El poeta Alberto Arvelo Torrealba, autor del contrapunteo Florentino y el Diablo, dedicó un poema al Libertador titulado Por aquí pasó. El vate barinés ve a Simón Bolívar como “el huracán que iba ardiendo”.
Por aquí pasó, compadre, hacia aquellos montes lejos.
Por aquí vestida de humo la brisa que iba ardiendo.
Fue silbo de tierra libre
entre su manta y sus sueños
El presidente Chávez declamaba la creación de Arvelo Torrealba cada vez que tenía oportunidad. Y fueron muchas. Lo hacía con arpa, cuatro y maracas y lo hizo con el gran trovador cubano Silvio Rodríguez, tocando la guitarra, una noche inolvidable. Palabras mayores.
La metáfora huracanada le calza perfectamente al Comandante bolivariano. Desde su aparición en la escena política venezolana, aquel 4 de febrero de su célebre “Por ahora”, el tránsito vvital de Hugo Chávez fue y es fuego y tempestad. Por supuesto, desde entonces, así ha sido también el transcurrir del país. En esas dos décadas largas le tocó al “Arañero de Sabaneta”, así se autonombraba, atravesar muchos desiertos, como él mismo definió a las dificultades, vicisitudes e imponderables que la historia y la vida le depararon. La cárcel de Yare fue un largo desierto de dos años. El golpe de abril de 2011, con su consecuente secuestro y el periplo por Turiamo y La Orchila, otro. Solo que este último fue intenso y vertiginoso, de unas 72 horas, con la vida siempre en vilo. El sabotaje petrolero fue un gancho al hígado de su anatomía y un mandarriazo en la columna vertebral de la economía venezolana. En paralelo, la toma de la plaza Altamira, por oficiales de alta graduación. Fueron meses duros, con tanqueros petroleros fondeados frente a las costas del país y un parte de guerra en cadena de medios privados todos los días a las seis de la tarde. Después, los paramilitares introducidos en una finca y las guarimbas. Sin metáfora, el Comandante Hugo Chávez, durante todos esos años, era “el huracán que iba ardiendo”.
Nada, sin embargo, lo detenía en su sueño y su ideal. La lucha contra el cáncer fue dura y sin cuartel, con dolores atroces de los que no daba muestra y burlas miserables de sus adversarios. Apenas salió de las sesiones de quimioterapia, se incorporó a una campaña electoral intensa y agotadora, casi épica, en 2012. En esas condiciones volvió a derrotar a sus adversarios. Pero era un ser humano y su cuerpo se lo recordó. Otra vez fue a la sala de cirugía y pasó por uno de los trances más difíciles. Y con él, por supuesto, el pueblo que lo ama y lo sigue.
Su proyección trascendió las fronteras patrias. Lo decía un emotivo Nicolás Maduro, entonces vicepresidente de la República, al anunciar el parte médico que le llegó de La Habana la tarde del jueves 13 de un diciembre difícil, como lo fueron también los de 1999 (deslave en el estado Vargas) y de 2002 (paro y sabotaje petrolero).
Dos navidades en Yare; una con el deslave de Vargas, la más grande tragedia natural venezolana del siglo XX; otra con la industria petrolera saboteada y paralizada. Y la última, entre el quirófano y la ardua convalecencia, en 2012. Y siempre, el mundo pendiente de él. En esa hora rezaban por el Comandante Hugo Chávez desde los creyentes hasta los ateos, como fue el caso del presidente uruguayo Pepe Mujica, quien le mandó a hacer una misa. Oraban musulmanes y católicos, pastores evangélicos y chamanes indígenas. Mayas, quechuas, aymaras, chibchas, todos los exponentes de los pueblos ancestrales de nuestra América profunda.
Pero esa fuerza telúrica, desatada, era también la palmada en el hombro del amigo afligido, la ternura del beso a la niña campesina, el abrazo caluroso a la anciana, el apretón de manos al obrero en la fábrica y la carcajada abierta entre humoristas, intelectuales y artistas, con sus chistes a flor de labio. Lo vimos furioso y reclamando ante la lentitud sobre un tema específico de la Asamblea Nacional Constituyente y lo miramos eufórico, como un niño con juguete nuevo, cuando le entregamos, redactada y concluida, la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela.
Lo escuchamos en los mítines, orador impar que electrizaba multitudes, entre las ovaciones de su pueblo y los silencios profundos de las masas. Lo oímos de cerca, cuando daba un consejo amistoso o al preguntar sobre lo que no conocía bien. Vimos los ojos de un presidente de la República que te escuchaba atentamente. Lo observamos en una sala, caminando ante sus interlocutores, recordando los días más difíciles del paro-sabotaje petrolero y los tanqueros fondeados frente a nuestras costas. Sobre la plataforma de un camión, en alguna de las tantas campañas electorales, lo oímos regañar a los organizadores del acto mientras saludaba a la multitud y le sonreía a una muchacha trepada en una platabanda. Y en su poema, Huracanado, llama a escucharlo Alberto Arvelo Torrealba:
Óigale la voz tendida,
sobre el resol de los médanos,
la voz que gritó más hondo
óigasela, compañero
Así era, así fue, así es el Comandante Supremo Hugo Chávez Frías, un personaje, un líder, que no pasaba indiferente para nadie, activo, en cama o luego de su partida física. Ese fue su sino y su destino: ser “el huracán que va ardiendo como silbo de tierra libre”, en la realidad, en la Historia y en la metáfora bolivariana de Alberto Arvelo Torrealba.