El modo de consumo adoptado, masivamente, por la humanidad no repara en la destrucción de la naturaleza. Cualquier materia prima ha de ser aprovechada para la acumulación, sin importar la suerte de quienes habitarán el planeta en los años futuros. Necesario es un armisticio en la lucha de clases para la supervivencia de la especie.
Cuando los recursos de una determinada zona se agotan y no se puede proseguir con su explotación, se buscan nuevos territorios y nuevos nichos de oportunidades, bien a través de conquistas forzadas o tras procuras de leoninas concesiones.
Este ciclo se ha repetido cientos de veces a lo largo de la historia, su consecuencia directa será inevitablemente: el deterioro irreversible del medioambiente, con lo cual, la especie humana está en peligro de extinción.
¿En manos de quién está el juego de la ruleta rusa en la que se apuesta el destino de miles de millones de vidas? ¿Los intereses económicos de los dueños del mundo y su discernimiento encapsulado en la lógica de sus beneficios, son los llamados a tomar las decisiones trascendentes de impacto planetario?
Desde el confort de la vida apacible de quien no tiene que vivir para trabajar o trabajar para supervivir, no se aprecia la dimensión exacta de los riesgos colectivos, se deshumaniza la solidaridad, los reflejos se entumecen, la agudeza para el análisis se atrofia. Si la toma de decisiones se apoya en modelos matemáticos, cuyo fin es la maximización de la tasa de ganancia, entonces las cartas están echadas y no hay esperanza.
Sin importar el signo ideológico de las corporaciones globales y el régimen político que las auspicia, la competición por los recursos emplea métodos relativamente distintos, pero su objetivo es el mismo: captar renta, generar plusvalía, dominar mercados, cosificar el mundo, ponerle precio a todo y a todos.
Inminentes amenazas
La promesa del capitalismo, riqueza para quien la conquiste, es presagiadora de una conflagración perenne y de una ceguera colectiva que imposibilita ver, en el horizonte, las inminentes acechanzas.
La promesa igualitaria y de justicia social del socialismo pierde su brillo en tanto las nomenclaturas oficiales practiquen la danza cómplice del capitalismo de Estado.
El problema para ambos sistemas se ha reducido a la idea básica de poseer bienes materiales y financieros; los primeros, presentes en la naturaleza bien sea como materias primas o como productos transformados, no están disponibles infinitamente, menos si no son renovables. Como consecuencia de ello, con 8 mil millones de personas en el mundo, difícilmente se pueda garantizar que a todos les corresponderá una porción suficiente en el reparto. Estas promesas se han tornado falsas e inviables, se necesitarían varios planetas como la Tierra para cumplirla.
Por cada capitalista rico existen millones de seres humanos sumidos en la miseria y una fuente de recursos que se agota. La riqueza de los privilegiados se ha nutrido de la explotación de las personas y del desgaste medioambiental. Es importante tener esa realidad presente cuando la seducción de la riqueza hipnotiza: si la gran mayoría de los habitantes del mundo se plantearan ser ricos y lo lograsen, existirá detrás de esa imposible realización un gigantesco paisaje desértico y un inmenso número de personas explotadas y empujadas al fondo del agujero de la miseria.
Consumismo y despilfarro
La estimulación del consumo por vía de la generación de demanda de productos innecesarios, en el horizonte de la eternizada y cada vez creciente valorización del capital, se vuelve a la larga un despilfarro de los recursos del mundo, tanto humanos como materiales y económicos. Este hecho se traduce en un indicativo más que pone al descubierto, el carácter paradójico e incongruente del modelo capitalista y del modelo socialista hegemonizado por el capitalismo de Estado.
La evidencia es incuestionable y preocupante, la vasta mayoría de los países, incluyendo los progresistas y de inspiración socialista, no cumplen siquiera con las ya risibles metas de la ONU del Cambio Climático . Pese a las evidencias cada vez más nítidas de deterioro medioambiental, prima la razón económica y los eventos mundiales para la hipocresía, cada vez se realizan en menor cantidad y sin resultados sustanciales.
Las demandas y movilizaciones mundiales por causas ambientales se asumen como consignas antisistema, anti capital, que atentan contra los intereses del estatus quo; a decir de los dueños de corporaciones o líderes mundiales, la lucha de clases trasladada al campo de la ecología.
Ciertamente, las proclamas medioambientales nadan a contracorriente de los intereses económicos de los poderosos y les son subversivos. La reacción natural por defenderse de los verdes la asumen análoga a la emprendida contra el comunismo; solo que, de modo diferencial, la depauperación del hombre trae consigo inequidad social, la de la biósfera, extinción. Es imperativo actuar contra el cambio climatico
La preservación de la vida en el planeta es una causa convocante, impostergable. Un movimiento basado en el propósito natural de la supervivencia ha de incluir a todos sin distingos: pobres, ricos, capitalistas y socialistas. Un armisticio entre clases ha de firmarse para asegurar el futuro de las civilizaciones.
La ciencia, la tecnología, la educación, el carisma de los líderes, la pasión y la lógica, han de disponerse en el rigor de sus potencialidades porque la especie emprenda las causas necesarias para la prolongación de nuestra existencia.
Basta mirar a la bóveda celeste e imaginar los recursos que nos depara el futuro en tanto la humanidad decida ir por ellos, más allá de la madre Tierra. En el universo sí es verdad que existen suficientes recursos para todos en condiciones de justicia y equidad.
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[…] práctica política necesaria dentro de los esquemas de desarrollo de proyectos; al igual que la sustentabilidad ambiental de los mismos, de acuerdo a los objetivos planteados en el Acuerdo de París y en los Objetivos de Desarrollo […]
[…] Te invito a leer mi artículo: “Armisticio en la lucha de clases para la supervivencia de la especie“ […]
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