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Tura: invocación a la madre tierra para celebrar la vida

por Haiman El Troudi
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Tura: invocación a la madre tierra para celebrar la vida

Tura es mazorca, tura es el logro de la cosecha y la cacería, tura es el instrumento que emite sonidos que rememoran a la naturaleza, tura es la invocación a la madre tierra para celebrar la vida, una tradición con la que desde tiempos ancestrales pueblos originarios agradecen a la Pachamama, tura es historia, es patrimonio.

El baile de las turas, como suelen llamarlo, es una de las tradiciones menos conocidas de nuestro país, y una de las más representativas de las raíces ancestrales de los pueblos indígenas ayamanes, jirajaras, gayones, caquetíos, ajaguas y cuibas, habitantes originarios de la zona que hoy corresponde a los estados Lara, Falcón, Yaracuy y Portuguesa.

La Tura mayor se realiza cada  23 y 24 de septiembre, pero más que un baile constituye una invocación a la naturaleza para celebrar, festejar y agradecer los frutos del trabajo de la tierra, un ritual con fuerte significación mítico-religiosa, en especial para los portadores de la manifestación, los tureros, para los que representa la unión “de lo que se hace” con “lo que siente”.

Esa expresión de alta espiritualidad distingue a esta manifestación cultural como una de las más auténticas del país, representativa de lo afirmativo venezolano.

Estercuye

Tura: invocación a la madre tierra para celebrar la vida

 

Conocido también como estercuye, el ritual se realiza dos veces al año: en marzo, en el equinoccio de primavera y durante el equinoccio de otoño, en el mes de septiembre. Es un acto de agradecimiento a la tierra por la cosecha de maíz, cultivado por los pueblos primigenios mayamán y jirarara, originales de las tierras entre Falcón y Lara.

El etnohistoriador Miguel Acosta Saignes, las ubica en “una vasta zona montañosa poblada por los indios de las tribus jirajaras, ayamanes y goyones”.

Las Turas no son iguales en toda la región: las de Falcón en Mapararí tienen características de una danza de veda o cacería. Las Turas del cerro de Moroturo, Lara, tienen características de una danza de cosecha.

Turas para rato

Tura: invocación a la madre tierra para celebrar la vida

 

La tura domina todos los aspectos de estas poblaciones por la importancia en su vida. “Los indios le pusieron turas a esta tradición porque cuando el maíz está barbarroja, cuando está empezando a echar el granito, decían ‘el maíz está tureando’, de ahí proviene el nombre del baile de las turas”, explicaba Bartolo Garcés, veterano turero del pueblo de San Pedro y pilar viviente de esta tradición.

Y no sólo las turas, o mazorcas, sino todos los frutos de la Madre Tierra son objeto de los rituales de los tureros, pues para ellos mientras se mantenga la tradición éstos no se acabarán.

“Nosotros le tocamos a la madre naturaleza para que nos dé la comida, el cambur, la caraota, el maíz que es lo primordial y por eso yo no quiero que el baile de las turas se acabe nunca. Nuestros ancestros no quisieron que se terminara, para eso se empeñaron en enseñarme a mí y a otros seguidores míos, que somos quienes estamos al frente. Nosotros le enseñamos a esos niños que mañana van a enseñar a otros. Esta tradición tiene que continuar para que nuestros frutos no se acaben. El baile de las turas tiene que trascender porque ahí es donde está la comida”, explica con emoción el turero.

Y es que para Garcés y todos los portadores de esta manifestación, las turas  trasciende una fecha o una danza, es una forma de vida presente incluso en la hora de la muerte.

“A nosotros nos llevan al cementerio con sones de turas; si me muero yo mañana mis hijos y mis nietos me llevarán con sones de tura. Así enterramos nosotros a mi papá, y él a sus ancestros” explica Gárces.

Menor y mayor

 

Tura: invocación a la madre tierra para celebrar la vida

 

Las Turas contemplan dos aspectos de la celebración: la tura menor y la tura mayor. En estas ceremonias le rinden culto a la tierra y los creyentes ofrendan parte de sus cosechas y su cacería a los ‘espíritus divinos’ agradeciendo la productividad obtenida, y solicitando abundancia en la siembra del año próximo.

La Tura pequeña puede efectuarse en el patio trasero de las casas y está abierta a todos los presentes.

La manifestación es organizada por una cofradía a cargo del Capataz y la Reina – elegida por el Capataz entre las mujeres de mayor edad. La danza se ejecuta en diversos espacios abiertos.

El capataz arma en el patio el altar o “palacio”, que contiene una cruz enmarcada por una estructura cubierta de palmas, de hojas de caña y plátanos. El altar lo preside un árbol de copey, considerado por los aborígenes como el “árbol de los santos espíritus” o “del espíritu de las aguas vivas” pues es un palo que “atrae nieblas y lluvia”.

Todos presentan sus ofrendas ante el altar: mazorcas de maíz que deshojan y desgranan, palmas y flores, que son purificadas durante la ceremonia.

Los músicos tocan y danzan en círculo, agarrados por la cintura en torno al palacio, en una coreografía que describe círculos concéntricos, de varios movimientos de derecha a izquierda. La ubicación de los bailadores en el círculo es libre, y no se deben salir hasta terminar la danza. Con gestos simbólicos imitan movimientos de cacería, hacen reverencias, al tiempo que sacuden las maracas y soplan los cachos de venado y las turas para alejar a los espíritus malignos.

Se brinda con chicha o cocuy, bebidas esenciales en la ceremonia. En los momentos de descanso, después de haber tocado los distintos sones, los tureros y demás participantes entonan vítores.

Terminado el acto el mayordomo coloca las velas en forma de cruz al pie del árbol y las enciende.

Al finalizar la etapa bailable, se inicia la ceremonia votiva. Los tureros se dirigen al árbol de la vida con las matas de maíz y las tinajas de chicha y riegan la pata.

Tiempos de Tura mayor

Tura: invocación a la madre tierra para celebrar la vida

 

En septiembre es tiempo de la Tura mayor, una ceremonia de carácter secreto que se lleva a cabo en las montañas, en espacios conocidos solo por los tureros.

La manifestación está asociada a la celebración católica de Nuestra Señora de las Mercedes. Está revestida por un halo mágico en parte determinado por su sincretismo, pues combina la presencia antigua de los ayamanes y jirajaras, con la formalidad de la religión, y en parte por su carácter hermético.

Se realiza por nueve días en sitios montañosos, y en ella sólo participan las personas que se consideran descendientes o aborígenes.

En esta ceremonia los oficiantes utilizan caña de azúcar, palmas, hojas de plátano, mazorcas de maíz  y flores colgadas, en cuyo centro se coloca una cruz de madera y cinco velas, que representan los espíritus de los antepasados ayamanes y jirajaras. Para rendir respeto a sus ancestros totémicos, familiares y comunitarios se esfuerzan por llevar la relación de lo acontecido en el pasado y poder mantenerlo presente.

“Nuestra gran fortaleza es honrar la promesa eterna que ellos hicieron ante el árbol de la vida para preservar la especie, para preservar el maíz que es el sustento. Ellos creían que cuando consumían maíz, cuando consumían venado, la suerte del maíz y del venado era su propia suerte, por ello es que los tureros somos profundamente conservacionistas” asevera con orgullo Nacer Navarro, turero y docente de Mapararí.

Música para la naturaleza

Tura: invocación a la madre tierra para celebrar la vida

 

En las turas la música que ofrendan a la naturaleza proviene de ella misma. Los instrumentos musicales que se tocan en el baile son de origen aborigen ancestral. Entre ellos están dos flautas sin lengüeta tipo “quenas”, uno de los instrumentos más antiguos de la época precolombina, que consisten en un tubo de caña que en uno de los extremos se corta en una especie de W o M invertida. En el ritual usan la Tura Macho y la Tura Hembra, la primera más larga que la segunda.

Los tureros aseguran que el estremecimiento del sonido de estas flautas avisa a las plantas que debe activarse su capacidad reproductiva.

El uso de instrumentos derivados de seres muertos tiene una significación especial, como los silbatos de cráneos de venado, también de diferente tamaño llamados Cacho Grande y Cacho Pequeño, con los que obtienen sonidos graves al soplar. Con ellos rinden homenaje al copey, árbol tutelar, para que reciban los poderes de los espíritus.

Estos instrumentos son cráneos de venado de distintos tamaño, a los cuales se le cierran los orificios nasales y de los ojos, con cera virgen, dejando solo abierto el orificio occipital, por donde se sopla.

Esta música indígena ceremonial lleva como único acompañamiento el sonido rítmico de una maraca.

Danza colectiva

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El ritual de las turas es una comunión materializada en un baile grupal acompasado en el que los participantes se conectan con la tierra, abrazados por la cintura, moviéndose al son de los cantos indígenas.

Es una ronda colectiva en la que intervienen hombres y mujeres indistintamente. Entrelazados forman un semicírculo pasando el brazo de uno por detrás del otro, sintiendo una gran energía al golpear la tierra con la planta de los pies. Van girando en una misma dirección o en la contraria, conservando un riguroso ritmo que marcan con fuertes pisadas sobre el suelo.

Explican los tureros con más tradición que, según lo acordado por los “ayamenes”, sus ancestros, en el se dan tres pasos, no pueden ser nunca cuatro, pues los números impares significaban mucho para ellos. La danza como el resto de la ceremonia es una tradición milenaria a la que tratan de ajustarse fielmente.

Los personajes

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En las turas participan varios personajes interpretados por los creyentes. El principal es el Capataz, símbolo de autoridad que hace cumplir de manera estricta las partes de la ceremonia. Tiene un látigo de hilos trenzados con varios nudos y encerado con cera de abejas.

La reina luce una corona adornada con plumas de aves de la zona, hojas, flores y granos de maíz. Es la anfitriona del baile y responsable de la abundancia de alimentos para la celebración.

El mayordomo vela porque la cruz esté en el centro del palacio, la disposición de las velas por la reina, la ordenación de los círculos de rigor, la precisión de las ofrendas y otros importantes detalles.

Usualmente hay trece cazadores, quienes son los encargados de llevar animales de monte para los preparativos de la ceremonia. Son acompañados por los músicos: dos cacheros mayores dos cacheros menores y dos intérpretes de tura.

Todos los tureros participan con devoción cada año en las ceremonias con las que agradecen a la madre tierra sus frutos, piden protección a los ancestros y ruegan por una buena cosecha para el año siguiente. Es una tradición que se mantiene viva al ser compartida generación tras generación con la misma devoción con la que nuestros pueblos originarios celebraban esta fiesta desde hace incontables años.

A pesar de ser una de las manifestaciones más propias de nuestros ancestros y más representativa de la venezolanidad, es muy poco conocida. Valga esta oportunidad para acercarnos a los valores esenciales que definen nuestra cultura como la ceremonia de las Turas, valores que forman parte de lo afirmativo venezolano y que se fortalecen en la medida en que son reconocidos y apreciados.

 

Con información de Registro de Patrimonio Cultural, IAM Venezuela, El Impulso, Tierra de Gracia  y Venezuela Tuya


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