«El día que desaparezcan los árboles altos que sujetan la bóveda celeste, todo el cielo, con las estrellas y el Sol, caerán sobre todas las tribus de la tierra», dice un mito de las tribus amazónicas, anticipando con ello un futuro posible si no se recupera el respeto a la Pachamama y la vida en balance, como la conciben nuestros pueblos originarios.
Y qué mejor evidencia de esta concepción de vida en armonía con la Amazonía que el shabono yanomami, vivienda colectiva, levantada en total equilibrio con el entorno, y con los recursos que les ofrece.
El shabono o shapono es la máxima expresión de la cultura yanomami y de su visión de la vida en colectivo. Con un sorprendente ingenio, este pueblo valiente y aguerrido ha vivido por miles de años en lo intrincado de la selva amazónica, adaptando las condiciones geográficas de su entorno, en los extensos territorios que han habitado durante siglos, que van desde las cabeceras del río Orinoco y la sierra de Parima, hasta la cuenca media del río Siapa.
Espacio colectivo ancestral
El valor único del shabono está marcado por el gran espacio colectivo, logrado con la integración de los áreas techadas y abiertas, concebido por una forma de vida colectiva ancestral, arraigada y compartida por toda la comunidad.
Estas construcciones ancestrales multifamiliares, aprovechan el entorno de la selva y su espesa vegetación para su propia protección, y ofrecen soluciones técnicas y formales que refieren a los cobijos más antiguos inventados por el hombre.
Se presenta como un gran círculo u óvalo formado por viviendas en forma de cono, con “techo en tierra” que rodea el heha, un gran espacio central en el que se desarrollan todas las actividades de la comunidad.
El hena es el punto vital del shabono; todo se abre hacia él, todo mira hacia él y la vida gira alrededor de él. Su tamaño está determinado por la cantidad de habitantes de cada comunidad, que va desde 40 hasta más de 200 personas.
Los paravientos «tapir», con una sola pendiente, tienen una forma constructiva simple y de fácil ejecución: palos hincados con viga horizontal en el tope, sobre la que descansa la parte más baja del envigado que conforma la armadura del techo.
En su construcción los indígenas usan la amplia variedad de materiales orgánicos que ofrece el bosque húmedo tropical como palos, bejucos, cuero crudo obtenido de los animales de cacería y hojas de palmeras u hojarascas.
Construcción colectiva
La construcción del shabono requiere la participación de toda la comunidad. Las mujeres cargan las hojas de palma y las llevan hasta los pies de la obra. Sin límites de edad y sexo, todos trabajan en la colocación de éstas en el techo, doblando cada hoja sobre los bejucos que enlazan las varas.
Cada grupo familiar cuida la construcción de un cobijo, y al intervenir trabajadores con diferentes habilidades, las dimensiones y acercamientos de los distintos paravientos suelen ser irregulares, dando al shabono un aspecto único.
En el interior de la parte más baja del techo, se deposita una gran cantidad de madera colocada verticalmente y con una altura correspondiente a lo definido por la estructura. Esta madera sirve para los fogones y también como protección.
El shabono dura poco tiempo, aproximadamente unos dos años, porque por el techo pasa el agua de lluvia o se infesta de insectos. Se quema y se construye uno nuevo en el mismo sitio o en las cercanías.
Aunque los tiempos actuales muchos yanomamis deben convivir con la modernidad, se empeñan en preservar las técnicas de construcción del shabono, como un acto de reafirmación cultural colectiva.
En armonía con la Amazonía
«No hay vivienda que de más amplia bienvenida al sol y al aire que la yanomama», con estas palabras describió shabono el Padre Cocco, misionero italiano que convivió por años con los yanomamis.
Asé es el día a día de esta etnia, la más abundante de la Amazonía. Su espacio de vida está abierto a la selva amazónica que lo cobija, y también muy organizado.
Cada familia precisa su espacio hogareño por la posición del fogón y la ubicación de los chinchorros en forma triangular a su alrededor. El fogón es el centro del espacio familiar privado, donde se preparan las comidas, se desarrollan actividades artesanales, se pintan los cuerpos, se descansa, se conversa.
El chinchorro es el único «mueble» del lugar familiar y la sencillez de ese espacio, contrasta con el de la troja ubicada encima del fogón, siempre repleta de plátanos, implementos de trabajo y numerosas cestas de distintas formas y usos variados.
El heha o espacio central es multifuncional, sirve para recibir a los visitantes, intercambiar regalos, danzar, cocinar la carne cazada y dejar jugar a los niños. Es el nexo de las actividades comunitarias abierto a la vista de todos, por lo que es barrido constantemente con una escoba de masimasi.
Pueblo sin sal
Yanomami, palabra que en su idioma significa “hombre”, son también conocidos en la literatura como Yanomamo, Yanoama, Waika, Guaharibo, Shiriana, Kirischana y Shirishana, constituye el grupo indígena más numeroso del estado Amazonas y el quinto del total de la población indígena en Venezuela. Según el Censo Indígena de 1992, para el estado Amazonas la población Yanomami asciende a más de 13 mil individuos.
Cada grupo está vinculando por fuertes lazos de parentesco, siendo la familia nuclear, la unidad social elemental.
Los yanomamis son conocidos como un pueblo sin sal. Para dar sabor a sus comidas ponen las cenizas de la corteza de un árbol en una cesta y les van echando agua. Guardan el líquido que destila en una calabaza para mojar lo que comen, añadiendo potasio y poco sodio a su dieta.
Esta etnia tiene una visión comunitaria de la vida y un ritmo adaptado a las estaciones de sequía y lluvia, y en general a las condiciones del imponente espacio en el que habitan, la Amazonía.
Practican una agricultura de subsistencia, basada sobre todo en cultivos de mandioca y bananos, además de caza, pesca y cosecha de fruta selvática.
Algunas de sus costumbres y ceremonias son complejas. Una de las celebraciones más significativas en su sociedad es el reahu, rito funerario en el que consumen las cenizas del difunto, diluidas en carato de plátano. Esta ceremonia constituye un momento importante desde el punto de vista político, social y económico en la vida del pueblo Yanomami, pues en ella se establecen lazos de solidaridad, alianzas, intercambios de bienes materiales y simbólicos.
Otra costumbre importante de los yanomamis es el uso de la hoja del «komidhi o curare», veneno poderosísimo que utilizan contra sus enemigos o para cazar.
Ejemplo para el mundo
Adiestrados a la vida en los bosques, han vivido durante miles años en las selvas de la Amazonía, manteniendo sus costumbres, ritos y religiones.
A pesar de ello, o quizás justamente por esto, este pueblo valiente, aislado de la civilización, es un ejemplo a seguir en cuanto a su sistema de vida comunitario, trabajo en equipo, respeto y preservación de su cultura y tradiciones que forman parte de lo afirmativo venezolano.
En momentos en que nuestro planeta se ve amenazado por el efecto del paso del hombre, concepciones de vida como las de los yanomamis nos muestran que es posible convivir en armonía con la naturaleza y, sobre todo, con respeto a la Pachamama.
En palabras de un Chamán yanomami: «Nuestra tierra tiene que ser respetada. Nuestra tierra es nuestro patrimonio, un patrimonio que nos protege».
Con información y fotografías de Arquitectura Indígena de Venezuela, de Graciano Gasparini y Luisa Margolies; Arquitectura y Empresa, Analítica, Polo de Guinea y Survival
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