Cuando Inocente Carreño abrió sus ojos por primera vez, le dieron la bienvenida los sonidos del mar, la alegría de su familia y el ambiente festivo que se respiraba en la Isla de Margarita, ese 28 de diciembre de 1919.
La alegría que recibió y abrigó el cuerpo del recién nacido, hoy considerado uno de los compositores venezolanos más importantes del siglo XX, se acurrucó en su interior y lo acompañó hasta su partida de este mundo, el 29 de junio de 2016, a los 96 años.
Compositor, arreglista, director y educador, Inocente Carreño dejó un legado prolífico, imperecedero y universal, constituido por unas mil obras entre composiciones y arreglos. Abordó una variedad de géneros: sinfónico, vocal, coral y de cámara. Compuso música para orquesta, orquesta y solista, piano, voz y piano, instrumental, guitarra, coro, tríos, cuartetos, quintetos, cuarteto con piano, quinteto de vientos, sonata para violín y piano, para chelo y piano, sonata para oboe, opera y piezas infantiles. También escribió poemas y canciones.
La musicalidad de la alegría
Los cantos de su tío y su abuela Mauricia, a quien llamaba cariñosamente Güicha; los sonidos que escuchaba mientras paseaba por la playa, buscando tesoros escondidos bajo las conchas de mar, impregnaron de musicalidad su temprana infancia.
Una conversación que tuvo con Güicha le dio luces sobre esa alegría interior que nunca lo abandonó, aun en los momentos difíciles. “Un día mi abuela me dijo: Chente tu nacimiento fue muy especial. Tu mamá (Amadora) esperaba con ansia la llegada de la partera, que se retardó y se puede decir, que ella dio a luz casi sola”.
Cuenta el maestro Inocente Carreño que tal vez la soledad no fue tanta porque ese 28 de diciembre, Día de los Inocentes, había un ambiente festivo en la isla debido a la visita del Embajador de Francia a Porlamar. En ese instante sonaron los cañonazos de un barco dando la bienvenida al invitado.
“El ambiente festivo que hizo alegrar a mi madre en ese trance tan apurado en que se hallaba, quizá se metió en mí, en ese cuerpito que recién comenzaba, esa alegría, ese júbilo que no me han abandonado (…). En los momentos más incómodos, más pesimistas se sobrepone esa alegría interior, que es mi compañera inseparable”.
Su encuentro con la música
A los 8 años de edad ingresa en la Banda Luisa Cáceres de Arismendi. Bajo la tutela del maestro Lino Gutiérrez, director de la banda, aprende a leer música y se inicia en el solfeo.
Comenzó con los platillos, luego pasó al redoblante, el corno y finalizó con la trompeta, instrumento que tocaba en las retretas a los 10 años. Allí permaneció hasta los 12, edad en que viajó a Caracas.
Partió de la Isla de Margarita bordo de una balandra, un barco de dos velas que llamaba la Flor de María. El viaje desde Porlamar hasta La Guaira duró 8 días.
Huésped de Caracas
La Caracas de los techos rojos recibió al niño Inocente en noviembre de 1932. La situación económica le impide continuar sus estudios y trabaja en una zapatería con su hermano Francisco Carreño, quien al igual que él se había iniciado en la música con el maestro Gutiérrez en la banda de Porlamar.
Ambos conforman un dúo de guitarras con el que daban serenatas y actuaban en salas de teatro y programas radiales, interpretando temas del repertorio popular venezolano y latinoamericano. También acompañaban el canto de sus hermanas Remedios del Valle y Judith.
En su tierra natal, Inocente Carreño estudió hasta el 4° grado. Culminó la educación primaria cuando estudiaba composición en la Escuela de Música y Declamación de la Academia de Bellas Artes de Caracas, hoy Escuela de Música José Ángel Lamas.
“Yo salí de cuarto grado y no seguí. La primaria la terminé como a los 20 años porque el maestro Vicente Emilio Sojo me dijo, ‘Haga su primaria para darle su diploma de compositor’, porque eso equivalía a un bachillerato”, recordó en su última entrevista.
Maestro, amigo y compadre
Durante los tres primeros años de estadía en la capital compuso joropos, merengues, valses, rumbas, tangos y boleros.
A los 15 años, por recomendación de un integrante de la Banda Marcial de Caracas, quien lo vio tocando la trompeta, Inocente Carreño comienza en la Escuela de Música y Declamación. Corría el año 1935.
Estudia solfeo con Pedro Antonio, trompeta con Federico Williams y luego de dos años, comienza su aprendizaje con Vicente Emilio Sojo.
Como los cuatro años de solfeo los hizo en dos, el profesor Ramos lo recomendó con el maestro Sojo, quien tenía como alumnos a Antonio Estévez, Evencio Castellanos, Ángel Sauce, entre otros.
“El maestro Sojo fue un maestro muy severo. Era de poco hablar. A mí me trataba de manera muy lejana hasta que fuimos entrando en confianza, y él veía que yo iba progresando. Al principio, cuando yo le presentaba algún ejercicio con la trompeta, me decía: “Borra esa vaina. Eso parece una diana (…)”, dijo en una ocasión.
Además del arte de la composición, Vicente Emilio Sojo le enseñó a ser devoto lector y hombre austero. “Después con el tiempo (…) fue mi compadre, él bautizó a mi hijo Inocente Emilio”, se llama así en su honor.
Su abuela Mauricia y la Glosa Sinfónica Margariteña
Su abuela fue una figura fundamental en su vida. Cuando tenía 5 años su mamá tuvo que viajar y quedó bajo los cuidados de Güicha, quien lo orientó con amor y disciplina, e inició en el mundo de la música.
“Mi abuela era severa y estricta, pero al mismo tiempo amable y amorosa. Celosa de mi actitud correcta”, dijo en una entrevista.
El propio Inocente Carreño reconoce la gran influencia de Güicha cuando afirmó que ella “es la coautora de mi Glosa Sinfónica Margariteña”, su obra más reconocida y difundida.
“Las canciones que ella me enseñó allá en la isla, las que oía de su boca, que yo silbaba a la orilla de la playa, Los Tigüitigüitos, Margarita es una lágrima, Canto de Pilón y otros temas son parte de lo que hoy conocemos como Glosa Sinfónica Margariteña”, afirmó.
La terminó de componer el 8 de septiembre de 1954, Día de la Virgen del Valle, y fue estrenada ese mismo año como obra fuera de concurso en el Primer Festival de Música Latinoamericana de Caracas.
“Margarita, su tierra, se proyectó al mundo a través de esta obra sinfónica que desde su estreno hasta hoy, es una de las obras primordiales del repertorio orquestal venezolano y latinoamericano”, expresa el director de orquesta venezolano Felipe Izcaray.
Fue profeta en su tierra
El maestro Inocente Carreño tuvo una actividad creadora incansable. Ochenta años de los 96 de existencia, los dedicó a la composición musical.
Fue miembro del Orfeón Lamas y de la Orquesta Sinfónica de Venezuela. Con esta última institución estrenó y dirigió sus obras. Fundó la escuela Prudencio Essá, se desempeñó como Ministro Consejero ante la Unesco en París y director de la Escuela Superior de Música de Caracas.
Inicia una carrera como educador en 1940 y luego obtener el diploma como compositor, en 1946, ejerce la docencia activamente durante 20 años.
Recibió en vida numerosos y merecidos reconocimientos. Fue Premio Nacional de Música en tres ocasiones: En 1961, por Obertura Sinfónica; lo vuelve a recibir en 1965 por la obra Sinfonietta Satírica y en 1989, por su trayectoria musical.
También destaca la obtención del Primer Premio en el Concurso de Composición Vicente Emilio Sojo por cuatro años consecutivos: 1955 por Suite Sinfónica; 1956 por Obertura No.1; 1957 por Aguas crecidas para tenor y orquesta y 1958, por Concierto para trompa y orquesta.
Además, le fue otorgado en1983, el Premio Nacional de Composición por Estudio Sinfónico, entre otros.
Quienes conocieron a Inocente Carreño lo recuerdan con cariño y respeto. Enfatizan su sencillez, buen humor, humildad y amor por la vida.
Partió agradecido con su tierra que le dio tanto. Se sintió profeta en ella porque lo fue.
Con información de “Inocente Carreño. En busca de tesoros escondidos” del Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela, Venezuela Sinfónica, El Estímulo, Detrás del Tren y Correo del Orinoco.
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