En la Caracas de 1950 no era común que las mujeres se dedicaran a actividades como el cine. En ese contexto surgió la figura de Margot Benacerraf, primera cineasta venezolana de quien se tiene registro, cuyas películas además, tienen un gran valor para el séptimo arte nacional, latinoamericano y mundial, por su carácter vanguardista y novedosas técnicas narrativas.
Benacerraf construyó en gran medida las bases del cine venezolano, no sólo por las nuevas técnicas, que serían tomadas y desarrolladas por directores que vinieron después, sino además como inspiración para muchas mujeres que, posteriormente, se convertirían también en grandes exponentes de la cinematografía criolla.
Aunque nunca buscó el aspecto frívolo de la fama, su éxito en el mundo del cine la llevó a vincularse con ilustres personajes del mundo del arte de su época como Pablo Picasso, Gabriel García Marquez, Henri Langlois, Luis Buñuel, Alejo Carpentier, María Teresa Castillo y muchos otros.
Esta gigante del cine, fundadora de la Cinemateca Nacional, ha sido durante toda su vida, una trabajadora incansable a favor de nuestra identidad cultural y de la expresión de la venezolanidad. Lo que se evidencia en sus películas, como por ejemplo, con la presencia de detalles tan pequeños, pero tan significativos, como las imágenes de los pies llagados de los trabajadores de las salinas de Araya, hasta las historias y obras de grandes creadores venezolanos como Armando Reverón y Miguel Otero Silva.
Su legado no solo sigue vivo, sino activo porque Margot Benacerraf aún se mantiene trabajando por lo afirmativo venezolano.
Dejó todo por el cine
La primera cineasta venezolana nació en la ciudad de Caracas el 14 de agosto de 1926, en el seno de una familia de inmigrantes adinerados, lo que le valdría más tarde ataques personales. A mitad de la década de 1920, las expectativas para una mujer no eran muchas, pero según reflejan sus biografías, Margot Benacerraf tuvo, desde muy joven, un carácter poco convencional y manifestó un profundo amor por las artes.
Egresó de la primera promoción de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Venezuela en 1947. El descubrimiento del cine, posteriormente, causó un impacto tan grande en ella que, como lo ha manifestado en diversas oportunidades, que lo dejó todo para dedicarse al séptimo arte, impresionada con lo que se podía hacer.
Un viaje familiar a París, en 1949, se transformó en una oportunidad para iniciar sus estudios de cine en el Instituto de Altos Estudios Cinematográficos, donde ingresó luego de exigentes pruebas. También se formó como directora de teatro en New York.
A Reverón no le gustó el final
El rodaje de su opera prima Reverón, obra poética sobre el mágico universo del artista plástico venezolano, comenzó en noviembre de 1951. La película fue estrenada al año siguiente en el Festival Internacional de Documentales de Arte de la Universidad Central de Venezuela, donde ganó el Primer Premio.
A partir de los elogios de un crítico francés en la revista Cahiers du Cinema, Reverón tiene éxito inmediato e inaugura el primer cine de arte y ensayo en los Campos Elíseos de París. La película fue invitada a participar en Cannes y en otros eventos cinematográficos, donde fue reconocida con una mención especial en el Festival Internacional de Berlín y el premio Cantaclaro del Círculo de Cronistas Cinematográficos de Caracas, ambos en 1953.
Armando Reverón estableció una cercana relación con la cineasta durante la filmación, realizada en sus espacios de vida y creación. Benacerraf ha contado que Reverón quiso dirigir el final del filme, pero ella mantuvo su propuesta original, por lo que al artista no le gustó la película.
Reverón causó mucho impacto en Caracas, pues no era común que las mujeres de la época, incluso las más preparadas, se dedicaran a actividades como el cine. A raíz del éxito de esta película, conoció a Pablo Picasso en su estudio de París, a quien filmó durante su estancia de 3 meses en el sur de Francia, pero el material se perdió.
Documental parece, ficción es
Margot Benacerraf inicia, en 1958, la filmación de Araya, en la que muestra, con una estética vanguardista, la faena en las Salinas de Araya y que la hizo merecedora del Premio Internacional de la Crítica y de la Comisión Superior Técnica, en el décimo séptimo Festival de Cannes, al año siguiente.
Aunque fue catalogado como documental, la cineasta ha aclarado en múltiples ocasiones, que trabajó con una estructura de película de ficción, con un guión y puso a sus personajes a actuar, dejando ciertas aperturas para incluir cualquier novedad.
Con la idea original de hacer una película con tres historias de navidad, Margot Benacerraf se topó con una imagen de Las salinas de Araya que disparó su proceso creativo y se puso a investigar por varias semanas. El propósito era descubrir la importancia de es sitio, considerado en 1500 las salinas más grandes del mundo. Los datos investigados y el valor del lugar quedaron reflejados en detalles tan pequeños como una frase en el prólogo: “Y la sal era más preciosa que el oro”.
Después de una complicada travesía, llegó a Araya, se inspiró en el lugar y su gente para recrear la historia de tres familias en tres pueblos distintos. “Empecé a manipular todo eso porque creo que un autor tiene derecho a trabajar la realidad“, dijo Margot Benacerraf.
Una voz nueva
“Y todo allí era desolación”, es la grave voz de José Ignacio Cabrujas, la que durante los primeros minutos de la película describe Araya, mientras las imágenes descubren detalles de la vida en Las salinas, región del estado Sucre donde la única fuente de ingresos era la extracción de sal. Pies llagados mostraban la dura realidad del trabajo de los habitantes del lugar.
“Yo digo que es una película poética pero con un gran contenido social. Nunca hay una queja en Araya porque esos hombres, esa gente, lo que tenía, y es lo que más me impresionó junto con el castillo, es dignidad”, expresó la autora.
Para hacer la película trabajó con un solo camarógrafo, Giuseppe Nisoli, logrando una obra con potencia visual, pieza fundamental del patrimonio cultural venezolano y mundial. Un legado para la historia, un documento que difunde la realidad de los humildes pobladores de Las salinas.
Irónicamente fue criticada en Venezuela por su matiz ‘afracensado´ y su falta de denuncia. “Era una voz nueva. No estaba haciendo la película más fácil de todas”, dice Benacerraf acerca de su visión cinematográfica, muy alejada de la usual demagogia visual de las películas de ese momento. “¿Pero qué más denuncia? A veces me pregunto, ¿es que no la vieron? “, manifestó refiriéndose a la película.
Además de ser galardonada en el XII Festival de Cannes de 1959, Araya dejó su impronta en el cine novo de Brasil y en Europa, donde la crítica la aplaudió casi unánimemente. Glauber Rocha, famoso director brasileño, dijo que admiraba la osadía con la que la autora se atrevió a hablar sin refugio y sin demagogia, de una realidad latinoamericana.
Trabajadora incansable
En 1953 Benacerraf trabajó con la Unesco en un centro audiovisual (Crefal) en México, país en el que se sintió, por primera vez, latinoamericana. Entre 1955 y 1956, quiso hacer Casas Muertas de Miguel Otero Silva y trabajó con el propio autor, en un guión que más tarde entregarían para su producción a Manolo Barbachano, quien realizaba, en México, un nuevo tipo de cine latinoamericano.
Dedicada a trabajar por la cultura venezolana, en 1965 Margot Benacerraf asume la dirección del departamento audiovisual del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (INCIBA), donde desarrolla proyectos con el Centro Nacional de Cinematografía y el Ministerio de Cultura francés.
Gracias a ella se comenzó la promoción del cine venezolano en el extranjero y la profesionalización del trabajador del cine en el país. Tomando como base la formación y experiencia obtenida, bajo la mentoría de Henri Langlois (fundador de la Cinemateca Francesa), crea el 5 de mayo de 1966 la Cinemateca Nacional, institución que dirigió por tres años consecutivos. Además, en 1964 participó en el inicio del proceso para la promulgación de una ley de cine, que culmina su primera etapa en mayo de 1967.
Legado que continua
El trabajo de esta figura clave del cine venezolano no se detuvo. En 1988 participó activamente en la creación de Festival de Cine Latinoamericano de Biarritz, siendo su presidenta en la primera edición efectuada en el año 1991.
Se suman a su legado dos videotecas para la Universidad Central de Venezuela, una en 2012 para la Escuela de Artes y otra en 2018, en la Biblioteca de su alma mater. Su trayectoria como piedra fundacional del cine venezolano y gerente cultural, fue reflejada por el director Jonathan Reverón en la película documental Madame Cinéma (2018).
Con motivo del 60º aniversario del histórico triunfo que obtuvo con su película Araya en el Festival de Cannes de 1959, la Casa de América de Madrid organizó el año pasado, un homenaje a la cineasta venezolana.
La fuerza del sonido
Una parte del legado de Margot Benacerraf es el tratamiento del sonido como elemento expresivo. “Tenía esa obsesión porque el sonido es lo que menos se ha investigado en el cine,” expresó. En Reverón, cuenta la cineasta, mezcló de cinco a seis pistas para transmitir el profundo mundo de las capas mentales del artista.
“Yo pretendo que el sonido adjetive a la imagen, la subraye, le dé una profundidad que la imagen todavía quizás no tiene a veces”. Eso es, precisamente, lo que logró en Araya, al mezclar subfondos con sonidos de varios mares del lugar (mares tranquilos y de fondo) para darle la profundidad al subfondo de las intensas escenas de la película.
Margot Benacerraf, la primera cineasta venezolana, está grabada en la cultura venezolana por su pasión y dedicación al séptimo arte durante una vida digna de admiración, una voz novel en su momento pero plenamente vigente hoy, en lo afirmativo venezolano.
Con información de The Amaranta, Opinión y Noticias, Embajada de Francia y Programa Ibermedia
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