Las canciones de Luis Mariano Rivera nos envuelven en el sublime amor que sintió, toda su vida, por la naturaleza, sentimiento que brotó de su comunión con todos los seres en ella contenidos.
Versos sencillos que realzan la belleza de las flores sin nombre, los pájaros y sus trinos, las mariposas, las abejas, la guácara (caracol); el rico y único sabor de la cerecita silvestre y el mango de hilacha, al hombre y la mujer que cultivan la tierra, el campo florido y armonioso donde nació, el 19 de agosto de 1906, vivió y murió, el 15 de marzo de 2002, el cantor, compositor, poeta y dramaturgo popular venezolano.
El encuentro de su poesía y la música sucedió “sin buscarlo”, como el mismo Luis Mariano afirmó muchas veces, pasados los 40 años aunque desde los siete tocaba el cuatro, siempre entonando fragmentos de música venezolana, gracias a la motivación de su tío el Indio Rivera, creador del Polo Carupanero.
«Un día, en medio de las parrandas propias de la Pascua, le compuse un aguinaldo a mi tierra que luego se convirtió en un himno. Cuando mis amigos escucharon Canchunchú Florido se sorprendieron y me dijeron: Mariano, ¿quién te hizo eso tan hermoso? Tú no pudiste escribirlo porque nunca has sido poeta. Eso es un poema a la naturaleza», rememoró el cantautor oriundo de Canchunchú, población rural cercana a Carúpano, capital del Municipio Bermúdez, estado Sucre.
El florecimiento llegó con la madurez

Luis Mariano Rivera con su esposa Maximina Marsella, su compañera espiritual como solía decir. Tuvo seis hijos.
Su habilidad para expresar con autenticidad, sencillez, belleza, dulzura y frescura los olores, sabores y colores de todo lo que lo rodeaba y de la armonía manifiesta en la naturaleza, llegó con la madurez.
A los 38 años decidió estudiar de nuevo, motivado por la corrección de un error ortográfico que hizo un niño a un letrero en el que se leía “depocito de yelo”, expuesto en una bodega que atendía en Carúpano, pero como no lo aceptaron en la escuela porque estaba viejo para eso, asumió la lectura como camino al autoaprendizaje.
Para ese entonces solo “sabía poner mi nombre, sumar y restar”. Tuvo que dejar la escuela cuando culminó el tercer grado para ayudar a su tío y a su abuela en el conuco, quienes asumieron su crianza luego del fallecimiento de la madre en su infancia temprana.
“Desde muy chiquito me aparté de la escuela y me entregué a este mundo de siembra y conuco. A partir de ahí, mi vida no significaba nada. Tuve varios trabajos de muy poca importancia. Pero un día, cuando ya era adulto, me encontré con un niño que me corrigió un error ortográfico diciéndome: ¡Viejo Pendejo, depósito se escribe con s y no con c!…”.

El arbolito de cerecita silvestre o semeruco, fuente de inspiración del compositor, quien escribió en su honor la canción Cerecita.
Un maestro que vio su interés por aprender lo orientó en la lectura de algunos libros y comenzó a leer, uno de ellos, Don Quijote de la Mancha, fue su preferido y objeto de relecturas. “Después de viejo logré meter un poco de luz a mis pensamientos”, expresó.
Se sintió identificado con la creación de Miguel de Cervantes y descubrió allí cómo exteriorizar el amor, el gozo y la belleza que bullía en su interior. “Yo de niño amaba mi tierra, al retoño de las flores, a los pájaros. Ya viejo encontré el cauce de mi inquietud y comencé a hacer versos”, a plasmar con la sencillez de los recuerdos de lo vivido en su infancia.
«Antes de ese momento me llamaban loco y analfabeta; después me superé… Hoy ya puedo pronunciar cada una de las letras que conforman las palabras: amorrr, terrrnura, hermosura…»
El amor está en la vida
En una oportunidad le preguntaron a Luis Mariano de dónde brotaban sus canciones, del amor sin dudas. Florecieron desde el profundo gozo que albergaba su corazón, de la alegría y la ternura que encontraba en las cosas sencillas. Nacieron de y “en ese amor que cabe en una pequeñísima gota de rocío y en la majestuosidad del mar”, como dijo alguna vez.
Versos y acordes musicales en comunión armónica, que arrullan los sentidos y los invitan a saborear el dulce acidito de la cerecita silvestre (semeruco), impregnarse del grato olor del mango, maravillarse con los hermosos colores de la flores sin nombre, y experimentar el gozo simple y profundo que trae el canto alegre de los pajaritos y los labradores.
«Las cosas bellas de la vida nacen del amor. Si un poeta, un pintor o un artista no siente amor por lo que hace, su obra no trasciende… Para mí el amor está en la vida, en la primera aurora, en el primer arcoíris, en la primera gota de rocío, en la primera flor. El amor no necesita de reglas para manifestarse”.
Para Luis Mariano Rivera las canciones estaban “en todas partes (…) Uno ve todo eso en el patio, limpiando el camino de las hormigas, recogiendo flores para el altar de alguna virgen. Tomando con mano suave el fruto cerca del alero. O en la cocina, cuando miro el humo del café y la fuerza de la brasa en el fogón (…)”.
Canchunchú florido
Con el aguinaldo Canchunchú Florido, inspirado en el campo donde nació, vivió y murió, popularizada por el Quinteto Contrapunto en los años 60, marcó su inicio como compositor, a la edad de 48 años.
Vino a Caracas acompañado de Alma Campesina, su primera agrupación musical creada en 1954, y el público conoce sus composiciones gracias a la televisión. En la década de los 60 funda Canchunchú Florido, grupo que lo acompañó hasta su partida y continuó varios años difundiendo su legado, así como las tradiciones del oriente venezolano, bajo la dirección de sus hijos y algunos familiares, hoy desparecida debido al fallecimiento de varios de sus integrantes.
Muchos fueron los reconocimientos que Luis Mariano Rivera recibió en vida. En 1991 obtuvo el Premio Nacional de la Cultura Popular y fue designado Patrimonio Viviente del estado Sucre en 1994. También recibió el Doctorado Honoris Causa de la Universidad Experimental Guayana, el título de profesor honorario de la Universidad de Oriente y del Instituto Universitario Jacinto Navarro Vallenilla.
Fue condecorado en su primera clase, con las órdenes “Francisco de Miranda”, “Andrés Bello” y “Antonio José de Sucre”.
Como un homenaje, llevan su nombre la Universidad Politécnica Territorial de Paria Luis Mariano Rivera de Carúpano y el Teatro Luis Mariano Rivera de Cumaná.
Las canciones de Luis Mariano

Luis Mariano Rivera y el Indio Figueredo, en Carúpano, estado Sucre, en 1980 en una visita que le dispensara el también músico apureño.
La guácara, La pascua es hermosa, Al niño Dios, Florecita, La viejita Ramona, Mi comay Juana María, Alma que llora, Así es mi Canchunchú, Canto a Bolívar, El sancocho, Juana Francisca y La taparita, son algunas de sus composiciones interpretadas por el Quinteto Contrapunto, Serenata Guayanesa, Jesús Sevillano, Morella Muñoz, Gualberto Ibarreto, Cecilia Todd, Lilia Vera, Víctor Morillo, Simón Díaz, entre muchos otros.
Sus versos hechos melodías no solo traspasaron las fronteras del estado Sucre, también las de Venezuela: Canchunchú Florido fue interpretada por la Orquesta Filarmónica de Londres y la versión de Juana Francisca que hiciera el reconocido director de orquesta francés, Paul Mauriat, fue todo un suceso en Japón.
Luis Mariano Rivera, hijo de Antonio José Font, “un mantuano de Carúpano” y María Rivera, “una campesina de alpargata, analfabeta, quien cocinaba en fuego de leña y lavaba en batea”, amó el campo con todos los seres que lo habitaban, amó “el atardecer, cuando el sol en su agonía adorna el cielo en colores de amorosa tristeza”; también “la franqueza que une a los seres en sana convivencia”. Amó la música y “toda esa herencia espiritual que nos legó el pasado y que conforma nuestra verdadera identidad”, afirmó una vez.
Cultivó en él y en otros, el amor y la defensa de la naturaleza, de Venezuela, tierra de gracia donde se hizo compositor, cantor, poeta y dramaturgo.
“Que se quiten de la cabeza estar creyendo que lo que viene de otra es superior a lo nuestro, Venezuela ante todo, todo lo que ella representa es lo que debemos defender y amar”, expresó.
Su voz humilde, sencilla y pura, como escribió el cultor Rafael Salazar en un merengue oriental que compuso en su honor, y sus versos rebosantes de luz y dulzura, continúan colmando de alegría nuestra esencia, lo afirmativo venezolano.
“A mí me gusta cantar / canciones para mi pueblo / canciones que tengan gracia / y alegría por dentro (…) en mi cantar solo busco / en mi cantar solo quiero / cantar las cosas sencillas / que tengan sabor eterno”. Así es mi cantar. Luis Mariano Rivera
Si quieres escuchar canciones de Luis Mariano Rivera dale clic a Centro de la Diversidad Cultural
Con información de Vulcano, Alba Ciudad, Letralia y IAM Venezuela
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1 comentario
Ojala esta generación que ha surgido con otros valores, producto del consumismo exacerbado, alimentado a través de las redes, analizara interiorizando nuestros valores que se encuentran en lo sencillo, en lo natural.