El eterno conflicto entre el dogma y el método científico encuentra una tregua durante la vida de José Gregorio Hernández, en cuya trayectoria la fe y la ciencia se complementan, lo que le valió que el pueblo lo convirtiera en santo, pese a que nunca pudo ser cura.
Bachiller en Filosofía, médico, científico, políglota (hablaba latín, francés, alemán e inglés), músico, sastre y profundamente religioso, el doctor José Gregorio Hernández se encuentra en los altares de los venezolanos y las venezolanas desde hace casi 100 años por aclamación popular, que antes de la Edad Media era el acto espontáneo usado por la comunidad cristiana para elegir a sus santos, también conocido como vox populi.
En el ámbito formal del Vaticano, Goyo, como cariñosamente lo llama el pueblo, está más cerca de su canonización. A este Siervo de Dios y Venerable, en el que la ciencia y la religión van de la mano, recientemente le fue reconocido uno de sus milagros, lo que allana el terreno rumbo a ser declarado beato.
Medicina para ayudar a los que sufren
Nacido en Isnotú, estado Trujillo, el 26 de octubre de 1864, José Gregorio Hernández quiso estudiar Derecho, para administrar justicia, pero su padre lo convenció de elegir la carrera de medicina argumentándole que era la mejor manera de ayudar a los que más sufrían.
Indudablemente, don Benigno Hernández sabía que en su hijo mayor crecía maravillado por las fórmulas elaboradas en su botica para curar a los enfermos y la garantía de ayudar a los más pobres e indefensos mediante los valores cristianos que le inculcó su madre, doña Josefa Cisneros, a quien perdió antes de cumplir los ocho años.
Enviado a Caracas a los 13 años, se graduó de bachiller en Filosofía en 1888. Ese mismo año ingresó a la Universidad Central de Venezuela para cursos estudios de Ciencias Médicas. Graduado con honores volvió a Isnotú, donde ejerció la medicina con énfasis en la atención a quienes menos tenían.
El padre de la medicina moderna en Venezuela
Desde la Presidencia de la República le llegó la soñada oportunidad de profundizar sus estudios en París, Francia hacia donde partió a los 25 años. Con los conocimientos adquiridos en bacteriología, manejo del microscopio y la importancia del método científico, entre otros, regresó a Venezuela, donde marcó varios hitos y fue considerado el padre de la medicina moderna en el país.
En el entonces recién inaugurado Hospital Vargas, el doctor José Gregorio Hernández, quien trajo el primer microscopio a Caracas, instaló el primer laboratorio de Fisiología Experimental con lo cual se crearon las cátedras de Histología Normal, Patología y Bacteriología (la primera de Latinoamérica).
Con los aportes del doctor José Gregorio, la medicina empírica fue quedando atrás. Él se consagró como un experto en la interpretación de los exámenes de laboratorio, especialmente en el campo bacteriológico. Además destacó su faceta como investigador. Escribió artículos en El Cojo Ilustrado y publicó varios libros sobre sus investigaciones. Fue así como el doctor Luis Razetti lo seleccionó para integrar el grupo de los 35 fundadores de la Academia Nacional de Medicina.
Su entrega a Dios
Pero, los conocimientos del llamado padre de la medicina moderna de nada sirvieron cuando su hermano menor, Benjamín, enfermó de fiebre amarilla y murió, en 1894. Fue tanto el dolor y, quizás, la toma de conciencia de lo efímera que es la vida, que Goyo se entregó absolutamente a Dios, en un gesto de profunda humildad humana.
Desde entonces, en tres oportunidades trató de ser un religioso. En 1906, luego de 28 años como profesor universitario, pero sin tener la edad necesaria, solicitó su jubilación y preparó todo para ingresar a la Orden religiosa de los Cartujos ubicada en Italia.
Dos años más tarde ingresó a esta orden de donde salió nueve meses después, porque no pudo aguantar los rigores de la vida como monje y las bajas temperaturas. De vuelta a Venezuela, en 1909 se ordenó en el Seminario Metropolitano para obtener las sagradas órdenes, pero pudo más la petición de sus alumnos a esa institución para que el profesor Hernández volviera a las aulas.
El último intento fue unos cuatro años más tarde, cuando viajó a Roma, Italia, para ingresar en el Pontificio Colegio Pío Latinoamericano a fin de estudiar teología y derecho canónico. Pero cinco meses más tarde enfermó de tuberculosis y tuvo que abandonar. Se afirma que entonces se convenció de que Dios quería que su apostolado fuese como médico.
Se alistó como miliciano durante el bloqueo naval
Cuando en 1902, “la planta insolente del extranjero” profanó el “sagrado suelo de la Patria”, durante el bloqueo naval de Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania contra Venezuela, José Gregorio Hernández atendió el llamado del presidente Cipriano Castro y fue uno de los primeros en alistarse en las milicias de la parroquia Altagracia. Tenía 38 años.
Quienes le conocieron contaron que era un ciudadano ejemplar al que le gustaba la música. De hecho, tocaba el piano. También disfrutaba asistir a las retretas de la plaza Bolívar, donde se destacaba como buen bailarín.
Hay biógrafos que afirman que se enamoró de una joven cuando cursaba estudios de secundaria, pero no fue correspondido. De hecho se señala que no se casó por ocuparse de seis de sus ocho hermanos y su madrastra al morir su padre. Le gustaba tomar agua miel y comer hallacas en navidad.
El milagroso médico de los pobres
A José Gregorio Hernández no le gustaba trasladarse en automóvil. Sólo usó el que le asignaron durante la pandemia de la gripe española para abarcar a un mayor número de pacientes. El milagroso médico de los pobres empezaba el día orando. En las mañanas visitaba, a pie, a los enfermos para tener un contacto directo. Y en las tardes recibía a los pacientes de mejores recursos en su consulta a un precio de 5 bolívares. Además dejaba un recipiente para recabar dinero para los pobres.
De acuerdo a testimonios, podía sanar algunas afecciones con solo tocar al paciente. Veía a los pacientes de pie y se cruzaba los brazos sobre el pecho. A las visitas médicas únicamente llevaba un termómetro, su reloj y un pañuelo, el cual colocaba para auscultar. Hubo colegas que, en vida, lo llamaron santo porque reconocían su caridad y vida ejemplar.
Luego de fallecido, son miles los testimonios de pacientes y familiares que aseguran haber sido sanados por el doctor José Gregorio en sueños, durante una operación, en la habitación del hospital o la clínica. A veces lo describen con su traje y sombrero negros. Otras afirman que vestía como los cirujanos. Las anécdotas no distinguen raza o condición social. En todas partes, le rezan, le piden ayuda, le piden salud.
La devoción popular no para
La devoción del pueblo por su Goyo inició sin que pasara un mes de su muerte. A su tumba comenzaron a llegar hombres, mujeres, niños, adultos mayores a ponerle velas y pedir su ayuda; así como placas de reconocimiento al cumplirse la petición.
En 1966 fue construido el santuario de José Gregorio Hernández, en terrenos donde estaba su casa de Isnotú, estado Trujillo. En temporadas altas, entre 10 y 20 mil devotos lo visitan cada fin de semana. En los años 70 y tras un incendio en la tumba del Venerable, sus restos fueron exhumados y trasladados a la iglesia de La Candelaria, donde éste rezaba. Allí las visitas son diarias, pero más organizadas.
Paso a la inmortalidad
En la esquina de Amadores de La Pastora, el doctor José Gregorio Hernández pasó a la inmortalidad. Era el domingo 29 de junio de 1919, día en el que cumplía 31 años de graduado en medicina. Lo atropelló uno de los 700 vehículos que existían en el país, luego de atender una emergencia y de haber comprado medicinas a una paciente.
La causa para la canonización del médico de los pobres se inició formalmente en el año 1949, aunque fue impulsada un año antes por el sobrino del Siervo de Dios, Ernesto Hernández. El 27 de abril de este año, se anunció que la Comisión Teológica del Vaticano aprobó, por unanimidad, el milagro de Goyo en la adolescente Yaxury Solórzano Ortega, quien sufrió impacto de bala en la cabeza durante un intento de asalto en el año 2017.
Los médicos aseguraron que quedaría en estado vegetal, pero 20 días más tarde salió caminando del hospital, pese a que la tomografía indica una fuerte lesión cerebral. Ahora, el caso será evaluado por la comisión de cardenales y obispos. De ser favorable el voto, corresponderá al papa Francisco emitir el decreto y proclamar a nuestro santo de hecho, como beato para su eventual canonización. Sería el primer venezolano beatificado. Hasta ahora la distinción ha caído en tres mujeres: la Madre María de San José (1995), Madre Candelaria de San José (2008) y la Madre Carmen Rendiles Martínez (2018).
Con información de Panorama, Red Pres, Ministerio de Cultura y Crónica Uno
Fotos cortesía de Correo del Orinoco, Contrapunto y Crónica Uno
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