Sus dedos largos, flexibles, virtuosos se conjugan con las seis cuerdas en exquisita armonía, con sus acordes, su punteo y sus arpegios. No solo sus manos sino todo él, son parte del instrumento y viceversa. El intérprete es Alirio Díaz, prodigio de la guitarra clásica de Venezuela y el mundo.
Su guitarra formaba parte de él expresó una vez, caminaba en sus zapatos y respiraba en su pecho. “Todo el cuerpo se compromete al tocar una guitarra y esto exige una determinada sensibilidad – me refiero a una sensibilidad corporal- (…) Mi cuerpo acaricia el instrumento y su sonido acaricia a quien lo oye”.
Aunque hoy reposa en la “Carora de sus sueños”, ciudad que lo acogió a los 16 años cuando salió a las tres de la mañana de la casa paterna en busca de educación y cultura, su legado musical permanece para el disfrute de todos, como fuente de inspiración y formación de los jóvenes músicos, gracias a los archivos fílmicos y sonoros.
De la tierra desértica brotó
Alirio Martín Díaz Leal vino al mundo con un don y la melodía en los genes. Talento que se nutrió desde la niñez temprana con la musicalidad de La Candelaria, un caserío ubicado a 30 kilómetros de Carora, donde nació el 12 de noviembre de 1923.
La música era parte de esa tierra desértica, caliente, en los cantos de salves mientras trabajaban la tierra, en las noches y fines de semana cuando sus pobladores se reunían para tocar el cuatro, la guitarra, el violín, el bandolín, el tambor o las maracas, a cantar y bailar. Creció escuchando joropos, merengues, valses.
Su padre Pompilio Díaz, fue un gran cuatrista, y su abuelo tocaba la guitarra y el violín. “Todo el mundo en mi familia tocaba y bailaba muy bien”, contó en una entrevista.
Una guitarra a su imagen y semejanza
El cuatro fue el primer instrumento de Alirio Díaz, tenía seis años. La primera melodía que aprendió de odio fue El ausente, un vals venezolano que ya siendo un concertista de renombre mundial, grabó en un disco titulado Melodías larenses.
Cuando llegó a Carora, con 16 años, tercer grado de instrucción primaria y una caja llena de libros, fotografías, algo de ropa, sus alpargatas nuevas y otros tesoros, ya tocaba la guitarra, también de oído. Allí, bajo la guía de Cecilio Zubillaga Perera, Don Chío, terminó la escuela mientras trabajaba como portero en el cine Salamanca.
Su intención era estudiar el bachillerato en Barquisimeto, la capital del estado Lara, pero su padre espiritual, como el maestro llamaba a Don Chío, lo hizo desistir de esa idea y partió a Trujillo con una carta de recomendación, donde inició su formación musical.
De Trujillo para Caracas
Los primeros conocimientos de armonía, teoría y solfeo los recibió del maestro Laudelino Mejías, compositor del vals Conticinio con letra del barinés Egisto Delgado.
Mejías le enseñó a tocar el saxofón y el clarinete, lo que le permitió a Alirio Díaz ser saxofonista en la banda del estado, dejar el trabajo como tipógrafo de la imprenta estatal y dedicar más tiempo a estudiar guitarra.
Durante su permanencia en Trujillo el maestro también aprendió inglés y mecanografía. Pero no fue el único idioma que aprendió, hablaba con fluidez el italiano, el francés y el portugués. Además, tenía conocimientos de latín y griego.
Su espíritu de superación y sed de aprender lo llevaron a Caracas. En 1945 ingresa a la Escuela Superior de Música donde estudió historia y estética de la música con Juan Bautista Plaza, armonía con Primo Moschini y Vicente Emilio Sojo, teoría y solfeo con Pedro Ramos y guitarra con Raúl Borges.
En esa época participó en la Banda Marcial de Caracas, dirigida por Pedro león Guitiérrez, como ejecutante del clarinete, que dirigía el maestro Pedro León y también como tenor en el Orfeón Lamas, por invitación del maestro Sojo.
De España e Italia a los cinco continentes
Partió a España en 1950, con una beca del Ministerio de Educación, para perfeccionar sus conocimientos del instrumento. Allí estudió con Regino Sainz de la Maza, uno de los mejores guitarristas de ese país.
“Yo tenía una técnica sin mácula, buena inspiración y dominio del instrumento”, manifestó Alirio Díaz.
Mientras estudiaba en Madrid se entera que Andrés Segovia, virtuoso de la guitarra clásica, también español y a quien había estudiado en Caracas, dictaba cursos en Academia Chigiana de Siena. Sin pensarlo mucho abordó un tren, en 1951, con destino a esa ciudad italiana.
Segovia se impresionó con el más viejo de sus cinco estudiantes. En ese momento, Alirio Díaz tenía más técnica y era poseedor de un nutrido repertorio con una cantidad de obras que no tocaba nadie. Italia marcó el comienzo de su carrera como concertista.
Su primer concierto de guitarra lo había dado en 1950, cuando tenía 27 años.
Tres años después de cursar estudios, Díaz asume el rol de asistente de Andrés Segovia, sustituyéndolo al frente de los cursos de guitarra mientras el maestro estaba de gira.
“Segovia me abrió las puertas del mundo. Entonces tomé conciencia de lo que tenía, de mi propio talento y de mis capacidades; de paso, encontré mi personalidad como concertista”, afirmó.
Después de ofrecer numerosos conciertos en Europa, viajó por todos los demás continentes, siempre con la satisfacción y el orgullo de que el nombre de Alirio Díaz iba por el mundo aliado al nombre de Venezuela.
Su amor por Venezuela
El virtuosismo de Alirio Díaz en la ejecución de la guitarra clásica continúa deslumbrado después de su partida física el 5 de julio de 2016. Es considerado uno de los grandes intérpretes del siglo XX, con un legado tan variado como lo fueron los repertorios de sus conciertos, ricos en música europea, latinoamericana y venezolana.
La ampliación del repertorio universal de la guitarra con la incorporación de obras venezolanas es solo una parte de su obra: piezas llaneras, zulianas, guayanesas, larenses, andinas, centrales y en todos sus géneros villancicos, aguinaldos, joropos, valses, golpes, merengues, canciones.
Gracias a su empeño por resaltar nuestra música y tradiciones, las composiciones de Antonio Lauro, Vicente Emilio Sojo e Inocente Carreño se conocen en el mundo, son interpretadas por excelsos ejecutantes y forman parte de las audiciones de varios conservatorios superiores de música internacionales.
La música fue la pasión de su vida y la asumió como ejecutante, arreglista e investigador. Fue un ávido lector, escribió artículos, ensayos, entre los que destacan el autobiográfico «Al divisar el humo de la aldea nativa» y “Vestigios artísticos de los siglos XVI y XVII vivos en nuestra música folklórica”; así como el libro «Música en la vida y lucha del pueblo venezolano».
Con información de Fundación Alirio Díaz, Crear en Salamanca, Revista Musical de Venezuela y Revista Sic
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