La ONU prevé un incremento de la temperatura media de la superficie del planeta para finales del presente siglo entre 1,4 y 5,8 grados Celsius y el carbono es crítico en dicho incremento. Si no se revierte la tendencia de tales predicciones científicas, a la vuelta de la esquina, la vida tal como se conoce se verá drásticamente transformada en términos de la economía de las naciones, tanto como en la morfología social y los ecosistemas.
La frenética actividad económica que se experimenta en la casi totalidad de los países del mundo, centrada en la maximización de la ganancia y el estímulo del consumo inducido, antes que la satisfacción de necesidades humanas, muy poco regulada por la acción de los gobiernos (bien de derecha o izquierda), se expande a escalas colosales, y no se conocen límites. La “libre competitividad del mercado” de a poco continúa rebasando la capacidad de autorregulación planetaria.
Producir más supone mayor empleo de materias primas, más energía y más desechos. Si dicho incremento de la producción rindiese frutos en cuanto a la erradicación de la pobreza y las desigualdades, si el fin justificase los medios, los cuestionamientos al libre emprendimiento se teñirían de interrogantes. La cuestión ética reñiría con los argumentos políticos y medioambientales.
Pero lo cierto es que al mundo lo gobiernan la ambición y los privilegios. El 5% de las personas que manejan la economía global no encuentran límites para saciar su sed de riqueza. La locomoción de sus negocios es el combustible que mueve los engranajes fabriles y la productividad, su religión.
Seguimos enfermando al planeta por designios de un estatus quo incapaz de ceder en su codicia. Su credo ordena liberar ininterrumpidamente todo tipo de desechos industriales, agroquímicos y de consumo en forma de dióxido de carbono a la atmósfera, como quien aspira reproducir las condiciones de temperatura y presión de las profundidades de la corteza terrestre, con el propósito alquimista de producir diamantes tras mineralizar los átomos de todo el carbono que expulsan.
¿Cuántas piedras preciosas deberán ser acuñadas por los “amos del mundo” antes de que sea demasiado tarde para actuar en favor de la humanidad y el planeta?
La concentración de CO2 atmosférico registra un pródigo crecimiento
A mediados del siglo XX se registró por primera vez el ascenso en los niveles de CO2 atmosférico. Desde entonces la tendencia expansiva ha continuado ininterrumpidamente y en los últimos años, la velocidad ha venido aumentando.
Según la Organización Meteorológica Mundial (OMM), en el año 2016 la concentración de CO2 en la atmósfera batió un record al superar los 400 ppm (partes por millón). Este comportamiento no se había registrado desde el Plioceno Medio hace 3 a 5 millones de años. En dicha época, las temperaturas medias globales fueron trascendentalmente más cálidas durante un prolongado periodo, el nivel del mar era de 10 a 25 metros superior a los niveles actuales y se produjo una drástica reducción de las capas de hielo polares.
Esta afirmación científica está ampliamente verificada, el método de análisis del hielo de la Antártida y Groenlandia formado por las nieves de la antigüedad, permiten hurgar en el clima del pasado. El aire de antaño atrapado en esas capas de hielo permite estudiar los registros de las condiciones atmosféricas de los últimos 800 mil años y más allá.
Los resultados son lapidarios, durante todo ese curso de tiempo, la cantidad de CO2 no supera las tres centésimas partes de 1%, pero en el siglo XIX y el advenimiento de la revolución industrial las concentraciones de CO2 aumentaron sin detenerse hasta nuestros días, cuando se ha registrado un abrupto ascenso: 40% más que la registrada a comienzos de la revolución industrial. Tales observaciones suponen niveles nunca vistos por la especie humana, desde la evolución en África del género homo hace 2,5 millones de años.
La principal causa de tales incrementos del CO2 en la atmósfera guarda estrecha relación con la combustión de los hidrocarburos. El uso de combustibles fósiles (gas, petróleo y carbón) libera CO2 a ritmos y volúmenes tales que el ecosistema terrestre no es capaz de procesar, por lo que las cantidades no absorbidas quedan flotando en el aire y alimentando las capas de gases que producen el efecto invernadero.
El efecto invernadero
El efecto invernadero, es un opresivo manto tejido por acumulaciones de CO2, metano y otros gases en la atmósfera que mantiene el calor concentrado dentro del planeta.
La luz proveniente del sol aún en pequeñas cantidades que consigue deslizarse entre las capas atmosféricas y nubes del planeta, al llegar a tierra no puede volver a salir, puesto que el proceso energético está cercado por la pesada atmósfera cargada fundamentalmente de dióxido de carbono.
El 70% de la luz solar que baña la tierra es reflejada nuevamente al espacio mientras la restante radiación infrarroja calienta la tierra y buena parte de la energía emitida por el suelo, tras haberse caldeado queda retenida en la atmósfera dado que los gases de efecto invernadero impiden su salida.
Para equilibrar el flujo energético de la tierra, el efecto invernadero en la proporción adecuada es necesario para soportar la vida y evitar que el planeta se congele o calcine.
Solo una pequeña porción de todo el CO2 presente en la tierra está disuelto como gas atmosférico, tan solo 3 moléculas de CO2 por cada 10 mil está flotando en el aire, y gracias a ello el clima planetario se ha mantenido regulado. Si esta proporción variara ligeramente, por ejemplo, si hubiera el doble (6 moléculas de CO2 en estado gaseoso por cada 10 mil) toda la superficie del planeta fuera desértica, y si por el contrario hubiera la mitad, la tierra se congelaría.
El dióxido de carbono y los gases de efecto invernadero
Los gases causantes del efecto invernadero de acuerdo al Protocolo de Kioto son: Dióxido de carbono (CO2), Metano (CH4), Óxido nitroso (N2O), Hidrofluorocarbonos (HFC), Perfluorocarbonos (PFC) y Hexafluoruro de azufre (SF6). Todos ellos se pueden originar naturalmente o como consecuencia de la actividad humana. Está comprobado que la acción del hombre en los últimos años es la responsable directa de su vertiginoso incremento.
El dióxido de carbono centra su fuente de emisión en la quema de combustibles fósiles para fines de generación eléctrica, procesos industriales y transporte.
El metano se forma a partir de tres orígenes: la flatulencia orgánica de la ganadería por digestión de vacas, ovejas, cerdos, cabras, etc., por el manejo de desechos sólidos en vertederos, y por extracción, manipulación y procesamiento del petróleo y el gas natural.
El óxido nitroso primordialmente se genera como consecuencia de la actividad agrícola, durante la aplicación de fertilizantes químicos nitrogenados en suelos pobres o estériles producto de su explotación intensiva. También como subproducto contaminante en la producción de nylon o durante la combustión de automóviles con convertidores catalíticos.
Los HFC, PFC y SF6 utilizados en sistemas de refrigeración, aerosoles y extintores, se les ha regulado su impacto en el deterioro de la capa de ozono, pero continúan incidiendo en el efecto invernadero.
No todos estos gases contribuyen de forma similar al calentamiento atmosférico. Cada tipo de elemento posee un Potencial de Calentamiento Global (GWP, Global Warming Potential) distinto, lo que hace más o menos nocivo a los fines del efecto invernadero.
Aún cuando el CO2 posee un bajo Potencial de Calentamiento Global (GWP), posee un inmenso volumen de emisiones equivalentes al 81,2% del total, por lo que es el principal responsable del efecto invernadero, seguido del metano con un 10,6%, el óxido nitroso 5,5% y el resto de los gases poco menos del 3%.
Dependiendo de la actividad económica que cada región desarrolle (industrial, agrícola, minería, comercial, servicios, etc.), su contribución al efecto invernadero puede ser mayor o menor debido a su GWP.
Por ejemplo: Uruguay podrá generar electricidad verde y consumir pocos combustibles fósiles con una tasa de emisión de CO2 en 2015 cercana a las 7 mil toneladas, pero el tamaño de su rebaño de ganado contribuye con emisiones de Metano equivalentes a 17 mil toneladas de CO2.
Según el Banco Mundial, a partir de la Base de Datos de Emisiones para la Investigación Atmosférica Global (EDGAR), tan solo dos países, China y Estados Unidos vierten el 40% del dióxido de carbono global, mientras que las emisiones agrícolas de gas metano (miles de toneladas métricas de equivalente de CO2) de 8 países representan mas del 50% del total mundial: (China 485 mil, India 376 mil, Brasil 245 mil, USA 185 mil, Australia 78 mil, Indonesia 78 mil, Pakistán 76 mil, Argentina 71 mil). El total Mundial es de 3 millones de toneladas.
El beneficio de la duda: en busca de otros responsables
Ciertamente, la vida en un planeta puede no prosperar o bien destruirse como resultado de efectos naturales o eventos cósmicos, (erupciones volcánicas, fluctuaciones de la radiación solar, colisiones de asteroides, variación del ángulo de inclinación de la tierra, etc.), ello sin que se atribuya a la acción del hombre responsabilidad alguna.
El argumento esgrimido por quienes atesoran sus intereses de acumulación y niegan el advenimiento del cambio climático como resultado de la actividad humana, indica que debe buscarse responsabilidades en el sol y los volcanes.
Las estimaciones científicas certifican una liberación promedio de 500 millones de toneladas de CO2 volcánico ingresados a la atmósfera cada año. Por su parte, la actividad humana vierte 30 mil millones de toneladas de CO2 anuales a la atmósfera, es decir, los volcanes aportan tan solo el equivalente al 2% de dióxido de carbono que produce nuestra civilización.
Por su parte, la cantidad de energía emitida por el sol no se ha modificado a lo largo de las décadas que la ciencia viene monitoreando el comportamiento del astro rey. Por lo que el Sol tampoco es el responsable del calentamiento de la tierra. Muy por el contrario, con base a las observaciones científicas, se ha determinado que nuestro planeta se viene, paradójicamente, calentando más en invierno que en verano y aún más en las noches que en los días. Todo ello como consecuencia directa de la energía calórica que proporciona la cobija de gases efecto invernadero al arropar al planeta e impedir la refracción de la luz solar.
El carbono, parte de la negación inducida
Lamentablemente la sociedad no ha salido de la etapa de negación del dramático problema que comporta el efecto invernadero, y no se termina de comprender la cuantía del daño que se viene sostenidamente provocando a la atmósfera.
El lobby de las empresas, cuyo residuo de manufacturera es CO2 es muy potente y audaz, gana escepticismos entre quienes poco reflexionan, conocen o simplemente se hacen eco de las estigmatizaciones que la propaganda descalificadora hace.
A lo largo de la formación del planeta, la mayoría del carbono en la tierra quedó atrapado principalmente en mineral de roca carbonatada en el lecho marino, su origen se basó en la sedimentación de las conchas producidas por una infinitud de algas unicelulares (cocolitóforos) que sintetizaban carbono de calcio a partir de la fotosíntesis.
Si bien, los cocolitóforos son capaces de convertir carbono inorgánico disuelto en el mar en carbono orgánico en forma de conchas minerales, su capacidad de absorción y procesamiento es finita. El repentino y copioso aumento del CO2 marino no puede ser procesado a la misma velocidad con que llega, lo cual hace que los excedentes aumenten la acidificación de los océanos.
Nuestros océanos fueron la incubadora que posibilitó la vida en la tierra tal como se conoce, por su parte, la ausencia de mares en el planeta Venus hizo que todo el carbono fuera liberado en su atmósfera en forma de gas, ello es la causa de su esterilidad y las altas temperaturas que lo hacen inhabitable.
El ciclo planetario que ha armonizado la presencia del carbono en la atmósfera terrestre se ha producido durante millones de años mediante procesos naturales. Mayoritariamente el carbono que expulsan los volcanes o el que transpiran los seres vivos es depositado lentamente en los océanos y el resto lo absorbe cada día la respiración del planeta, efectuada por los bosques y el fitoplancton marino, así funcionaban los ciclos terrestres antes de la revolución industrial. Hemos sido nosotros quienes han alterado el equilibrio.
El clima global aumenta sostenidamente
Estamos desestabilizando el clima de la tierra. El aumento de la temperatura planetaria también ha batido récord en los últimos años. Los científicos de todo el mundo han clasificado al año 2016 como el más caliente desde que llevan registros confiables a partir de 1880; 2017 fue el segundo año más caliente, 2015 el tercero y 2014 el cuarto. En apenas 4 años, la temperatura del planeta se incrementó poco más de 0,2 grados en comparación con la década anterior, y en general, la tendencia de crecimiento tiende a distribuirse exponencialmente.
Nuestro mundo actual está más caliente que en el siglo XX, poco más de un grado para ser precisos. De allí que, en 2015 tras la suscripción del acuerdo de París, la casi totalidad de las naciones del mundo acordaron el objetivo a largo plazo de mantener el incremento de la temperatura media mundial muy por debajo de 2 °C con respecto a los niveles preindustriales y seguir trabajando para limitarlo a 1,5 °C.
Si no se cumple la meta planteada, si persiste la locomoción industrial a su ritmo y las emisiones de vehículos y fábricas no se detienen, el cuadro futuro del planeta y nuestra especie no lucirá bien: aumento del calor y el nivel del mar, gran extinción de especies, desertificación de suelo, sequías monumentales, pérdida de tierras agrícolas, incremento de migraciones y desplazamientos humanos.
El deshielo y el permafrost
El deshielo de los polos es una consecuencia directa del calentamiento de los océanos quienes están preservando más calor. Los blancos cascos polares juegan un importante papel en el ciclo climático de la tierra al fungir como espejos que envían una parte de los rayos solares fuera de la tierra.
Menos hielo supone menor reflexión de luz y mayor superficie oceánica que por ser oscura atrapa más calor, provocando inevitables alteraciones de las corrientes marinas, una de las participantes estelares de la regulación de los flujos estacionarios, la vida marina y los factores climatológicos alrededor del mundo.
Tras el derretimiento del hielo, las áreas terrestres costeras descubiertas sufren erosión a golpe de tormentas cada vez más violentas, alimentadas por corrientes de aire calentado por una mayor radiación solar. Ingentes capas mayoritariamente vegetales y en menor cuantía animales, enterradas tras eras glaciales afloran y se descomponen liberando inmensos volúmenes de CO2 que yacían atrapados en el suelo congelado (permafrost o permahielo).
El permafrost, ha permanecido congelado durante siglos bajo la capa superior del suelo. Contiene material orgánico constituido por miles de millones de toneladas de raíces y hojas que se congelaron sin llegar a descomponerse. A medida que el permahielo se descongela, todo el material orgánico se pudre y exhala dióxido de carbono y metano.
Se sabe suficientemente que el permafrost contiene una cantidad de CO2 equivalente al doble de todo el CO2 presente en la atmósfera en la actualidad. La totalidad del carbono retenido por el permafrost pudiera ser liberado en cuestión de décadas, duplicando el volumen de CO2 atmosférico que ahora existe.
Recientemente, estudios de la NASA revelaron que en los próximos dos siglos se espera que casi todo el permahielo en el norte del Ártico (Canadá, Siberia y Alaska) comenzará a derretirse, lo que suscitará la liberación de una cantidad récord de gases efecto invernadero equivalente a 10 veces mas que todas las emisiones producidas por la quema de combustibles fósiles en 2016.
El sol, la solución al problema del cambio climático
Sustituir el consumo de combustibles fósiles por energías renovables es la ruta obligada que debe transitar la humanidad para salvar al planeta y asegurar la existencia de la propia especie.
Desarrollar una cultura y economía energética basada en la producción de hidrógeno limpio, la multiplicación de granjas solares, parques eólicos, aprovechamiento hidroeléctrico y geotérmico entre otros renovables son la base de una nueva era para la continuidad de la vida tal como la conocemos.
El poder del Sol en esencia será el gran propulsor del cambio de paradigma, al ser la fuente inagotable que calienta y mueve los vientos, agita las olas, facilita las precipitaciones en cabeceras de los ríos que llenan los embalses y represas, surte células fotovoltaicas, alimenta sistemas termosolares y posibilita la fotosíntesis.
Con el uso de una ínfima porción de la radiación solar que llega a la tierra nos bastaría para saciar la sed energética de toda la humanidad por siempre y sin afectar el medioambiente. Estaríamos dando rienda suelta a la creatividad del hombre liberado de las ataduras de la dependencia energética.
Aún hay tiempo para girar la nave en la que viaja la vida de todos los seres que habitan la tierra y que ahora mismo va en rumbo de colisión; no es tarde para cambiar el modelo depredador basado en la avaricia individualista del sistema económico mundial. Los intereses de menos del 5% de población que posee el 80% de la riqueza del planeta no puede anteponerse a los intereses superiores de la inmensa mayoría, la comunidad terrestre.
Nos corresponde sumar conciencias, organizar la masa crítica que vaya acumulándose, movilizar la pasión por la vida, reunir la voluntad para actuar, forzar las acciones trascendentes y dar el salto hacia adelante. La supervivencia de la especie y de nuestra Pachamama no puede supeditarse a la codicia de quienes solo entienden la existencia en el brillo, las formas y los quilates de sus diamantes.
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