“Yo no me siento capaz hoy día de escribir sino ‘cosas criollas’. Una novela escrita por mí que ocurriese en París, sería tan lamentable que no la acabaría nunca. Sin embargo, estoy sintiendo ya un libro. Un libro de allá que me está brotando y creciendo en el alma”. Con esta confesión a su amigo Rafael Carías, mediante carta fechada en junio de 1924, la internacionalmente reconocida escritora Teresa de la Parra dejó en evidencia cuan arraigada estaba la venezolanidad en ella, pese a que la mayor parte de su vida transcurrió fuera de su patria.
Nacida el 5 de octubre de 1889, en París, desde donde la trajeron a Venezuela a los dos años, a Ana Teresa del Rosario Parra Sanojo le bastaron seis de vivencias en la plantación de caña familiar, ubicada en las afueras de Caracas, para enamorarse al infinito de esta tierra de gracia.
Su amor por Venezuela fue tan profundo que ni la hostilidad contra Ifigenia (su primera novela) por parte de un sector de la crítica caraqueña, evitó que siguiera sintiendo y saboreando a su país; añorando sus costumbres, recordando sus contrastes… soñando con su dulce y feliz infancia; lo que se tradujo en la creación de su novela más celebrada: Memorias de Mamá Blanca, considerada un clásico de la novela hispanoamericana.
“No quiero de ningún modo que el rencor y la decepción me estirilicen el alma. ¿Qué importa que en Caracas no me aplaudan, si de allá tomo los materiales necesarios para hacerme comprender en otras partes?… A través de todas las injusticias que puedan hacer en Caracas, yo preservo como un tesoro mi cariño a Caracas”, escribió y proclamó: “En arte ‘lo propio’ es la cantera de donde se saca todo”.
Teresa de la Parra consideraba a la “invasión de idiomas y de costumbres en el espíritu” (que se vivía artísticamente en Europa durante los años 20 del siglo pasado) como “fatales a la producción literaria”. No obstante le explicó a su amigo Rafael que “esa corriente bien utilizada puede tener, en cambio, una gran ventaja: la de hacernos sentir por contraste el sabor especial de las cosas propias”.
Incluso se consideraba entre quienes han valorado más sus raíces por haber vivido largo tiempo fuera del país, pues para ella la lejanía de la patria produce mayor conocimiento y aprecio de lo que se tiene internamente. “El que después de hacer un largo viaje en esa forma (tratando íntimamente a personas de otros países), dijera al volver a su tierra: ‘acabo de hacer un recorrido en mi país, ahora lo conozco’, diría una cosa muy exacta”, afirmó en la carta a Carías.
Comunión con lo humano y lo natural
De la mano con la exaltación de la venezolanidad, la obra de Teresa de la Parra expresa su humanismo; así como su amor por la naturaleza, su defensa del orden natural.
Su padre murió cuando ella tenía 8 años, por lo que tuvo que dejar su amada hacienda para volver a Europa junto a su madre y sus cinco hermanos, esta vez a España, donde se consagra a la lectura de escritores famosos como Guy Muapassant; Catulle Méndes y Valle-Inclán, quienes influyen en su formación literaria.
A los 20 años regresa a Venezuela con algunos escritos publicados, experiencia que sigue acumulando al escribir artículos y cuentos en medios caraqueños. Pero fue en el Macuto guaireño donde escribió su primera novela: Ifigenia, en “una casita en ruina”, donde “oía las conversaciones de la gente por la calle”, a quienes “les intrigaba (…) los motivos que me llevaban a encerrarme en aquella casa que parecía horrible y a mí me encantaba”.
Del espíritu del libro, su prologuista, Francis de Miomandre (seudónimo del escritor francés François Félicien Durand) exalta el refinamiento, el amor al humanismo, una especie de dulce filosofía hacia lo extraño y lo sutil, así como su gentil malicia.
En 1929 publica Memorias de Mamá Blanca, seguramente el libro que se gestaba en su alma cuando le escribió a su amigo Rafael Carías. Una obra que la escritora venezolana Velia Bosch caracterizó como una autobiografía novelada que refleja la intimidad de la familia venezolana, mediante el uso de personajes, en un país que experimentaba profundas transformaciones en todos los órdenes. Un libro sobre el cual otros biógrafos han destacado el deseo de la autora de definir la identidad nacional y de exaltar las ventajas de la unión del ser humano con su entorno, con el orden propio de la naturaleza, en contraposición al caos, al retroceso que- percibía- llegaba con la modernidad.
De hecho en la citada carta a Carías, ya cuestionaba a esa modernidad: “Hasta qué punto nos pone de imbéciles la vida mundana y confortante”, escribió y destacó: “Como (el filósofo Hermann) Keyserling, creo que esta era de confort (él dice mecánica, es lo mismo), es la decadencia engreída; ¡volvemos a la barbarie!”.
Feminista moderada y bolivariana

Monumento a Teresa de la Parra, parque Los Caobos, Caracas.
Por criticar en su obra los patrones machistas de la sociedad caraqueña y por plantear que la mujer debía trabajar y ser independiente de los hombres, entre otras posturas, Teresa de la Parra es definida como una feminista. De hecho ella, criada como burguesa, se llamó a sí misma una feminista moderada, quizás porque su militancia era en lo social y no en lo político.
Esta autora nuestroamericana, que nunca dejó de estudiar sobre el rol de las mujeres, representó a Venezuela en la Conferencia Interamericana de Periodistas, celebrada en Cuba (1927), con el discurso: “La Influencia Oculta de las Mujeres en la Independencia y en la vida de Bolívar”. Luego viajó a Bogotá, donde dictó tres conferencias sobre la influencia de las mujeres en la formación del alma americana, en la época de la Conquista, de la Colonia y de la Guerra de Independencia.
También era admiradora del Libertador Simón Bolívar. “Me ha venido una idea o proyecto muy vago todavía: el de escribir una biografía o vida íntima de Bolívar. Quisiera hacer algo: fácil, ameno, en el estilo de la colección de vidas célebres noveladas”, le escribió al historiador Vicente Lecuna, a quien le pedía bibliografía y orientaciones.
La muerte impidió que Teresa de la Parra cumpliera este proyecto de escribir sobre la vida del Libertador. Coincidencia o no, la autora, al igual que nuestro héroe independentista, cuando niña vivió en una hacienda donde cultivaban la caña de azúcar y murió de tuberculosis.
En una carta a su gran amigo Gonzalo Zaldumbide (escritor y diplomático ecuatoriano) escrita en 1933, tres años antes de pasar a la inmortalidad, Teresa de la Parra, quien se encontraba recluida en un sanatorio de Leysin, en Suiza, buscando cura a la tuberculosis, evoca su infancia en la hacienda azucarera de Tazón:
“Hoy veo los distintos pasados de mi vida tan diversos y tan cerca unos de otros como los tablones de una hacienda de caña vistos desde arriba, desde la casa (…) (el poeta Rainer María) Rilke dice que los recuerdos de juventud y de infancia son una mina inagotable para el escritor, superior a todo lo que encierran los libros y demás medios de cultura ¿será cierto eso? A mí me ha hecho impresión esa idea”.
La poetisa chilena Gabriela Mistral publicó en un diario ecuatoriano (febrero de 1938) un conmovedor artículo de recuerdo a Teresa de la Parra, en el que mencionó los ingredientes que formaban su “criollidad” dentro de lo nuestroamericano: “una sencillez fresca y sin gasto de pueblo niño; una linda efusión y llaneza en la convivencia; nuestro placer de conversar, que es un gozo en la expresión; nuestro apetito de calidad en la criatura, que no excluye la caridad hacia el individuo bajo, y es la escuela de nuestro paisaje que nos hace para toda la vida sensibles, por una sensualidad de la buena, al repertorio de las artes todas”.
Con información de Blog Ana Teresa Parra Sanojo
No te pierdas
> Aquiles Nazoa, el humor y amor del transeúnte sonreído
> La voz sin lastres de Enriqueta Arvelo Larriva