Así como la gran familia humana el medio ambiente es otra víctima de los conflictos bélicos en el mundo pues, con mucha frecuencia, se encuentra en la línea de fuego y se ve afectado de manera directa o indirecta, ya sea por actos deliberados o daños colaterales, o debido al debilitamiento de la gobernanza ambiental en tiempos de crisis.
Por más de seis décadas más de dos tercios de los puntos clave de biodiversidad del mundo se han visto afectados por los conflictos, representando una amenaza crítica a su conservación.
En algunos casos, los conflictos afectan a infraestructuras y recursos naturales clave, lo que puede tener efectos prolongados tanto en las personas como en los ecosistemas, degradándolos y agravando la pérdida de biodiversidad. Además, amenazan la salud pública y socavan los medios de sustento.
Durante de los conflictos la naturaleza sufre la degradación que dejan tras de sí las acciones militares. La tala de árboles o los incendios ponen en peligro los ecosistemas naturales, las armas arrojan gases tóxicos y partículas al aire, filtran materiales pesados en el agua y en el suelo, mientras que las bombas provocan profundas marcas en los paisajes. También es necesario considerar la gestión de las secuelas, lo cual requiere una planificación cuidadosa y esfuerzos coordinados para garantizar una recuperación sostenible que proteja tanto a las personas como al planeta.
Conflictos armados y medio ambiente
Los conflictos armados tienen un impacto ambiental significativo al contaminar el aire, agua y suelo, destruyendo los ecosistemas naturales. Así, las guerras suponen una amenaza directa a la conservación y preservación del entorno, por lo que en el 2001 la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU) declaró el 6 de noviembre como Día Internacional para la prevención de la explotación del Medio Ambiente en la guerra y los conflictos armados, con el objetivo de garantizar y concienciar.
Posteriormente, en 2006, se aprobó una resolución en la que se reconoce que unos ecosistemas saludables y unos recursos naturales gestionados de manera sostenible ayudan a reducir el riesgo de conflictos armados.
La primera repercusión directa de una guerra sobre el medioambiente es el daño contra el paisaje, los hábitats y la biodiversidad. Ya sea por el uso de armas capaces de devastar grandes extensiones de territorio, los enfrentamientos directos, el paso de vehículos y tropas o incluso el entrenamiento militar, la guerra produce una alteración dramática en la estructura y la función del paisaje.
Impactos ambientales
Entre los impactos ambientales de los conflictos armados se incluyen la contaminación del aire, del suelo y del agua, así como daños ecológicos y a la biodiversidad y el agotamiento de recursos naturales.
El aire se contamina por las armas que arrojan gases tóxicos y partículas. Además, la producción y uso de equipos militares consume grandes cantidades de combustibles fósiles lo que aumenta las emisiones de gases de efecto invernadero.
Por otra parte, el movimiento de convoyes militares y maquinaria pesada y las explosiones levantan grandes cantidades de polvo que liberan contaminantes atmosféricos y afectan a la flora, la fauna, así como la salud humana.
A modo de ejemplo de estas afectaciones, en 2017, luego de la retirada del ISIS en Irak, pozos y oleoductos ardieron durante meses elevando columnas de humo negro tan intensas que incluso llegaron a bloquear la luz.
Consecuencias sobre el agua
La presencia de altas concentraciones de contaminantes filtrados por el uso de armas en el medio ambiente tiene consecuencias directas sobre el agua. Tanto las fuentes superficiales como subterráneas sufren el impacto de la guerra, principalmente por el empleo de armas de combustión, químicas, biológicas o nucleares, y secundariamente por los efectos del combustible y el aceite de vehículos militares. Las consecuencias negativas en las masas de agua, sobre todo en entornos endorreicos y en aguas subterráneas, pueden prolongarse por años e incluso décadas.
Asimismo, la contaminación de los ríos y otros cursos de agua traslada los efectos perniciosos de la guerra a lugares lejanos, en ocasiones ajenos al conflicto. La polución en las zonas del tramo bajo de los ríos, áreas normalmente más ricas y fértiles por la deposición de sedimentos, altera los ecosistemas de ribera o de la desembocadura y afecta gravemente a la agricultura, la ganadería y otros sectores.
Cuando esa contaminación llega a los mares y océanos o es liberada directamente en ellos afecta a los ecosistemas litorales y marinos. Además, cuando el conflicto está relacionado con el petróleo algunos beligerantes optan por derramarlo al mar deliberadamente antes de que caiga en manos de su oponente.
Durante las dos Guerras Mundiales hundieron armamento en el mar para evitar su reutilización por el bando enemigo, lo que trajo uno de los efectos medioambientales más graves y que todavía persiste. Se estima que en los mares del Norte y Báltico haya alrededor de 1,6 millones de toneladas de municiones. A través del Convenio de Oslo, en 1972, se prohibió la práctica de arrojar al mar municiones y armas, sin embargo, actualmente se desconoce la cantidad de armamento que se encuentra en el fondo del mar.
Impacto de los conflictos en el suelo
Los conflictos bélicos también conllevan efectos inmediatos en el suelo, pues armas y municiones filtran materiales pesados en él causando envenenamiento.
Asimismo, agotan los recursos naturales y destruyen tierras de cultivo, las cuales además dejan sembradas de minas y explosivos, obligando a su abandono. Son prácticas comunes en los conflictos la quema de cosechas o la tala de árboles para debilitar al enemigo.
También acciones militares como las maniobras de combate, la construcción de bases o fortificaciones, las explosiones o los actos de sabotaje ambiental aumentan de forma casi inevitable la erosión del suelo y su degradación.
La pérdida de suelo y de su microbiota se retroalimenta con la pérdida de cobertura vegetal y los hábitats terminan por perder su estructura. Y es que la presencia de contaminantes, muy frecuentes y abundantes en los conflictos bélicos modernos, afectan negativamente a las comunidades vegetales, además al proceso de regeneración de esos ecosistemas, a medio y largo plazo.
Explotación de los recursos naturales base de conflicto
De acuerdo al Programa de Medio Ambiente de la ONU, al menos el 40% de los conflictos del mundo están vinculados con la explotación de los recursos naturales. Desde 1946 hasta 2010 han sido el principal factor que ha permitido predecir la disminución de las especies silvestres.
Ya sea por la explotación de madera, agua, o tierra fértil, o por recursos menos abundantes como los minerales, diamantes, petróleo o gas, en las últimas seis décadas se han producido conflictos armados en más de dos terceras partes de los principales puntos de biodiversidad del mundo, poniendo en riesgo su conservación.
Ante esto, el Derecho Internacional Humanitario plantea la importancia de proteger el medio ambiente y limitar los daños, no solo porque sostiene la vida humana sino también por su valor intrínseco. Así, el Derecho Internacional Humanitario prohíbe el uso del ambiente como arma, es decir, los ataques deliberados contra el ambiente natural, y en particular la destrucción de recursos naturales y el uso de técnicas de modificación ambiental. Asimismo, exige que las partes en conflicto contemplen si existe la posibilidad de causar daños ambientales antes de decidir un ataque.
Prevenir el daño ambiental en los conflictos
Con el objeto de prevenir el daño al medio ambiente en guerras, el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) ha dado a conocer una serie de recomendaciones para las partes en conflicto.
Entre estas acciones, la organización señala que se debe evitar ubicar a las tropas o el material militar en ecosistemas frágiles o zonas protegidas, como los parques nacionales. Para ello se debe cartografiar las zonas de importancia ecológica o fragilidad, y no conducir operaciones militares en ellas.
Asimismo, la Cruz Roja recomienda acordar la designación de esas áreas como zonas desmilitarizadas donde no pueda desplegarse ninguna acción militar y donde se prohíba el acceso de los combatientes y del material militar.
Ahora bien, estas acciones deben seguirse no solamente durante un conflicto sino a posteriori, para limitar la deforestación y controlar el uso excesivo de los recursos naturales.
Estrategias contra el medio ambiente
La destrucción del medio ambiente se debe en algunos casos a una estrategia intencionada. Por ejemplo, en la guerra de Vietnam el ejército estadounidense roció con productos químicos vastas franjas de selva con el objetivo de devastar los bosques y de esta forma privar de protección a sus fuerzas enemigas.
Durante casi una década, entre 1961 y 1971, el ejército de Estados Unidos roció millones de litros de una gama de herbicidas y defoliantes en vastas franjas del sur de Vietnam incluyendo al Agente Naranja, que dejó graves consecuencias ambientales en ese país.
Impactos ambientales en la historia de conflictos
Lamentablemente existen muchas otras referencias concretas del impacto de los conflictos en el medio ambiente. Desde mediados de la década de 1990 conflictos armados en la República Democrática del Congo han tenido un efecto devastador en las poblaciones de vida silvestre que han servido como suministro de carne para los combatientes, los civiles que luchan por la supervivencia y comerciantes, diezmando especies animales pequeñas y grandes.
Mientras que la guerra civil en Mozambique, que se prolongó durante 15 años, hizo que el Parque Nacional de Gorongosa perdiera más del 90% de sus animales. Por otra parte, décadas de conflicto han destruido más de la mitad de los bosques de Afganistán, con áreas que alcanzan hasta un 95% de deforestación, debido en parte a las estrategias de supervivencia de la población y al colapso de la gobernanza ambiental durante décadas de guerra.
Entre 1996 y 2006, el ejército de Nepal fue movilizado para operaciones de contrainsurgencia en sus bosques, llevando a la explotación irresponsable de la vida silvestre y los recursos vegetales por parte de insurgentes y civiles en áreas como el Parque Nacional de Khaptad, en el Área de Conservación de Makalu Barun.
Otros ejemplos lo constituyen la inundación del río Amarillo en 1938 durante la segunda guerra sino-japonesa; el derrame de petróleo en la central eléctrica de Jiyeh durante el conflicto entre Israel y el Líbano en 2006 y la destrucción del embalse de Kajovka en Ucrania en 2022.
Daños colaterales
Otras consecuencias de los conflictos que suman a las afectaciones ocasionadas al medio ambiente, son los daños colaterales que pueden exterminar no solo especies enteras de plantas y animales, especialmente si se trata de especies endémicas, sino que además pueden ser sustituidas por especies invasoras.
Durante la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, los aviones militares que aterrizaban en ecosistemas insulares del Pacífico introdujeron, accidentalmente, un gran número de especies que, a largo plazo, terminaron desplazando e incluso extinguiendo especies endémicas.
Conflictos alimentan el cambio global antropogénico
Además de su impacto en los ecosistemas y la biodiversidad, los daños ecológicos de un conflicto bélico pueden suponer un desabastecimiento de los servicios ecosistémicos a medio y largo plazo para las poblaciones, que se traduce a menudo en graves dificultades para la obtención de productos agrícolas y ganaderos, e incluso agua potable.
En líneas generales, los impactos generados por las guerras en el medio ambiente terminan por alimentar de uno u otro modo a algunos de los cinco principales motores del cambio global antropogénico: la alteración del suelo, la sobreexplotación de recursos, la contaminación, las invasiones biológicas y el cambio climático.
A su vez, el cambio global antropogénico es uno de los principales puntos que motivan los conflictos, lo que conforma y retroalimenta un círculo vicioso muy difícil de romper.
Con información de Fundación Aquae, ONU, Muy Interesante y Cruz Roja
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