“La Anaconda es la reina de todas las serpientes habidas y por haber, sin exceptuar al pitón malayo. Su fuerza es extraordinaria, y no hay animal de carne y hueso capaz de resistir un abrazo suyo”. Así describió el escritor uruguayo Horacio Quiroga a la también llamada boa de agua, que puede llegar a medir 9 metros, pesar más de 200 kilogramos y que es endémica de América del Sur.
Pese a no ser la más larga del mundo, su peso, fuerza y velocidad en el agua han convertido a la Anaconda en la más poderosa de las serpientes y en uno de los más formidables depredadores acuáticos.
Pertenece al género «Eunectes”, nombre que deriva de la palabra griega Eυνήκτης, que significa «buen nadador». De acuerdo al país donde se encuentre también es llamada kurijú, sucurí o güio.
Cuatro subespecies sin mayor riesgo
Son cuatro las subespecies de Anaconda que habitan Sudamérica: la Anaconda de Bolivia (Eunectes beniensis), vive en los departamentos de Beni y Pando. Anaconda de puntos negros (E. deschauenseei), presente en el noreste de Brasil y la Guayana Francesa. Anaconda amarilla (E. notaeus), ubicada en el este de Bolivia; sur de Brasil y Paraguay, así como el noreste de Argentina.
La Anaconda verde (E. murinus) cuenta con hábitats en Guyana, Trinidad, Venezuela, Colombia, Brasil, Ecuador, Perú, Bolivia. También se localiza es Centroamérica: Costa Rica, México, Belice. Y hasta en Norteamérica, pues hay una población en los Everglades (un humedal subtropical del estado de Florida, EE.UU.).
Esta última subespecie, de mayor tamaño y peso, es la que tiene su morada en Venezuela con preferencia en las riberas del río Orinoco. La Anaconda vive entre 10 y 15 años. No están en peligro de extinción, mas siempre existen amenazas para su conservación como la destrucción de su hábitat y su uso para preparar cicatrizantes y antiinflamatorios; así como la caza por parte de quienes en lugar de ver su utilidad en el control de las plagas – es especial de roedores- la consideran un peligro para el ganado y sus hijos e hijas.
Vidas adelgazadas hasta la muerte
La Anaconda no es una serpiente venenosa, es una serpiente constrictora, pues para alimentarse captura a su presa, se enrosca en torno de su cuerpo y aprieta con todas sus fuerzas hasta matarla por un fallo cardio respiratorio. Parafraseando a Quiroga en su cuento “El regreso de Anaconda”, bajo la contracción de los músculos de esta boa, toda vida se escurre, adelgazada hasta la muerte.
Su gran tamaño no impide que sea una hábil nadadora. Es capaz de nadar seis metros por segundo, así como de aguantar la respiración bajo el agua o el barro hasta 45 minutos. Todo esto facilita que siempre esté al acecho en charcas y humedales, donde somete a su víctima en menos de 10 segundos.
El Chigüiro o Capibara es una de sus presas más comunes, además de otros roedores como la danta; aves acuáticas, ciervos, lagartos, tortugas e incluso caimanes y cocodrilos. Aunque menos usual, porque en tierra es lenta, la Anaconda puede emboscar desde un árbol. Una vez asfixiado, se traga su alimento completo y puede tardar semanas o meses en digerirlo, dependiendo del tamaño.
Las bolas de apareamiento
Como todo en la Anaconda es formidable, su reproducción no podía ser la excepción. Y es que las hembras atraen a los machos mediante la emisión de feromonas, ante lo que acuden en tropel y se enroscan a ella tratando de fecundarla. Así se forman las llamadas bolas de apareamiento.
Hasta cinco semanas duran conformadas estas bolas en algunas de las cuales se han observado entre 13 y 14 machos en una sola hembra. Una vez concretada la fecundación, la hembra puede comerse al macho quizás para fortalecer su alimentación hasta el último momento, pues pasará los siguientes siete meses de gestación sin comer nada.
La Anaconda es ovovivípara. Puede tener entre 40 y 70 crías que al nacer miden de 60 a 80 centímetros. Nacen independientes a juro, porque su madre no se ocupará de ellas en momento alguno y deben luchar por sobrevivir a depredadores mayores.
No es una devoradora de hombres
Contrario a lo difundido por la industria del entretenimiento gringa, la Anaconda no es una devoradora de hombres o mujeres, pero no es descartable que aproveche si la oportunidad se presenta.
Tampoco se ha certificado la existencia de anacondas gigantes, pese que en internet abundan fotos para tratar de demostrarlo. Lo que sí existen son leyendas indígenas de Sudamérica. Es así como para los pueblos originarios del sur de Colombia, estas serpientes inmensas son las guardianas de los ríos, de las aguas y de su fauna.
Los huaoranis de Ecuador las consideran guardianas de los cielos. Mientras que en las tierras bajas de Bolivia son reconocidas como deidades guardianas de las aguas y responsables del origen de la vida, los pueblos andinos describen a una serpiente de unos 50 metros de longitud con una cabeza de dos metros, a la que llaman Yacumama, que en lengua quechua significa: «Madre de las Aguas».
Protegida en Venezuela
En los Llanos de Venezuela es más común ver a las anacondas verdes, razón por la cual forman parte de los paquetes de turismo ecológico que tanto atraen a visitantes extranjeros.
Con esta actividad, nuestra boa de agua está protegida, dado que durante las visitas guiadas, los lugareños revisan con varas los charcos o pantanos hasta encontrar una de estas serpientes, la sacan para que los turistas las conozcan y se tomen fotos, para luego devolverlas sanas y salvas.
Además, muchos hatos han sido convertidos en centros de educación e investigación ambiental de la Anaconda y otras especies, porque su abundancia facilita el estudio.
Con información de Crónicas de Fauna, Venezuela Tuya, Ingeniería Unam y Ecured
Fotografías cortesía de Sostenibilidad (Revista Semana) y Imagexia
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