Nuestros pueblos originarios tienen una concepción cosmogónica del mundo que les confiere una visión poética y mítica de todo cuanto los rodea. Historias como la del árbol de la vida y otras leyendas indígenas, narran el origen de la tierra y de las maravillas naturales.
Un tesoro de la literatura oral que reúne mitos, cuentos y leyendas transmitidas de generación en generación para que nunca se olviden. Narraciones de una gran fuerza simbólica que dan cuenta de la riqueza cultural de los habitantes ancestrales de Venezuela, y son parte de nuestra identidad como pueblo.
Amalivaca, el mito Caribe de la creación, Las cinco Águilas Blancas y Waraira Repano, que narran el origen de estas montañas de Mérida y Caracas, así como la del “Pez caribe”, encomendado por el ser supremo para cuidar a sus hermanos, son algunos mitos y leyendas que conforman la literatura oral venezolana.
La concepción mítica del mundo por parte de los indígenas se vincula, mayormente, a sus actividades cotidianas por lo que los Warao, Piaroa o Wötjüja, Wayúu, Yekuana, Jivi, Ñengatú, entre otros pueblos originarios, determinan su vida a partir de esos conocimientos ancestrales.
Uno de las leyendas más conocidas e importantes es la que se refiere al gran árbol de la vida, una historia ancestral que explica el origen de los alimentos en el planeta y le confiere un carácter sagrado al tepuy Autana, ubicado en el estado Amazonas.
Kuawai, el árbol de la vida
En lengua indígena Kuawai significa “Árbol de la Vida”, nombre que los Piaroa dan al cerro Autana, símbolo de la creación de todos los alimentos, por lo que le guardan respeto y lo veneran como sagrado. Desde tiempos ancestrales, los Piaroa aseguran que con su caída se esparcieron todos los frutos sobre la tierra.
Esta historia se remonta a los tiempos de Rúa-Wahari, creador de todas las cosas, quien dio vida a los Piaroa, también llamados Dearuwa o Dueños de la selva.
Después de haber creado a los seres humanos, Rúa-Wahari hizo los frutos para que se alimentaran, todos concentrados en un árbol gigante. Para comer de él debían pedirle permiso pero un día, Rúa-Wahari se enteró de que Cuhicuchi estaba robando sus frutos a escondidas. Esto le causó tal enojo, que decidió derrumbar el árbol para que todos pudieran tener los alimentos. Comenzó por limpiar las áreas en las que caerían, las grandes sabanas que hoy se encuentran dentro de la selva.
Cortar el árbol de la vida
Para cortar el árbol Rúa-Wahari pidió ayuda a sus sobrinos, los hijos de Chejeru, pero se cansaron pronto y fueron a buscar agua, dejando el lado más duro del árbol a su tío. Cuando él también se cansó, los sobrinos lo enviaron lejos para tratar de tumbar el árbol ellos solos.
Se sorprendieron al ver que no caía, solo se tambaleaba. Desconocían que su tío tenía el árbol amarrado de un bejuco sostenido en el cielo. Primero mandaron a Cuchicuchi, quien aunque no pudo subir a lo alto del árbol, logró ver la cuerda que lo sostenía.
Luego mandaron a una ardilla vieja, Tuärü ́ka, pero no pudo alcanzar la cuerda. Por último, enviaron a una pequeña y hábil ardilla que subió con un hacha pequeña en su espalda. Dicen los Piaroa que debido eso, hoy en día la ardilla lleva su cola en la espalda.
Al llegar a los frutos la ardilla comió de todos aquellos que no había probado, antes de cortar la cuerda. Al caer, el gigantesco Kuawai causó un estruendo que estremeció al mundo entero. La ardilla logró saltar y aseguran que la pequeña montaña con la figura de este animal que puede observarse en el río Orinoco, es ella.
Cuando el árbol de la vida se desplomó sus frutos se dispersaron por todas partes del mundo, incluso en sitios que Rúa-Wahari no había planificado, por lo que en los espacios limpió quedaron las sabanas.
Tierra fértil
El gran Kuawai cayó hacia los lados de Manapiare, hoy en día una tierra tan fértil que las frutas crecen sin necesidad de sembrarlas. Al escuchar el gran ruido que hizo el árbol al caer, Rúa-Wahari corrió hacia allá y se montó en el tronco que quedó.
Los piaroa cuentan que el espíritu del creador encarnó en el cuerpo del danto y la lomita que se ve en el Kuäwäi, es el cuerpo completo de este animal.
Hoy, del inmenso árbol sólo queda el tronco que sobresale en medio de la selva amazónica, el Autana, “montaña sagrada” que guarda las voces ancestrales de los Piaroa.
La historia de los Jivi
De generación en generación, los Jivi cuentan la historia del Caliebirri-Nae Cudeido. Aseguran que los animales que habitaban el pueblo llamado Cudeido lograron tumbar el árbol de la vida y las semillas de todos los frutos se regaron sobre la tierra.
De acuerdo a sus creencias, los animales poblaron la tierra antes que el hombre y de cada animal, se desprendió un grupo humano.
Cuando el árbol de la vida cayó, los animales empezaron a comerse las frutas y lo hicieron por años hasta hasta su fin , por lo que recogieron las semillas y las sembraron. Así nació la agricultura. El tronco del Caliebirri-Nae es hoy el Cerro Autana.
El dueño de la luz
Otra leyenda indígena, tan conocida como la del “Árbol de la Vida”, es la del dueño de la luz. Historia ancestral narrada por los Warao.
Aseguran que al inicio de los tiempos se vivía en la oscuridad y la única luz, venía de las candelas de madera. Un Warao decidió buscar a un joven que se decía, era el dueño de la luz. Encomendó a su hija mayor que fuera por ella. La joven consiguió al hombre, pero se entretuvo jugando y regresó a casa sin su encomienda.
El padre envió entonces a su hija menor. Al llegar, la joven le dijo al señor de la luz que venía a conocerlo y estar con él para obtenerla. El hombre le dijo que la esperaba, le pidió que se quedara con él y le mostró la luz.
Durante mucho tiempo el dueño de la luz la sacó para jugar con la hija del jefe. Hasta que un día decidió regalársela. La mujer regresó con su padre, quien colgó la luz en uno de los troncos del palafito. Los grandes rayos iluminaron las aguas, las plantas y todo el paisaje.
La gente curiosa se acercó a ver la luz y el padre rompió la caja donde la guardaba, lanzándola a los cielos. La luz se convirtió en una gran masa que inundaba todo de claridad. La caja que guardaba la luz se transformó en la luna y ascendió a los cielos. De un lado quedó el sol y del otro la luna.
Viendo el indio que el sol había alumbrado solo tres horas, le dijo a su hija que le amarrara un morrocoy para que caminara más despacio. Desde entonces, el día dura doce horas.
La primera tejedora guajira
Tan popular como las anteriores, es la leyenda guajira que refiere al origen de la primera tejedora. Cuentan que el hijo de un rico cacique se encontró una niña muy pobre y la llevó a su casa para que viviera con su familia. Las hermanas del muchacho la trataban con desprecio a causa de su origen.
Una noche, al regresar a su casa, el muchacho consiguió un lindo chinchorro que alguien había tejido para él. Otro día halló una manta para la silla de montar, al siguiente, una faja tejida.
Sabía que sus hermanas no eran las autoras pues no conocían oficio. Curioso se propuso averiguar quién tejía los regalos, por lo que una tarde llegó más temprano y encontró una hermosa joven. De su boca brotaban muchos hilos que utilizaba para tejer. Atraído por su belleza intentó abrazarla, pero cuando ella notó su presencia, se convirtió en la niña que él había conseguido.
Le pidió que permaneciera siendo la joven para que fuera su esposa y, a pesar del rechazo de su familia, la niña aceptó y se casó con él. Una vez casados enseñó a tejer a sus cuñadas. Esto se fue transmitiendo por toda la Guajira hasta que todas sus mujeres aprendieron a tejer.
Las lágrimas eternas de Carú
Relata la leyenda que la princesa Carú de la tribu de Bailadores iba a casarse con el hijo del jefe de los Mocotíes. Pero un combate con los españoles le arrebató a su amado justo el día de su boda.
Dolida se abrazó a su cuerpo, segura de que el Dios de la vida de la montaña le devolvería el aliento. Lo cargó hasta la cumbre que habitaba la deidad pero al tercer día de viaje, la joven no pudo más y perdió las fuerzas: abrazada a su amado lloró, se durmió y finalmente murió.
Conmovido, el Dios de la montaña recogió las lágrimas de Carú, las arrojó al espacio para que todos los habitantes de la zona pudieran ver y recordar su amor y sufrimiento.
Este es el origen de la cascada de Bailadores, población agrícola y turística del estado Mérida.
Otras leyendas e historias indígenas
Es infinita la cantidad de historias y leyendas de nuestros pueblos ancestrales. El mosquito hombre, por ejemplo, es una leyenda Warao que explica el origen de todas las plagas. Otra historia Warao explica el origen del fuego y cómo ellos, que habitaban en el cielo, bajaron a poblar la tierra.
Las leyendas e historias de los pueblos originarios, como la del “Árbol de la Vida”, forman parte esencial de nuestra cultura. Evocan tradiciones que datan de tiempos ancestrales, su difusión mantiene viva la memoria, fortalece nuestra identidad y lo afirmativo venezolano.
Con información de Hablemos de Culturas, Venezuela Tuya y Letras Llaneras
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