Sería impensable, o en todo caso, sería una locura agujerear deliberadamente la quilla del barco en plena navegación, máxime si se sortean cíclicas tormentas de tragedias auto infringidas. Pero por absurdo que parezca, persiste y se intensifica el daño a nuestra roca madre a cambio de mayor riqueza para unos pocos y a la par del ensanchamiento de la depauperación para las mayorías. Resultan demenciales, perturbadoras, lunáticas, las miradas cortas de quienes lejos de modificar su dañina locomoción, insisten en el naufragio civilizatorio.
La tierra, provista de vida por doquier, se comporta como un gigantesco organismo planetario integrado por toda existencia conocida. Pero al amparo de la acción devastadora humana, existen claros indicios de que ha iniciado un aciago ciclo de reacomodos biosféricos y climáticos, tránsito de lo biótico a lo abiótico signado por pandemias y desajustes telúricos; una era de reacomodos entrópicos que nuestro lacerado planeta realiza en pos de la subsistencia a la saga de sus protocolos metabólicos.
Pero lejos de inmutarse, la codicia mueve sus fichas. El agotamiento de los recursos en casa apresura los planes de conquista ultra terrestre. Ahora mismo, el foco de interés de las grandes potencias y las plutocracias que dominan el mundo tras bastidores, se orienta a la explotación minera de la luna.
Con el propósito de ampliar exponencialmente la tasa de ganancia de las élites terrícolas, la carrera por tomar control de entorno lunar se había iniciado tímidamente hace algunos años, y ahora se revitaliza. Paradójicamente, en medio de la presente coyuntura de incertidumbre, la prioridad no se centra en remediar la desolación económica-social que se dispone en el mundo post Covid 19, ni atender eficientemente la creciente crisis climática, sino en retroalimentar lo que bien podría catalogarse como una nueva era, la del capitalismo lunático.
China, Rusia y Estados Unidos junto a sus socios occidentales, cada cual, a modo particular, se acomodan en el carril donde se desencadena una competición desconocida para la mayoría, tendente a asegurar el mayor control posible de los recursos lunares.
Sin reparar en las formas, renuncian a los escasos y por demás laxos acuerdos internacionales y regulaciones existentes respecto del uso del espacio atmosférico, la estratósfera y los mundos extraterrestres, incluida la ocupación de planetas y lunas.
La nueva casta de magnates lunares
La conquista de las riquezas lunares como el Helio 3, el platino, o las tierras raras como el europio, entre otras, suscita el entusiasmo de las clases dominantes, y no son los Estados potencia sino la codicia privada de gigantescas corporaciones, quienes apresuran la marcha depredadora.
Es así como la OTAN y su doctrina militar ha dado especial impulso a una carrera armamentista en el espacio ultraterrestre. Bajo la tutela de iniciativas privadas, el trasfondo velado es el control de las riquezas minerales y potenciales energéticos de los mundos rocosos vecinos.
Ante nuestros ojos se renueva la absurda concepción del enfoque agresivo entre naciones y la subsecuente búsqueda de superioridad militar; concepto que navega a contracorriente de la prioridad de la civilización homínida, esto es, el uso y la exploración del espacio exclusivamente con fines pacíficos y en búsqueda de beneficios para el proyecto humano. En todo caso, las riquezas lunares no pueden ser del domino particular, de empresas privadas, ni de la insurgencia de una nueva casta de magnates lunares.
Nuestra madre tierra dispone de patrimonios naturales suficientes para soportar la vida de todas las especies de su biosfera. No es por falta de recursos, sino por la errada disposición y distribución de estos, que no se satisfacen las necesidades de la población mundial.
Como prioridad civilizatoria, las ingentes cantidades que se invierten en proyectos espaciales para fines extractivos pudieran destinarse a la recuperación verde del planeta, a vitalizar la sanidad pública, o detener y remediar la expansión del hambre. Sin embargo, el menosprecio por las capacidades de resiliencia de la especie sapiens y de los demás protagonistas orgánicos con quienes se comparte vecindario, cobra signos ofensivos.
La Luna, propiedad colectiva humana
La única razón del desplazamiento humano hacia mundos extraterrestres, mal pudiera basarse en la obtención de nuevos recursos para el incremento de la tasa de ganancia de las élites y la reproducción de los errores de empobrecimiento de los ecosistemas donde se habita. Tampoco repetir los errores históricos en términos de una disposición socioeconómica basada en la desigualdad y un esquema de sometimiento político-cultural por parte de las plutocracias imperiales.
La ocupación y el aprovechamiento de los haberes lunares han de asumirse como propiedad colectiva de toda la humanidad, ello demanda adoptar postulados al seno de todas las naciones y de fijar los estatus que mínimamente convaliden objetivos irrenunciables:
a) La financiación de la exploración y explotación espacial debe centralizarse en un órgano supranacional que vele por los intereses de la humanidad, por encima de los Estados y corporaciones. En ese sentido, ha de ser creada una Agencia Planetaria Única que sume todos los esfuerzos, recursos y experiencias en un proyecto que asegure la colonización ultraterrestre bajo el concurso del proyecto humano trascendente.
b) Ha de evitarse la prevalencia de los intereses corporativos en la minería espacial, esto es reproducir en el resto del universo el reparto oprobioso que se produce en la tierra.
c) Todo cuanto haya que decidirse en torno a las acciones de colonización del cosmos debe ser del dominio público, sin secretismos.
La fragmentación de la realidad contemporánea obliga a la construcción de alternativas respecto de los desafíos derivados de la ciencia y la tecnología, obliga a la movilización social que brinde respuestas a los límites de la colmena planetaria y el sobrepoblamiento humano, a la despolitización de las mayorías, a la Big Data y al capitalismo digital, del Antropoceno y la ecología, a los procesos sociales de la migración, a los límites de la bioética del transhumanismo, a la irrupción de minorías emergentes, a la masificación de la violencia con potencial atómico, y más recientemente, al capitalismo lunático.
Así como en el espacio, la luz es doblada por los enormes campos gravitacionales, o en la tierra la luz es doblada por una lente, la integridad de la especie precisa distinguir entre espejismo y realidad, entre crecimiento liberador o evolución darwiniana, y ha de tomar postura ante dilemas, por ejemplo, sostenibilidad del estatus quo versus sostenibilidad regenerativa del metabolismo ecológico.
Pareciera que se estuviese aguardando a que sobrevenga una crisis épica para reaccionar. ¿Cuál es el límite que se está dispuesto a tolerar antes de cambiar la tendencia que conduce a la tierra a convertirse en un planeta humano fallido? Por lo general después de las catástrofes se toma conciencia y se actúa, ojalá no sea tarde cuando el aciago episodio que se está permitiendo se configure y ciertamente ocurra, cual audiencia que observa consumir la mecha de la bomba que terminará explotando sobre el rostro de la estabilidad de la vida. ¿Dónde está la estirpe humana que aún no termina de expresarse y logra virar el rumbo antes de que ocurra el desastre?
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YA LLEGO LA CIENCIA FICCIÓN A NUESTRA REALIDAD.