Visionario, ecléctico, humanista, docente, crítico, realista, simpático, jocoso y sensible a las realidades sociales, Carlos Raúl Villanueva fue un apasionado por hacer de la arquitectura una herramienta para satisfacer las necesidades del pueblo, al exaltar siempre la dimensión humana de esta disciplina, donde se conjugan el arte y la técnica.
Aunque nacido en Londres el 30 de mayo de 1900, a los 28 años el amor lo arraigó en la patria de su padre, el ingeniero civil y diplomático venezolano Carlos Antonio Villanueva. Sus primeros siete años de vida transcurrieron en la capital británica para luego vivir en Paris, pues su madre, Paulina Astoul, era francesa de origen vasco.
Reconocido como el más insigne arquitecto venezolano del siglo XX y el maestro de nuestra arquitectura moderna, Carlos Raúl Villanueva tuvo que superar el rechazo de la Escuela Nacional Superior de Bellas Artes de París, con tan solo 22 años. En su caso, la segunda fue la vencida y a los 28 ya era un arquitecto.
Encuentro con la Patria y el amor
Una vez graduado, Carlos Raúl Vilanueva decidió viajar a Venezuela. El primer encuentro con la tierra natal de su padre, con su propia patria, también fue el primer encuentro con el amor.
Corría el año 1933, era una tarde de domingo en el pabellón del hipódromo, cuando Villanueva vio a una esbelta joven caraqueña de nombre Isabel Margarita Arismendi, fue un flechazo a primera vista. Con ella se casó a los tres meses y vivió los restantes cuarenta y cinco años de su vida, hasta que la muerte los separó.
De su unión nacieron cuatro hijos: Francisco, Pepe, Paulina y Caruso. El profundo sentimiento hacia su profesión y su familia cimentó el arraigo de Villanueva por nuestra nación, en la que encontró una sociedad predominantemente rural. Pero llegó a comprender y adaptarse a nuestras costumbres, a nuestra lengua y al amor a la venezolana.
La arquitectura, el arte de organizar el espacio
Una vez instalado en el país, Villanueva comenzó a trabajar en el Ministerio de Obras Públicas con el cargo de Director de Edificios y Construcciones Ornamentales. A partir de ese momento desarrolló sus primeros movimientos bajo la premisa de que la arquitectura se basa en el arte de organizar el espacio.
La Venezuela gomecista fue un plano en blanco en donde encontró terreno fértil para trazar líneas de un estilo arquitectónico. Un estilo que resaltaba el uso ecléctico de elementos del neoclásico, colonial y morisco propios de nuestra arquitectura, combinados con formas neobarrocas y afrancesadas, propias de su formación académica.
De esa primera etapa que va de 1929 a 1938, destacan proyectos como el Hotel Jardín de Maracay (1929), la Plaza de Toros Maestranza César Girón en la misma ciudad (1931 a 1933), y el Museo de Bellas Artes de Caracas (1938).
Una gitana y su misión de vida
Se afirma que cuando tenía 14 años, a Villanueva le fueron leídas las cartas por una gitana de circo. En ellas se habrían visto en su futuro muchas casas, edificios y ciudades, lo que habría tomado el arquitecto en ciernes como una premonición de lo que sería su misión de vida.
«La arquitectura es acto social por excelencia. Arte utilitario, como proyección de la vida misma, ligado a problemas económicos y sociales y no únicamente a normas estéticas (…) Para ella, la forma no es lo más importante; su principal misión (es): resolver hechos humanos», afirmaba Carlos Raúl Villanueva.
Entre los años 1939 y 1949, inició la etapa que da nombre a la corriente conocida como modernismo en el que integra a sus obras, de forma gradual, la luz natural y la vegetación tropical; además de experimentar con modernas tecnologías en el uso de nuevos materiales de construcción como el concreto.
De este período, en el que destaca su interés por mejorar la calidad de vida de la gente y el respeto por el patrimonio natural, surgen proyectos de gran envergadura: la Escuela Gran Colombia (1939-1942), la primera etapa de la Ciudad Universitaria de Caracas (1944-1948) y la Reurbanización de El Silencio (1941-1945).
La propuesta modernista más elaborada
La síntesis de las artes es la propuesta modernista más elaborada de Carlos Raúl Villanueva. En ella conjuga la arquitectura con el arte (pintura, muralismo, escultura) y el paisajismo. El arquitecto soñaba con que sus obras fueran fuente de disfrute para los usuarios y que las creaciones artísticas mejoraran su calidad de vida al nutrir sus espíritus.
El mejor ejemplo de ello es la Ciudad Universitaria de Caracas. En su desarrollo, logró convertirla en una ciudad museo al aire libre, al combinar su trabajo con el de importantes artistas de talla mundial como Alexander Calder, Mateo Manaure, Victor Vasarely, Oswaldo Vivas, Alejandro Otero, Fernand Léger, Francisco Narváez, Jean Arp, André Bloc, entre otros.
Su amor por el arte era sólo comparable a su satisfacción de ver a la Ciudad Universitaria “repleta de estudiantes caminando y estudiando por algún pasillo”.
En el año 2000, la Unesco la declaró Patrimonio de la Humanidad por tratarse de un bien cultural de valor universal excepcional, merecedor de la protección de la comunidad internacional.
El diablo en “la casa que vence las sombras”
“Quien se atreva a hacer este proyecto que te estás planteando, eso de colgar las nubes como te imaginas en el techo del Aula Magna, o tiene un pacto con el diablo o ¡es el diablo!”, le dijo Alexander Calder al arquitecto cuando éste propuso colgar piezas de madera y metal simulando nubes en el auditorio de la UCV.
Villanueva no sólo logró ornamentar el espacio, sino que, colocadas con su peso específico, logró convertir esta importante y emblemática sala en una maravilla de la acústica, considerada en la década de los ochenta como una de las cinco mejores del mundo.
A pesar del significado oscuro que entraña el apodo dado por su estimado amigo Calder, para simbolizar la enorme empresa que se había propuesto al concebir la Ciudad Universitaria, el maestro Carlos Raúl Villanueva trasciende en el tiempo como el arquitecto de la luz y como el artífice de la “casa que vence las sombras”.
Docente comprometido
Carlos Raúl Villanueva fue un docente comprometido tanto con el desarrollo profesional de sus estudiantes como con la importancia de inculcarles valores ciudadanos. Insistía en que “un país no es un territorio, un país son sus habitantes, así que lo primero que han de ser es buenos ciudadanos”.
Sentía gran satisfacción de lo que llamaba su “obra espiritual”, es decir, la docencia. Fue fundador de la Facultad de Arquitectura de la UCV e impartió las cátedras de Composición Arquitectónica e Historia de la Arquitectura y Urbanismo.
Entre sus innumerables reconocimientos destacan el título de Doctor Honoris Causa de la UCV, en 1961; la Orden José María Vargas en su primera clase y fue el primero en recibir el Premio Nacional de Arquitectura, en 1963. Internacionalmente, fue galardonado con el Gran Premio en la Exposición Internacional de París de 1937 por la maqueta del Pabellón de Venezuela, hecha en colaboración con Luis Malausena, entre otros reconocimientos.
El 16 de agosto de 1975, víctima del mal de Parkinson murió Carlos Raúl Villanueva, el más insigne arquitecto del siglo XX. Un venezolano afirmativo e integral que, a través de la fusión de las artes con la arquitectura, la ciudad y la naturaleza, delineó para nuestra nación nuevos y coloridos escenarios.
Con información de IAM Venezuela, Ciudad Universitaria de Caracas, El Poder de la Palabra, Entre Rayas, UCV, Analítica y El Estímulo
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