodega La Minita con una bolsa de papel grueso pintada con dos o tres personajes bíblicos de barbas y túnicas, en tonos grises, ultramares y bermellones apagados. “Un cuadrito que yo pinté”, respondió cuando su paisano, el crítico de arte Francisco Da Antonio, le preguntó por lo que llevaba en las manos.
Era octubre de 1949 y ya Rivas llevaba 30 años pintando escenas religiosas, hechos y paisajes de Petare. Pero de la veintena de cuadros que Da Antonio inventarió en su casa, solo nueve obras pudieron rescatarse, pues nada podía salvar al resto, dadas las pésimas condiciones en las que se encontraban.
Una aguda crisis alcohólica postró a Bárbaro Rivas en 1950, por lo que dejó de pintar. Expertos lo califican como el fin del período textural del artista, del cual exaltan la pieza Domingo de Ramos, de 1940. Tres años pasaron para retomar su actividad artística.
Presentación oficial en 1956
Pese a que el ingenuismo fue presentado oficialmente en febrero de 1956, su obra ya figuraba en exposiciones colectivas, primero en Maracay y luego en Caracas, donde participó en el Salón Planchart y los Salones Oficiales de 1953 y 1954, inscrito por Francisco Da Antonio, su descubridor. En octubre de 1956, el Museo de Bellas Artes organizó la primera retrospectiva de su obra, un honor otorgado por primera vez a un artista popular.
Cuatro años más tarde, volvió a ganar el premio Arístides Rojas (el primero, ya reseñado, fue en el 56) en el XXI Salón Oficial Anual de Arte Venezolano por la obra El Ferrocarril de La Guaira. Solo transcurrieron tres años para un nuevo galardón: el Premio Federico Brant en el XXIV Salón Oficial gracias a El Arresto de Escalona.
El genial ingenuo de Petare también fue reconocido internacionalmente: obtuvo Mención Honorífica de la IV Bienal de Sao Paulo (1957) por El barrio Caruto en 1910. Participó en la exposición “Pintores ingenuos de Latinoamerica”, organizada por la Universidad Duke de Durham (EE.UU.), en 1962. Cuatro años después su obra recorrió varias ciudades estadounidenses con la exhibición “Evaluación de la Pintura Latinoamericana. Años 60”, la cual giró por varias ciudades hasta llegar al Museo Guggenhein de Nueva York.
La oscuridad y la inmortalidad
Tras haber pasado los últimos cuatro años de su vida y de su obra envuelto en la oscuridad, Bárbaro Rivas se volvió inmortal en el año 1967. A consecuencia de la pérdida progresiva de su lucidez y su pulso, los cuadros se tornaron más dramáticos y atormentados con predominio del color gris.
Enfermo de artritis y una progresiva arterioesclerosis, se hundió en profundas crisis depresivas agravadas por el alcoholismo, desatado en ese tiempo por un inescrupuloso personaje al que llamaba “el alemán”, quien logró quedarse con gran parte de su obra sin pagarle y alejándolo de sus ya pocos amigos.
«Yo he ganado muchos premios. Esa son las noticias que tengo. Dinero no he recibido mucho. Muchas veces no me han dado ni un cigarro. Y aquí estoy, brincando la candela y medio muriendo de hambre. Pero la fe es la que lo salva a uno. Un real, cuando menos se espera, se vuelve un bolívar. Por eso, para mí importan los seres humanos y no el dinero. El dinero se consigue, pero los seres queridos, no. A mí, por ejemplo ¿Quién me devuelve a mi madre?, fue la desgarradora pero hermosa declaración del genial pintor petareño en una entrevista publicada por un diario capitalino.
Hoy, contrario a lo que fue su atormentada existencia, el Museo de Arte Popular de Petare Bárbaro Rivas es considerado un oasis que permite alimentar el intelecto y el alma, de visitantes y artistas que frecuentan sus instalaciones.
«Bárbaro Rivas, Incandescencias y rescoldos». Sala de Arte de Sidor. Ciudad Guayana, 1992.
Con información de IAM Venezuela, Artesanos de Venezuela y Fundación CIEV
Fotos cortesía de Fundación Arquitectura y Ciudad y Blog Banesco
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