El calor extremo en los océanos es la nueva normalidad y hoy, más de la mitad de la superficie marina, ha superado el “punto de no retorno” desde 2014. Cambios dramáticos que se aceleran con la crisis climática y aumentan el riesgo de colapso de sus ecosistemas cruciales para la vida en el planeta.
A esta conclusión llegó un equipo científico, luego de analizar el registro de temperaturas de la superficie oceánica global en los últimos 150 años, establecer un punto de referencia histórico fijo para los extremos de calor marino y determinar con qué frecuencia y en qué parte del océano era superado ese punto.
El 2014 fue el primer año en que más de la mitad del océano experimentó temperaturas extremas. Esta tendencia continuó y en 2019, el 57 % de la superficie oceánica superó el umbral de calor extremo, mientras que a finales del siglo XIX, las altas temperaturas eran extraordinarias y afectaban solo el 2 % de los mares.
Los hallazgos, advierten los investigadores, es una evidencia que ratifica una vez más, la necesidad urgente de reducir drásticamente las emisiones de “la quema de combustibles fósiles, el motor del cambio climático”.
El punto de no retorno
Mediante el estudio de los registros históricos el equipo científico estableció primero las temperaturas promedio de la superficie del océano durante el período 1870 – 1919.
Posteriormente, identificaron el mayor calentamiento oceánico ocurrido durante ese lapso, el 2% superior de los aumentos de temperatura, y lo definieron como «calor extremo». Con esos valores, analizaron las temperaturas extremas a lo largo del tiempo para precisar si ocurrían con regularidad y cuál era su frecuencia.
A partir de lo hallado, definieron el punto de no retorno como el año en que más del 50% de las superficies, superó y se mantuvo por encima del umbral de 1870-1919. Si bien ocurrió por primera vez en el Atlántico Sur en 1998 y en el océano Índico en 2007, fue en 2014 cuando se produjo, por primera vez, para toda la superficie global.
Para el año 2019, el índice informa que el 57 % de la superficie oceánica mundial registró calor extremo, lo cual fue comparativamente raro, durante el período de la segunda revolución industrial, período donde solo el 2% de las superficies de los mares fue afectada por altas temperaturas.
Aumenta riesgo de colapso de ecosistemas
“Hoy, la mayor parte de la superficie del océano se ha calentado a temperaturas que hace solo un siglo ocurrieron como eventos de calentamiento extremo raros que ocurren una vez cada 50 años”, dijo Kyle Van Houtan, uno de los autores del estudio realizado por especialistas del Acuario de la Bahía de Monterey y de la Nicholas School of the Environment de la Universidad de Duke.
Alerta el estudio, publicado en la revista científica PLOS Climate, sobre los efectos del calor extremo y, particularmente, de su incidencia en el aumento del riesgo de colapso de los ecosistemas marinos fundamentales como los arrecifes de coral, las praderas de pastos marinos y los bosques de algas marinas.
Cuando se altera “la estructura y la función de los ecosistemas amenaza su capacidad para proporcionar servicios de sustento de vida a las comunidades humanas, como apoyar pesquerías saludables y sostenibles, proteger las regiones costeras bajas de los fenómenos meteorológicos extremos y servir como sumidero para almacenar el exceso de carbono depositado en el medio ambiente, en atmósfera por las emisiones de gases de efecto invernadero generadas por el hombre”, subraya Van Houtan.
Cambios abruptos y adaptación
Aún cuando la vida marina tiene la capacidad de adaptarse a cambio graduales en el medio ambiente, como es el caso algunas especies pelágicas, por ejemplo los túnidos (atún, bonito, etc.) «que pueden variar su zona de dispersión, pero no todos los seres vivos pueden recurrir al desplazamiento como solución».
Explican los investigadores que el factor importante es velocidad de los cambios. Una cosa es la adaptación a transformaciones paulatinas y otra cuando éstas son abruptas como las que han ocurrido en el último siglo.
“Los cambios que estamos experimentando pueden alterar la estructura de los ecosistemas, sus funciones y sus servicios sin que estos tengan tiempo de adaptarse”, reiteran los autores del estudio.
Con información de PLOS Climate y Eurekalert
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