Inicio Destacadas Enrique Bernardo Núñez, vocación por la palabra y pasión por la historia

Enrique Bernardo Núñez, vocación por la palabra y pasión por la historia

por Haiman El Troudi
0 comentarios
Enrique Bernardo Núñez, vocación por la palabra y pasión por la historia

Enrique Bernardo Núñez hizo de la palabra una vocación y de la historia su pasión. Novelista, cuentista, periodista, escritor, diplomático y por supuesto, cronista de la ciudad de Caracas.

Este destacado valenciano dejó un legado de obras que describen, mediante un diestro manejo de la palabra, la historia de diferentes espacios de Venezuela e incluso más allá. Su prolífica producción abarca ensayos como «Bajo el samán», novelas como «Cubagua», biografías como la de Cipriano Castro «El hombre de la levita gris», hasta las crónicas de la cambiante Caracas en “La ciudad de los techos rojos”.

Su dominio de la palabra le hizo merecedor del Premio Municipal de Prosa en 1947 y el de Periodismo en 1951. Por otro lado, su pasión por la historia le valió su incorporación como miembro de número de la Academia Nacional de la Historia en 1948.

Para honrar su natalicio y en reconocimiento a sus aportes a la crónica nacionalista, cada 20 de mayo se celebra el Día Nacional del Cronista. Enrique Bernardo Núñez plasmó, a partir de elementos de nuestra y la literatura, distintos tiempos de lo afirmativo venezolano.

Valenciano de nacimiento

Enrique Bernardo Núñez, vocación por la palabra y pasión por la historia

Quien fuera cronista oficial de Caracas, nació en Valencia, capital de Carabobo, el 20 de mayo de 1895, donde vivió hasta sus quince años. Hijo de Enrique Núñez Ovalles y María Isabel Rodríguez del Toro Martínez.

Desde muy joven mostró que la palabra era su vocación. En el colegio Requena fundó el periódico Areópago y, un año antes de dejar su ciudad natal, el periódico Resonancia del Pasado, cuyo nombre dejaba ver su temprana pasión por la historia.

Decidido a dedicarse al periodismo y a cursar estudios de medicina en la Universidad Central de Venezuela, viaja a Caracas con tan solo 15 años de edad. Casa de estudios asistió, además, como oyente en la carrera de Derecho.

Pero su verdadero interés era la escritura por lo que dos años después, abandonó las aulas universitarias. En esa  época comenzó a escribir sus primeras obras  y a frecuentar las tertulias de quienes acabaron integrando la Generación de 1918. Una de esas obras, «Bolívar orador», le dio una mención en los Juegos Florales en ese año, cuando también publicó su primera novela, «Sol interior», a la que siguió dos años más tarde, «Después de Ayacucho».

También inició su carrera periodística como redactor de El Imparcial. Fue colaborador de los diarios El Universal, El Heraldo, El Nuevo Diario y las revistas Élite y Billiken. Fundó y dirigió el Heraldo de Margarita en 1925, año en que Manuel Díaz Rodríguez, autor de los «Ídolos rotos» y entonces Presidente del estado Nueva Esparta, se lleva a Núñez como secretario. La estancia  en la isla inspiraría su segunda novela, «Cubagua».

De la escritura a la diplomacia

Enrique Bernardo Núñez, vocación por la palabra y pasión por la historia

Como muchos escritores venezolanos de su generación, combinó su vocación con el ejercicio de la diplomacia. Desde 1928 hasta 1938, Enrique Bernardo Núñez se dedicó a varias actividades diplomáticas, sin dejar de escribir. Se inició con el cargo de primer secretario de la legación de Venezuela en Colombia (1928), a pedido del canciller Pedro Itriago Chacín, quien lo convenció de aceptar esta responsabilidad.

Al año siguiente, en 1929, es trasladado a La Habana y luego a Panamá, donde concluye «Cubagua». Para 1932 termina el libro «La Galera de Tiberio», una crónica sobre el Canal, y publica «Don Pablos en América». Núñez también ejerció la diplomacia como representante de Venezuela en Estados Unidos.

De sus aportes a la literatura venezolana destaca «Cubagua», novela clave en el género de prosa de ficción del país, en la que cuenta una historia ficticia, creada a partir de elementos de la historia venezolana. Esta novela aparecería publicada en París en 1939, año del inicio de la Segunda Guerra Mundial.

La palabra, su vocación

A su regreso a Venezuela publica gran parte de su obra ensayística que incluye «Una ojeada al mapa de Venezuela» (1939), «Orinoco» (1940), «Arístides Rojas, anticuario del Nuevo Mundo» (1944), «Codazzi o la pasión geográfica», y el primer tomo de «Figuras y estampas de la antigua Caracas».

Luego de un periodo económico difícil, Núñez comenzó en 1936 una intensa actividad periodística. En general, su profunda conciencia literaria le hizo ser muy exigente en el acto creador. Debido a esto, los ensayos que aparecen en la prensa son más próximos a la poesía lírica.

Los temas de su preferencia siempre fueron los referidos a la situación de Venezuela, a los problemas de la venezolanidad y a perfiles de personajes criollos.

Así, entre sus títulos de la época se encuentran «El hombre de la levita gris», una biografía de Cipriano Castro publicada en 1943; «La Galería del Concejo» (1945); una de sus obras más reconocidas, «La ciudad de los techos rojos» (1947); «Fundación de Santiago de León de Caracas» (1955), y «La estatua de El Venezolano: Guzmán o el destino frustrado» (1963).

El archivo de Enrique Bernardo Núñez, con apuntes y notas de investigación corregidas a mano, actualmente en custodia de la Biblioteca Nacional, constituye una valiosa fuente para estudiar la literatura venezolana del siglo XX.

La historia como pasión

Enrique Bernardo Núñez, vocación por la palabra y pasión por la historia

Dotado de gran imaginación, profunda sensibilidad por su nación y de una intensa espiritualidad existencial, cuando Enrique Bernardo Nuñez escribía dejaba evidencia de sus largas lecturas; así como de una peculiar y ecléctica cultura.

La mayor parte de sus ensayos son amenos y profundos, con un minucioso y riguroso estudio documental, que se percibe en las bien sustentadas afirmaciones y secuencias argumentales.

El autor comprendió que un pueblo sin anales, sin memoria, sufre una especie de muerte. En ese sentido afirmó que «por carecer de una política fundada en la historia de nuestro país, no es hoy lo que debiera ser».

Para Enrique Bernardo Núñez, por ejemplo, el árbol nacional debía ser el samán y no el araguaney, pues este árbol fue testigo de la historia los tres siglos de periodo hispánico en Venezuela.

Su obra periodística

La obra periodística de Enrique Bernardo Núñez compilada por el propio autor en varios libros que dan muestra de esta importante faceta del escritor venezolano. Forman parte de ella «Signos en el tiempo» (1939), «Viaje por el país de las máquinas» (1954) y «Bajo el samán» (1963).

Fue Premio Municipal de Prosa en 1947, por su crónica “Caracas, ciudad de los techos rojos”, y Premio Nacional de Periodismo “Juan Vicente González” como Mejor Columnista, en 1950.

En la década de 1940, de regreso en Caracas, siguió escribiendo para los tradicionales diarios capitalinos y, a partir de su aparición en 1943, para El Nacional.

Siendo cronista de la capital impulsó la revista «Crónica de Caracas». Esa actividad como relator de la urbe lo llevó a escribir uno de sus libros más interesantes y populares, «La ciudad de los techos rojos» en 1947.

Como reconocimiento a sus investigaciones históricas, la Academia Nacional de la Historia recibió a Enrique Bernardo Núñez como individuo de número, el 24 de junio de 1948, asignándole el sillón «N».

Eterno Cronista de Caracas

Enrique Bernardo Núñez, vocación por la palabra y pasión por la historia

El nombre de Enrique Bernardo Nuñez resalta en la historia capitalina como el eterno Cronista de la ciudad de Caracas. Ejerció ese rol en dos ocasiones. La primera desde 1945 a 1950, y la segunda, desde 1953 hasta su muerte, ocurrida en la misma capital el primero de octubre de 1964.

Y es que el resultado de todos sus años de trabajo de investigación en archivos y hemerotecas, así como de las lecturas de memorias y monografías, ofreció un recorrido nostálgico a la ciudad que fue.

Como cronista se dedicó por completo a Caracas en sus últimos años, pues amaba a la ciudad de los techos rojos que sirvió de inspiración a Juan Antonio Pérez Bonalde.

Formó parte de un grupo de escritores que se dedicó a narrar a la ciudad que se extraviaba ante el irreductible avance del progreso. Este sentimiento de pérdida encontró en la crónica el medio ideal para expresar la palabra como vocación, entre el recuerdo personal y el testimonio.

En sus relatos, el cronista percibe y transmite la transformación de la ciudad, registrando las pérdidas de una plaza, una calle, una fachada o hasta un café. Con ello conjura el olvido de un pasado urbano precedente, que ha determinado su identidad, cultura, usos y costumbres.

La ciudad de los techos rojos

Enrique Bernardo Núñez, vocación por la palabra y pasión por la historia

A partir de la investigación de distintas fuentes y archivos, el cronista relata en «La ciudad de los techos rojos» los aspectos de una urbe con tres siglos de historia.

El año en que publica esta obra, 1947, marcó un cambio en una ciudad que dejaba los techos rojos y el modesto tranvía, para convertirse en una urbe de grandes urbanizaciones y autopistas. Escribió Nuñez:

«Mil novecientos cuarenta y siete es el año de la desaparición de los tranvías (…) Se continúan los trabajos de la Avenida Bolívar con la demolición del edificio Junín, en la antigua esquina del Agua, más tarde de Santana, y hoy Mercaderes. El 3 de febrero de 1948 comienza la demolición de la casa de Miranda en la esquina de Padre Sierra».

Como cronista relata la historia de ciertos aspectos que desaparecieron restituyéndoles, con la palabra, su valor histórico. La historia de Caracas va de un recuerdo personal, a documentos históricos, fotos, anécdotas, reflejando la idiosincrasia del caraqueño.

Valora, Enrique Bernardo Nuñez, la memoria colectiva y la tradición oral como maneras de mirar al pasado: “La vida de la ciudad deja impresa sus huellas en esos nombres de calles, plazas y esquinas”.

Con ello, el escritor valenciano señala que el pasado se resiste a desaparecer por completo para sobrevivir aun sea de forma de residual, en los nombres de las esquinas del casco histórico, una casa, un puente, un edificio o un personaje.

 

Con información de Biografías y Vidas

Otras fuentes:

– Nuñez, Enrique Bernardo y Borges, Trino.Árboles. Crónicas de una ausencia (2018). Fundación Editorial El perro y la rana.

– D´Alessandeo Bello, María Elena. “Inventario de recuerdos: Caracas como memoria en la narrativa de finales del siglo XX” (2018). Editorial Alfa.


No te pierdas

La Cuadra de Bolívar, un tesoro oculto en el centro de Caracas

Las sorprendentes historias detrás del Teatro Municipal de Caracas

Panelitas de San Joaquín, memoria gastronómica de Carabobo

Deje un Comentario

@Copyright 2018-2024 | Haiman El Troudi | Todos los derechos reservados.

Si continuas navegando en esta web, aceptas el uso de las cookies Acepto Leer Más

Política de Cookies y Privacidad