Rodeada de clínicas y locales comerciales, la Quinta de Anauco es en un portal a la Caracas colonial de indudable valor histórico y cultural, que suele pasar desapercibido por quienes transitan la zona más congestionada de la urbanización San Bernardino de la capital venezolana.
Traspasar su entrada principal es sentir el paso a otra dimensión, donde el ruido de la Caracas del siglo XXI es totalmente sustituido por un reconfortante silencio solo matizado por el canto de algún ave, el siseo de las ramas de los árboles o el correr de las hojas secas en el suelo empedrado, cuando sopla la brisa.
Entrar en la casa es percibir la energía de quienes la habitaron y visitaron, atmósfera a la que contribuyen los objetos que conforman la colección del ahora Museo de Arte Colonial.
La Casa de Solórzano
Fue el bisnieto del primer marqués de Mijares, el capitán don Juan Javier Mijares de Solórzano, quien construyó la casona colonial y la bautizó con su nombre en el año 1796. La Casa de Solórzano se convirtió en un lugar de descanso y recreo familiar, aunque también tenían una siembra de café, caña de azúcar y árboles frutales.
Antes de erigirse la Casa de Solórzano, sus terrenos pertenecieron a un escribano público de nombre Pedro Gutiérrez de Lugo, quien instaló un molino para aprovechar las aguas del río Anauco. También se afirma que uno de los alcaldes de Caracas, el capitán García González de Silva, se encargó de cultivar trigo con la autorización del cabildo.
Al morir el capitán Mijares de Solórzano, en 1812, su viuda e hijo mantuvieron la entonces Casa de Solórzano como casa de campo para el descanso familiar.
De la monarquía a la República
Con el avance de la lucha independentista venezolana, la hoy Quinta de Anauco sirvió de refugio a la familia de su fundador quien además de descender del primer marqués de Mijares, también era nieto del conde de San Javier. Pero en 1821 la casona quedó en poder de la Nación, al emigrar la familia a Curazao. Sus espacios pasaron de albergar a seguidores de la monarquía, a recibir autoridades de la República y sus aliados.
Durante casi dos años, el general de brigada Pedro Zaraza, quien padecía quebrantos de salud, arrendó la propiedad. Zaraza fue uno de los héroes, entre otras, de la batalla de Urica (1814), donde murió el sanguinario realista José Tomás Boves, de quien pocas horas antes del combate había sentenciado: “Hoy, o se rompe la zaraza o se acaba la bovera”. El patriota, quien se mudó a la casa en diciembre de 1823, murió el 27 de julio de 1825.
Un día después, la vivienda le fue arrendada al general Francisco Rodríguez del Toro, uno de los firmantes del Acta de la Independencia de 1811, primo político del Libertador Simón Bolívar y último marqués del Toro. Éste la compró en 1827, la rebautizó como Quinta de Anauco y durante los siguientes 40 años la convirtió tanto en su hogar como en “un escenario de nuestra formación republicana y predilecto cónclave de próceres”, según la describió el escritor y cronista venezolano, Juan Ernesto Montenegro.
No hubiese sido en San Pedro Alejandrino
Si en junio de 1828, al salir de Bucaramanga, el Libertador Simón Bolívar hubiese seguido su ruta inicial y llegada a Caracas, es probable que hubiese pasado a la inmortalidad en la Quinta de Anauco y no en la Quinta San Pedro Alejandrino.
De hecho, fue en la casona campestre donde el entonces Presidente de la Gran Colombia pasó sus últimos días y su última noche en Caracas, el 5 de julio de 1827. Para limar asperezas con un José Antonio Páez rebelado contra la Gran Colombia, el Libertador llegó a Venezuela apenas inició ese mismo año. En su honor, el marqués del Toro ofreció una cena con baile en la Quinta de Anauco, donde poco participó, lo que no significó que no apreciara la propiedad y aconsejara su compra al anfitrión.
Fue en febrero de 1828, cuando Bolívar le escribió al marqués del Toro “… juntos subiremos a Caracas y juntos viviremos en Anauco… en todo junio estaré con Ud., Márquez… yo gozo con anticipación del placer de verle en la patria nativa”. Bolívar planeaba retirarse de la vida pública, pero ante la disolución de la Convención de Ocaña, se desvió a Santa Fe de Bogotá. Y no volvió vivo a su tierra.
Bastión de los techos rojos
Digna superviviente de la Caracas de los techos rojos, la Quinta de Anauco es un bastión de la arquitectura colonial de la capital venezolana. Esta casona, al igual que las construcciones andaluzas, posee un cuerpo de forma rectangular que constituye la planta central; además de dos patios interiores, rodeados de corredores, y dos caballerizas.
Materiales como piedras (entre ellas las de mollejón traídas como lastre en los barcos), losetas de arcilla cocida, caña amarga, madera de cedro y yeso, están presentes en pisos y techos. En las paredes se unen la tierra pisada con la cal y, a su vez, la cal con piedra de canto. Entre los sistemas de construcción destacan el de tapia y rafa para las paredes; el de adintelado para los corredores y el de pares y nudillos para los techos de los principales corredores y el del exterior. La Quinta de Anauco fue completamente restaurada entre los años 2001 y 2002.
Su recorrido actual comienza por la sala de entrada y sigue por el recibo informal, estrado, escritorio, corredor exterior, sala principal y el oratorio. Continua por la alcoba, el dormitorio I, el comedor, corredor /patio interior, el dormitorio II, un cuarto de escaparates, la sala Carlos III, la cocina, una sala de orfebrería, el baño de la marquesa y una sala religiosa. Finaliza con la sala de los murales, la caballeriza, sala de usos múltiples, y la cochera.
Museo de Arte Colonial y Monumento Histórico
Pinturas, esculturas, tallas, muebles, textiles, hierro, bronce y platería, entre otros objetos de la cotidianidad colonial forman parte de la colección del Museo de Arte Colonial, el cual ocupa los espacios de la Quinta de Anauco desde el 12 de octubre de 1961, luego de que la casona fuera donada a la Nación, el 27 de marzo de 1958, por la familia Eraso, sus últimos dueños.
La muestra, reunida especialmente por personas preocupadas por preservar el legado artístico del período colonial venezolano, contiene 97 obras de pintores con retratos y el tema religioso como inspiración. Entre los artistas destacan Francisco José de Lerma y Villegas, José Lorenzo Zurita, Francisco Contreras, Juan Pedro López (abuelo de Don Andrés Bello), y de la llamada Escuela de los Landaeta.
Con unas 224 piezas pertenecientes a los períodos Barroco, Rococó y Neoclásico, la colección de muebles que se exhibe en el Museo de Arte Colonial es la más extensa y representativa del período hispánico. Esculturas de temas religiosos, 95 piezas de platería, 120 de cerámica y 64 de vidrio complementan la colección de este museo que nos reencuentra con la venezolanidad de la colonia, patrimonio doblemente resguardado en la Quinta de Anauco desde que fue declarada Monumento Histórico Nacional en el año 1978.
Con información de Revista Memorias de Venezuela N° 15, IAM Venezuela y El Estímulo
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