El Orinoco y el Delta fueron la fuente más poderosa de inspiración de Alirio Palacios. Uno de los artistas plásticos venezolanos más versátiles tuvo, en la vibrante y bella naturaleza de su tierra natal, el origen de su fuerza creadora y expresiva.
Durante sus viajes por mundo con el fin de ampliar y profundizar su aprendizaje como artista, bien sea para cursar estudios formales o investigar sobre las esculturas en piedra, siempre estuvo presente la memoria de su origen.
La fecunda obra de este creador, figura emblemática del arte venezolano del siglo XX, abarca el dibujo, el grabado, disciplina artística de la cual es uno de los principales exponentes en nuestro país, la pintura, la escultura y el diseño gráfico.
Sobre él dijo el también artista plástico venezolano Alejandro Otero: “Alirio es el único caso que conozco en que una sensibilidad y una experiencia de pintor, en lugar de resolverse en la tela, por la pintura o directamente sobre el papel, por el dibujo, se resuelve por el buril a través de la plancha grabada o por otras técnicas propias de este medio gráfico”.
La huella deltaica del Orinoco
Alirio Palacios vino a este mundo en diciembre de 1938 en el Volcán, poblado muy cercano a Tucupita, capital del estado Delta Amacuro. Entidad federal que es abarcada en su totalidad por el delta del Orinoco, el gran río que discurre por nuestro país y cuya desembocadura se extiende algunos kilómetros cuadrados más hasta los estados Monagas y Sucre.
“Vengo del delta del Orinoco, de un estado hermoso. Allí nací yo, entre esas aguas, llanuras, esos campos verdes maravillosos (…) Yo estoy muy orgulloso de haber nacido en esa tierra, en esa atmósfera que le ha dado a mi vida fuerza, equilibrio y poder para poder crear, allí baso el arte”, afirmó el artista plástico, maestro del grabado.
Creció entre Tucupita, el campo petrolero de San Tomé y El Tigre, ambas ciudades del estado Anzoátegui. Su vocación surgió temprano en una familia donde había otros artistas y una tía que era maestra y lo alentó a dibujar. Estudió educación secundaria en El Tigre. De su infancia emergieron los paisajes de Casacoima, un hato que tenía su familia tenía en el Delta. Hermoso espacio natural que fue inspiración para la serie de obras realizadas entre los años 70 y 80 que tituló “Memorias del latifundio”, donde integró el paisaje y el retrato.
“Allí había también muchos personajes bellos, pescadores, llaneros, también había animales salvajes y siembras no sistematizadas, hechas como rastrojos. El paisaje de Casacoima era muy hermoso (…), comencé a retratar personajes, parte del paisaje, animales. Después de esta serie empecé ya con personajes solos: herejes, aparecidos, etc (…) Nada en mi obra ha sido inventado por mí, la memoria es la base fundamental para mi creación, dijo Alirios Palacios en una de las tantas entrevistas que concedió.
Arte puro, artes gráficas y el grabado
El joven deltano viajó a Caracas a principios de la década de 1950. Ingresa en la Escuela de Artes Plásticas y Aplicadas de Caracas, donde cursó estudios en la Sección de Arte Puro y Artes Gráficas entre 1954 a 1960. Durante esos años recibió una educación integral, aprendió sobre la pintura y escultura, sus técnicas, herramientas y materiales, conoció la historia de las artes plásticas. Pero también se adentró en las artes gráficas, punto de partida para su formación posterior como grabador.
Tuvo como profesores, en la Escuela de Artes Plásticas y Aplicadas, a Alejandro Otero, Mateo Manaure, Juan Vicente Fabbiani, entre muchos otros. En la XXII edición del Salón Oficial Anual de Arte Venezolano, realizada en 1961, Alirio Palacios es reconocido con el Premio Henrique Otero Vizcarrondo y viaja a Roma, Italia, con una beca otorgada por el gobierno de ese país para continuar su formación como pintor Academia de Bellas Artes.
Posteriormente, Alirio Palacios se va a Pekín, hoy Beijing, becado por el gobierno de China, donde estudió grabado en la Universidad de Bellas Artes. Al culminar, en 1965, regresa a Venezuela y trabaja con Alejandro Otero en el Taller de Diseño del INCIBA.
Entre los años de 1968 y 1975, viaja a Alemania (Berlín), Suiza (Ginebra) y Polonia (Varsovia y Cracovia) para especializarse en técnicas específicas: aguafuerte, aguatinta, punta seca, intaglio, barnices y mezzotinta, convirtiéndose en un experto del lenguaje y los recursos del grabado.
China: Una bella y significativa experiencia
Llegó a China con el interés de estudiar escenografía de teatro, pero hubo un giro inesperado y decidió ingresar en la escuela de grabado de la Universidad de Bellas Artes de Pekín. Una disciplina que también le interesó, mucho más después que descubrió aquel arte milenario: La xilografía.
Allí conoció el papel y sus inimaginables posibilidades de aplicación. Su fascinación y amor por ese soporte creció con el tiempo, se volvió un experto conocedor de sus propiedades, el peso, color, contextura, tamaño y resistencia según lo proyectaba crear.
También el negro humo, una tinta hecha a base de huesos quemados que produce un negro profundo, aterciopelado y absoluto. Lo aprendido en las clases de dibujo sobre negro fue fundamental. Dijo el maestro venezolano del grabado: “Me enamoré del color negro, lo profundicé y lo integré a mi técnica, utilizándolo (…) en todo mi trabajo”.
Palacios afirmó que su estadía en China fue una experiencia vital y fascinante, la más bella de su vida. Representó un cambio radical, tuvo que apartarse de toda la educación occidental, asumir y estudiar con rigurosidad el punto de vista plástico oriental, que tiene diferencias filosóficas, conceptuales y técnicas. “¿Qué hubiera sido de mí, frente a esa cultura milenaria, sin las raíces de mi Delta nativo?”.
Con información de Centro Internacional de Arte de las Americas, Blog Katherine Chacón, Periodistas en Español y Registro Nacional Voz de los Creadores.
Otra fuente:
«Me lo dijeron los pájaros, un texto sobre Alirio Palacios por Josefina Nuñez» en Prodavinci
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