Isidoro Cabrera vivió la transformación de la capital de Venezuela a bordo de su Victoria, un coche inglés halado por dos caballos de fina estampa, “Seguridad” y “Tremendo”. Se le conoce como el “último cochero de Caracas”, ciudad en la que fue cómplice de enamorados, serenateros y trasnochadores, sobre todo en los últimos años del medio siglo en el que ejerció la profesión.
Fue el cochero de muchas épocas, conoció a la ciudad de los techos rojos, con la mayoría de sus calles de tierra, excepto las principales que estaban empedradas por lo que era un espectáculo ver las chispas que levantaban a su paso las herraduras en las patas de los caballos. Ante su mirada, la aldeana sultana del Ávila dio sus primeros pasos a la modernidad, su crecimiento en infraestructura y transporte para dar paso a la urbe cosmopolita.
Con llegada de los tranvías y el ferrocarril de vapor en la década de los 80 del siglo XIX, los automóviles y autobuses a comienzos del siglo XX, los coches tirados por caballos comenzarían a desaparecer pero Isidoro continuó saliendo todos los días, hasta un año antes de su muerte en 1963, a ofrecer su servicio de transporte, que en la última etapa pasó de utilitario-recreativo a solo recreacional: paseos familiares, excursiones juveniles, serenatas, parrandas y encuentros furtivos.
De Teñidero a Chimborazo
Macario Isidoro Cabrera González nació el 2 de enero de 1880, durante el segundo período de Antonio Guzmán Blanco, en la casa número dos ubicada entre las esquinas de Teñidero y Chimborazo de la parroquia La Candelaria.
De su padre, Victorino Cabrera de origen canario, heredó desde la adolescencia el oficio de cochero pero no fue hasta 1911 cuando obtuvo su licencia oficial.
Cuando Isidoro, a quien nunca se le conoció por su primer nombre, decidió seguir los pasos de su padre, la modernización de Caracas, incluido el transporte público, se desarrollaba con rapidez. En 1884, cuatro años después de su nacimiento, comenzaron a operar los tranvías tirados a caballo, que luego fueron sustituidos por los eléctricos en 1907, al término de su período de prueba el año anterior. Un total de 31 tranvías urbanos en Caracas para 1891. Esta modalidad de transporte se empleó hasta el año 1947.
Para finales de 1905 sólo circulaban por Caracas cinco carros. La efervescencia de los vehículos automotores, vino a comienzos de la segunda década del siglo 20, con el inicio de la importación masiva en 1911. La capital de Venezuela, según el historiador Javier González, dos mil 500 vehículos en 1927; ocho mil en 1937; 10 mil en 1947; 40 mil y 200 mil, en 1957 y 1967, respectivamente.
Mientras se multiplicaban los carros en Caracas, mermaba la clientela de Isidoro pero hasta el final, tuvo algunos clientes nocturnos.
El único cochero llamado por su nombre
Isidoro Cabrera era un hombre corpulento, pulcro en su vestir y modales, que generaba confianza y respeto. Su coche Victoria, regalo del ex presidente Ignacio Andrade, era regio y elegante, con asientos tapizados en cuero negro, así lo han descrito algunos cronistas de Caracas.
Los cocheros tenían sus paradas, así como los taxistas que proliferaron años después. La de Isidoro estaba entre las esquinas Monjas y San Francisco. También podía ubicársele en los alrededores del Capitolio o la Plaza Altagracia.
Ofrecía sus servicios de transporte utilitario y recreativo en la Caracas de comienzos del siglo 20, donde era costumbre hacer paseos familiares a El Calvario y a la urbanización El Paraíso, recién inaugurada, donde una de las mayores atracciones de esa época era el hipódromo. Era popular en los servicios nocturnos, bien para quienes iban los bares de lujo o nigt-clubs de moda, o para los enamorados y a sus amigos, que lo contrataban para llevar serenatas para cortejar a las muchachas.
Fue el único cochero caraqueño al que llamaban por su nombre y apellido, sus colegas, ubicados en las esquinas del centro de la capital, eran conocidos por apodos o sobrenombres: “Padre Eterno”, “Rabanito”, “Monseñor”, “Mascavidrio”, “Tántalo” y “Morrongo, El Elegante”, entre otros.
«Dábamos vueltas por los principales botiquines elegantes de Caracas, como La Colonial, Donzella, La Mallorquina o El Postillón de la Rioja. Unas veces íbamos al Luna Park, otra, al Puente de Hierro o al Restaurant del Calvario. De madrugada regresábamos al trote y los pasajeros descendían eufóricos a las puertas de sus casas», contó Isidoro Cabrera en una ocasión. palabras que quedaron registradas en ‘Estampas Caraqueñas’, libro de Graciela Schael Martínez, editado por el Concejo Municipal de Caracas en 1975.
Billo Frómeta y su amigo Isidoro
Isidoro Cabrera y Luis María Frómeta Pereira, el popular músico conocido como Billo, se conocieron al final de la década de los 30.
En su libro “Epa Isidoro. Confidencias coincidentes de Billos», el maestro Román Martínez Galindo, pianista de las orquestas de Luis Alfonzo Larraín, Billo Frómeta y Los Melódicos, escribe que la amistad que surgió luego de los primeros encuentros duró hasta la muerte de Isidoro, más no el profundo afecto que le profesaba el director de Billo´s Caracas Boy, popularmente conocida como “La Billo”, quién lo inmortalizó en la canción ‘Epa Isidoro’, compuesta en 1963 luego del fallecimiento del último cochero caraqueño.
Comentó Martínez Galindo que ambos simpatizaron desde el primer momento. Su primer encuentro ocurrió en 1938 a propósito de una importante fiesta que se realizó en el “Club Paraíso” y para la que fue contratada la primera orquesta con la que el músico dominicano debutó en la capital, Billo’s Happy Boys y a la que asistió el entonces presidente de la República, Eleazar López Contreras.
El joven Luis María Frómeta, Billo, llegó al club “en su regio y señorial coche refulgente de rojo, con lujosos asientos tapizados en cuero negro, tirado por un enjaezado muy bien cuidado caballo alazano engalanado con gríngolas bordadas de azules arabescos andaluces y el cochero conductor de aquel carruaje que parecía salido de una novela de Alejandro Dumas, el famoso Cochero Isidoro”, contó Román Martínez Galindo.
A partir de allí, entre los años 40 y 50, trasladaba a Billo a presentaciones y fiestas, y lo esperaba para llevarlo de vuelta.
“¡Epa Isidoro!”
Caraqueños nacidos en las décadas de los 30 y 40 de la centuria pasada, aún lo recuerdan. Tocaba la guitarra, era un entusiasta de la Fiesta Brava, las flores, valses y pasodobles. Salía a la puesta del Sol y regresaba a su casa en Prado de María, al amanecer.
La canción que Billo Frómeta compuso en su honor, fue incluida en el repertorio de todas sus presentaciones a partir de 1970. Compartimos la primera estrofa:
¡Epa Isidoro!
¡buena broma que me echaste!:
el día que te marchaste,
sin acordarte de mí serenata
Macario Isidoro Cabrera González, quien se marchó el 29 de diciembre de 1963, es ícono de la Caracas del Siglo XX, su último cochero y esencia de lo afirmativo venezolano.
Con información de Caracas en Retrospectiva, Tierra Incógnita, Tranvías de Venezuela, Hechos Criollos y Fundación Arquitectura y Ciudad
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