Laudelino Mejías fue un fiel enamorado de la música y de su Trujillo natal, por ello se afirma que la mayoría de sus composiciones traducen en notas musicales la belleza de las montañas andinas al reflejar su clima, las cumbres, los ríos y la niebla que las envuelven.
Nacido un 29 de agosto de 1893 en el mencionado estado andino, Mejías ya traía los acordes musicales en el alma, por lo que desde muy niño aprendió de su padre, el también músico, Aparicio Lugo, composición y solfeo sin mayores dificultades. De mano de su papá también conoció las retretas, conciertos de bandas musicales al aire libre heredados de la colonia, que calaron hondo en el pequeño Laudelino y lo ayudaron a reconocer su vocación artística.
Precoz en el desarrollo del talento que Dios le regaló, antes de cumplir 10 años ya dirigía una banda integrada por compañeros de juegos que tocaban pitos de caña, canutos de bambú y otros originales e improvisados instrumentos con los que alegraban las calles de la capital trujillana.
De gustos sencillos, modesto y luchador, Laudelino Mejías es considerado un genio por sus creaciones musicales, entre las cuales el vals Conticinio es la más universal; además de un insigne director por su capacidad de rescatar bandas en decadencia para hacerlas brillar.
Huérfano a temprana edad
El pequeño Laudelino también aprendió a tocar el clarinete con su padre a quien perdió a temprana edad, al igual que a su madre, doña Juana Paula Mejías. Fue la abuela la encargada de criar al huérfano y lo hizo con tanto amor, que el nieto rechazó ofertas de becas para estudiar en el exterior porque prefirió quedarse a cuidarla en su vejez.
Mejías completó su formación musical inicial en la banda de los hermanos Vásquez. Era un talentoso adolescente cuando pasó a formarse en la Escuela Filarmónica del estado Trujillo, dirigida por el sacerdote español Esteban Razquin y donde fue alumno del maestro italiano Marcos Bianchi. Destacó como solista en la banda filarmónica de la escuela. A los 18 años ya era su subdirector y a los 23, el director.
En el año 1921 sobresale como primer cuartino en la banda de Maracaibo. Allí, bajo la dirección de Leopoldo Martucci, fue perfeccionando su estilo musical. En 1922 se trasladó a la ciudad de Valera para reorganizar y dirigir la Banda Lamas. Ese fue el año en el que compuso Mirando al Lago, inspirado en el lago de Maracaibo, donde estuvo un año antes, y Conticinio, su obra de mayor repercusión internacional, que ya cumplió 100 años.
Conticinio: el segundo himno de los trujillanos
El vals Conticinio es reconocido como el segundo himno de los trujillanos, quienes lo consideran un vocablo de virtudes en su hablar cotidiano con el cual reflejan el orgullo que sienten por Laudelino Mejías, su admirado y querido paisano.
Imposible dejar de reseñar la descripción hecha, sobre la inspiración de Laudelino para crear su vals más famoso, en el libro La Música Trujillana: Historia, Caminos y Pisones, escrito por Don Luis González: “ Conticinio es un mensaje de la tierra, recogido en la quietud de una madrugada luminosa de la montaña, por las manos del Maestro Mejías”, quien “una noche se quedó ensimismado, evocando desde Valera la majestuosa serenidad de las noches de luna de la Quebrada de los Cedros, que desde su niñez le habían servido de refugio para sus disquisiciones artísticas”.
“Creyó escuchar en medio de esta evocación, como otras veces, las sencillas notas musicales que se desprenden de las aguas como un himno permanente de la montaña –continua el relato – le pareció sentirse rodeado una vez más por la acogedora quietud de aquel paisaje familiar, testigo de sus sueños; se vio tentado así de cerca por el sortilegio de una extraña inspiración; tomó lápiz y papel, entre dormido y despierto, y con asombrosa facilidad, como si estuviera copiando algo que ya se sabía de memoria, trazó a grandes rasgos la melodía”.
El maestro dejó más de 300 composiciones
Compositor prolífico, el maestro Laudelino Mejías dejó más de 300 obras, de acuerdo a sus biógrafos. La mayoría de sus composiciones son de música popular e inspiradas en el ambiente y las leyendas del estado andino donde nació, pero también creó los poemas sinfónicos Trujillo y Mirabel.
Además de los ya mencionados Conticinio y Mirando al Lago, en su repertorio destacan los valses: Silencio Corazón, Alma de mi Pueblo, Canto a mis Montañas, Imposible, En las horas, Merceditas, Despertando, Isabel, Amaneciendo, La voz del corazón, Anocheciendo, Trujillo, Noche de Luna y Déjame Soñar. También son conocidos los pasodobles: Cielo Andino, Murmullos del Castán, De Trujillo a Boconó, La Negra Malcriada y El Mocho Leopoldo.
“Lo que hizo fue templar las cuerdas de su exquisita sensibilidad, para traducir a un fascinante idioma de vibraciones el colorido de las cosas visibles y la misteriosa intimidad de las abstractas. Creaciones tan llenas de armonía, tan suavemente entretejidas las variaciones, que la alegría o la tristeza que podamos sentir al escucharlas, no emana de su particular esencia sino del propio estado emocional”, dijo sobre su obra, el poeta Raúl Díaz Castañeda.
Compositor de música popular, aun cuando se cuentan también en su obra hermosos trozos de música seria como Canto a mis montañas, Alma de mi pueblo y los poemas sinfónicos Trujillo y Mirabel, inspirados todos en el ambiente y en las leyendas de su tierra.
Siempre volvía a su amado Trujillo
El llamado de la tierra hacía que Laudelino Mejías siempre volviera a su amado Trujillo. Así en 1924 regresó para dirigir la banda Sucre, que con más de 50 ejecutantes llegó a ser la segunda banda de la República, después de la de Caracas. Entre 1930 y 1933 dirigió la banda Dalla Costa, de Ciudad Bolívar, a la que dio un significativo impulso al elevar sus ejecutantes de nueve a 40.
A partir de 1933 regresó a Trujillo para continuar al frente de la banda Sucre y seguir componiendo música de diversa factura. Pero la última parte de su vida la vivió en Caracas, donde también trabajó como profesor de clarinete, armonía y teoría y solfeo. En la capital venezolana falleció el 30 de noviembre de 1963, a los 70 años.
Entre sus alumnos estuvo Alirio Díaz, el futuro destacado maestro de guitarra clásica, quien lo calificó como “un gran creador y maestro por excelencia”, y quien ha interpretado algunas de sus composiciones.
Galardonado en vida con reconocimientos nacionales e internacionales, como el título de «Maestro Académico Honoris Causa», conferido por la Academia de la Música de Roma, para el maestro Laudelino Mejías nada fue más importante que el inmenso amor de su pueblo que aún mantiene vivo su recuerdo y su legado, el cual es expresión viva y latente de la cultura regional a la que siempre se dedicó con pasión y entrega.
Con información de Diario de los Andes, Correo del Orinoco y Hive.Blog
Fotos cortesía de Diario de los Andes, Correo del Orinoco y El Tiempo
No te pierdas
> Conticinio, un siglo celebrando el silencio de la noche
> Alirio Díaz, su guitarra y los arpegios del corazón
> El encanto de tres estampas trujillanas