La fuerza telúrica de su naturaleza, su potencia espiritual e impecable técnica, catalogada de osada por algunos, hicieron de Teresa Carreño una artista prodigio, sin parangón.
Trabajadora incansable y considerada como una de las grandes pianistas de todos los tiempos, la insigne caraqueña también fue compositora, directora de orquesta, cantante lírica y maestra.
La particular y acabada técnica con la revolucionó los escenarios a finales del siglo XIX y principios del XX, descrita por ella como el arte de «jugar con el instrumento», le valió en vida el reconocimiento de destacados compositores de la época.
Durante una carrera artística de más de cinco décadas, iniciada con su primer concierto público en el Irving Hall de Nueva York a los nueve años, fue bautizada por los críticos como “La niña prodigio del piano”, “La Carreño”, “Leona” y “Valquiria” del piano.
La niña prodigio caraqueña
María Teresa Gertrudis de Jesús Carreño García era caraqueña, nacida el 22 de diciembre de 1853 en el seno de una familia con una larga y versátil tradición musical. Su abuelo paterno, padre, tíos y primos se destacaron como músicos de la capilla catedralicia desde su infancia.
Hija de Manuel Antonio Carreño, organista, pianista, compositor y maestro de capilla, cargo que ocupó desde la muerte de su padre hasta el 18 de junio de 1841. Su madre, Clorinda García de Sena y Toro, era familia de María Teresa del Toro, esposa de Simón Bolívar.
La nieta de Cayetano Carreño, hermano de Simón Rodríguez, teniente organista y Maestro de Capilla de la Catedral de Caracas, fue una niña prodigio en su ciudad natal, donde tocaba el piano e improvisaba «delante de las visitas, los periodistas y los diplomáticos amigos de su padre».
De Caracas a Nueva York
Desde los tres años estaba familiarizada con el instrumento. Cuentan que a los cuatro, “tocaba con la mano derecha y luego se acompañaba con la izquierda, diferentes piezas de baile que oía interpretar a otros”. Dotada de musicalidad innata, gran memoria y una asombrosa destreza técnica a tan corta edad, Teresita fue noticia de primera página en los periódicos caraqueños.
Con tan solo seis años ejecutaba a diario los más de 500 ejercicios que su padre, el primer maestro, preparó para ella. Gracias a esa formación inicial, a los ocho años podía “interpretar obras de enormes dificultades técnicas y expresivas como el Capricho Brillante, op. 22, de Felix Mendelssohn”.
Por circunstancias adversas, tanto económicas como políticas, la familia Carreño viaja a Nueva York en 1862. Cuatro meses después de su llegada, el 25 de noviembre de 1862, ofrece su primer concierto en el Irving Hall. Iniciaba Teresa Carreño su carrera artística con apenas 9 años y la opinión favorable de la crítica, compositores e intérpretes.
Posteriormente, actúa como solista con la Orquesta Filarmónica de Boston, da un concierto en la Casa Blanca por solicitud del presidente Abraham Lincoln, otras ciudades norteamericanas y Cuba, antes de partir a Europa donde continuó su formación.
La Carreño en Europa
La familia Carreño se establece en Paris en 1866, ciudad en la que debuta el 3 de mayo de ese año. Ese y otros conciertos fueron reseñados en la Gazette Musicale, acreditada revista de ese tiempo.
Entre las destacadas personalidades del ámbito musical que conoció en la capital francesa están Johannes Brahms, Charles Gounod, Camille Saint-Saëns y Antón Rubinstéin, con quien estableció una amistad y representó una importante influencia musical para la artista venezolana.
También de relacionó con el compositor italiano Gioachinno Rossini y la cantante lírica, Adelina Patti, quienes la motivaron a estudiar canto. Otra rama de la música en la que se inaugura con la ópera ‘Los hugonotes’ de Giacomo Meyerbeer.
Tuvo la oportunidad de tocar con el compositor y pianista austro-húngaro, Franz Liszt, a quien sorprendió con su habilidad y fuerza interpretativa.
Leona y Valquiria del piano
Su carrera como pianista continuó en ascenso y se consolida como concertista mundial a partir de 1889, luego de su debut en Alemania, 18 de noviembre con la Orquesta Filarmónica de Berlín, ciudad donde se estableció y fue acogida por sus habitantes.
A partir de ese momento los críticos la bautizaron como “Leona” y “Valquiria” del piano. La fuerza telúrica de Teresa Carreño, sus prodigiosas manos sobre el teclado, poderío interpretativo asombraban al público y a la crítica.
El compositor y educador alemán, Rudolf Marie Breithaupt, se expresó en los mismos términos: «Su sangre hace su arte, su fuego hace su fuerza, su poder. Todo su genial instinto para el piano no valdría nada si no poseyera esa sangre y ese brillo. El fuego de una caraqueña, el volcán de un alma del Sur, estos dos elementos unidos a un ritmo de acero, hacen de ella un coloso, ante el cual se inclina el mundo entero. Su raza es su individualidad. Ella es la fuente de su dicción: su música y su arte se rigen por un principio dramático».
Posteriores giras por Estados Unidos, Canadá, México, República Checa, Holanda, Rusia, Bélgica, Escandinavia, Suiza, Cuba, México, Finlandia, Australia, Nueva Zelanda, Egipto, Italia, Gran Bretaña, Polonia y África del Sur, entre otros países, confirmarían su bien ganada fama como la mejor pianista de su tiempo.
Más que una pianista excepcional
La Teresa Carreño compositora, labor desarrollada fundamentalmente en su infancia y juventud, es poco destacada en sus biografías. Sin embargo, dejó unas 70 composiciones.
«Cuarteto para Cuerdas en Si Bemol», «Bal en reve Opus 26», «Himno a Bolívar» «Vals a Teresita», «Saludo a Caracas» son algunas de sus obras.
Aunque no tuvo suficientes alumnos como para legar una tradición, uno de sus discípulos, el destacado pianista alemán Egon Pietri, fue ejemplo de que las ideas pedagógicas de la artista venezolana, “revelan una mente preclara, que teóricamente como maestra la colocan a la par de pioneros incomprendidos como Simón Rodríguez”, escribió Benjamín Jenne en el libro Teatro Teresa Carreño. XV Aniversario.
La última cita con la música
Fue en La Habana, ciudad desde donde iniciaría una gira por Suramérica que por supuesto incluía a Caracas, donde la Leona o la Valquiria del piano tuvo su última cita con la música.
Jamás imaginaron quienes asistieron a la Sala Espadero el domingo 18 de marzo de 1917, que este sería el último concierto de Teresa Carreño. Ya se sentía indispuesta, pero decidió cumplir con el público y tocó de forma magistral.
Aunque tenía otros conciertos programados, por recomendación de los médicos que la atendieron, regresó a Nueva York su lugar de residencia desde 1916. Le diagnosticaron parálisis parcial del nervio óptico que podía extenderse al cerebro.
Reposo absoluto y dieta fue la prescripción de los galenos. El 12 de junio de 1917, a los 64 años, cambió de paisaje, aún con los cuidados y cumplimiento estricto del tratamiento médico. Poco antes de su fallecimiento había expresado el deseo de que sus cenizas reposaran en Caracas. Sus restos fueron trasladadas al país en 1938, y desde 1977, reposan en el Panteón Nacional.
Con información de La Página de Teresa, Memorias de Venezuela y Revista Investigación de la UCV
Fotos de la Colección Fondo Documental Teatro Teresa Carreño
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