Cinco majestuosas águilas blancas dominan la sierra nevada, así lo contó hace más de cien años Tulio Febres Cordero, reflejando uno de los hermosos mitos de Los Andes, una historia proveniente de la tradición oral de los pueblos originarios de la cordillera andina, que refiere el origen de los elevados riscos cubiertos de nieve, que vigilan desde las alturas velando por todo el pueblo merideño. Cinco águilas blancas que dominan por todo lo alto.
Las inspiradoras letras del insigne intelectual merideño explicaban, magistralmente, que del temperamento de estas aves, los cinco picos más altos de la Sierra Nevada, depende la vida y el clima de los estados andinos. Así, de su “furioso despertar” vienen las grandes y tempestuosas nevadas, el silbido del viento y su triste susurrar, que recuerda el canto monótono de Caribay, primera mujer entre los indios Mirripuyes, habitantes ancestrales de Los Andes.
Esta historia reúne en un solo texto, valores de la literatura venezolana, saberes y creencias de la mágica herencia de nuestros pueblos originarios y la impresionante belleza que la madre naturaleza regaló a nuestra patria, además de la lucidez y expresión vivaz del amor por la tierra de uno de los más reconocidos escritores venezolanos, Tulio Febres Cordero, un ejemplo de lo afirmativo venezolano.
Escritor de mitos y leyendas
Por años los valores de la venezolanidad han sido plasmados por insignes personajes que, movidos por el amor al terruño que los vio nacer, han escrito sobre las maravillas de Venezuela. Es el caso de Tulio Febres Cordero, quien destacó por escribir sobre mitos y leyendas de nuestros pueblos originarios.
Escritor, poeta, periodista, abogado y tipógrafo, nacido en Mérida en 1860, fue una de las mentes más brillantes del siglo XIX, quien se encargó de reflejar en sus escritos historias provenientes de la tradición oral indígena como “La leyenda de la india Tibisay”, “Las lágrimas de la india Carú”, “La laguna de Urao” y, por supuesto, “Las cinco águilas blancas”, todas publicadas en El lápiz y El Cojo Ilustrado y, más tarde, en 1898 recopiladas en el volumen titulado “Tulio Febres Cordero: Mitos y leyendas de Venezuela”, un clásico de la literatura venezolana.
Febres Cordero recopiló, agudamente, datos de los mitos andinos que dan cuenta del “origen” de los accidentes topográficos naturales de la geografía andina, como la laguna de Urao y la formación de los cinco picos más altos que se levantan sobre la Sierra Nevada de Mérida: Bolívar , a 4983 metros sobre el nivel del mar, Humboldt a 4942 metros, La Concha o La Garza, a 4922 metros, Bonpland a 4.880 metros y El Toro a 4760 msnm.
En el caso específico de las cinco águilas blancas, la leyenda fue publicada por primera vez en la edición del 10 de julio de 1895 del periódico merideño El lápiz. El documento original se exhibe en la Biblioteca Tulio Febres Cordero, ubicada en la ciudad de Mérida, junto a toda la obra de este invaluable intelectual merideño fallecido en 1938.
Las cinco águilas blancas está considerado uno de los textos más representativos de la obra del escritor merideño, patrimonio cultural de Venezuela, y constituye además la carta de presentación que identifica a la ciudad andina.
Monumento a un monumento
Las cinco águilas blancas no sólo están en la Sierra Nevada de Mérida. También dan la bienvenida, por la parte norte de la ciudad, a los visitantes procedentes de la vía del páramo, desde la redoma ubicada en el sector Vuelta de Lola.
El monumento a las Cinco Águilas Blancas, que materializa la mítica leyenda de Tulio Febres Cordero, fue erigido por la alcaldía del municipio Libertador en 1997. Su instalación fue objeto de una polémica entre diversos sectores de la sociedad merideña, motivada por el espacio donde serían colocadas y la calidad estética de las obras.
En 2003 las esculturas de las cinco águilas, sin autor conocido, fueron removidas de sus pedestales por encontrarse en condiciones deterioradas por factores físico ambientales y falta de mantenimiento. Fueron reemplazas en el año 2004 por cinco piezas donadas por la Universidad de Los Andes, elaboradas en bronce por el escultor merideño Ramón Antonio Albornoz López.
Posteriormente, en agosto del 2013, el conjunto escultórico fue objeto de una nueva restauración que mejoró el espacio urbano en el que se ubica.
El monumento a las Cinco Águilas Blancas está compuesto por cinco pedestales cuadrangulares de diferentes tamaños de más de tres metros de altura, unidos entre sí en la parte superior, y alineados en forma de zigzag.
Las aves se posan en una pequeña base sobre los pedestales, con sus imponentes garras curvadas y su característico pico grande y puntiagudo. Tres águilas están en posición de reposo y dos en actitud de alzar vuelo, todas con la mirada hacia distintos ángulos. Como en la leyenda, las míticas aves representan en su conjunto los cinco picos más altos de la Sierra Nevada de Mérida.
Las esculturas que reciben cada día a quienes visitan a la ciudad, han sido declaradas Bien de Interés Cultural de la Nación (2007) y Patrimonio Histórico Cultural del Municipio Libertador (2004) del estado estado Mérida.
Leyenda de las cinco águilas blancas
La leyenda de Las cinco águilas blancas nos enseña la visión de nuestros pueblos originarios sobre uno de los monumentos naturales más destacados de nuestro país, la Sierra Nevada de Mérida y sus picos, entre los cuales destacan los más altos de toda la orografía nacional.
A continuación mostramos el texto íntegro de la leyenda como fue publicada originalmente:
“Cinco águilas blancas volaban un día por el azul del firmamento; cinco águilas blancas enormes, cuyos cuerpos resplandecientes producían sombras errantes sobre los cerros y montañas.
¿Venían del Norte? ¿Venían del Sur? La tradición indígena sólo dice que las cinco águilas blancas vinieron del cielo estrellado en una época muy remota. Eran aquellos días de Caribay, el genio de los bosques aromáticos, primera mujer entre los indios Mirripuyes, habitantes del Ande empinado.
Era la hija del ardiente Zuhé y la pálida Chía; remedaba el canto de los pájaros, corría ligera sobre el césped como el agua cristalina, y jugaba como el viento con las flores y los árboles.
Caribay vio volar por el cielo las enormes águilas blancas, cuyas plumas brillaban a la luz del sol como láminas de plata, y quiso adornar su coraza con tan raro y espléndido plumaje. Corrió sin descanso tras las sombras errantes que las aves dibujaban en el suelo; salvó los profundos valles; subió a un monte y otro monte; llegó, al fin, fatigada a la cumbre solitaria de las montañas andinas. Las pampas, lejanas e inmensas, se divisaban por un lado; y por el otro, una escala ciclópea, jaspeaba de gris y esmeralda, la escala que formaban los montes, iba por la onda azul del Coquivacoa.
Las águilas blancas se levantaron, perpendicularmente sobre aquella altura hasta perderse en el espacio. No se dibujaron más sus sombras sobre la tierra. Entonces Caribay pasó de un risco a otro por las escarpadas sierras, regando el suelo con sus lágrimas. Invocó a Zuhé, el astro rey, y el viento se llevó sus voces. Las águilas se habían perdido de vista, y el sol se hundía ya en el ocaso.
Aterida de frío, volvió sus ojos al Oriente, e invocó a Chía, la pálida luna; y al punto detúvose el viento para hacer silencio. Brillaron las estrellas, y un vago resplandor en forma de semicírculo se dibujó en el horizonte.
Caribay rompió el augusto silencio de los páramos con un grito de admiración. La luna había aparecido, y en torno de ella volaban las cinco águilas blancas refulgentes y fantásticas. Y en tanto que las águilas descendían majestuosamente, el genio de los bosques aromáticos, la india mitológica de Los Andes moduló dulcemente sobre la altura su selvático cantar.
Las misteriosas aves revolotearon por encima de las crestas desnudas de la cordillera, y se sentaron al fin, cada una sobre un risco, clavando sus garras en la viva roca; y se quedaron inmóviles, silenciosas, con las cabezas vueltas hacia el Norte, extendidas las gigantescas alas en actitud de remontarse nuevamente al firmamento azul.
Caribay quería adornar su coroza con aquel plumaje raro y espléndido, y corrió hacia ellas para arrancarles las codiciadas plumas, pero un frío glacial entumeció sus manos: Las águilas estaban petrificadas, convertidas en cinco masas enormes de hielo.
Caribay da un grito de espanto y huye despavorida. Las águilas blancas eran un misterio, pero no un misterio pavoroso. La luna oscurece de pronto, golpea el huracán con siniestro ruido los desnudos peñascos, y las águilas blancas se despiertan.
Erizanse furiosas, y a medida que sacuden sus monstruosas alas el suelo se cubre de copos de nieve y la montaña toda se engalana con el plumaje blanco.
Este es el origen fabuloso de las Sierras Nevadas de Mérida. Las cinco águilas blancas de la tradición indígena son los cinco elevados riscos siempre cubiertos de nieve. Las grandes y tempestuosas nevadas son el furioso despertar de las águilas; y el silbido del viento en esos días de páramo, es el remedo del canto triste y monótono de Caribay, y el mito hermoso de Los Andes de Venezuela”.
Tulio Febres Cordero, Mérida 1895.
En el texto de Las cinco águilas blancas, el escritor merideño plasma los valores de nuestro pasado ancestral, la extraordinaria riqueza natural que regala la pachamama a Venezuela y la valoración que los venezolanos hacemos de este patrimonio, haciendo de esta historia un legado cultural que forma parte de lo afirmativo venezolano.
Con información de Mérida Preciosa, IAM Venezuela y Barinas
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