Regresar a la construcción tradicional, en conexión con la naturaleza, es la propuesta de la bioarquitectura para reducir la huella ecológica. Se trata de retomar antiguas prácticas, alejadas de las técnicas habituales basadas en la industrialización que distancia a la familia humana del ambiente.
Para ello, los bioarquitectos están reviviendo técnicas tradicionales de construcción utilizadas desde los siglos XVI y XVII, para dar paso a una nueva escuela de vanguardia destinada a reducir la huella ecológica del sector de la construcción, ávido de cemento.
Los bioedificios se construyen con materiales naturales que son duraderos, energéticamente eficientes, más saludables y, a menudo, presentan una mejor resistencia a los terremotos. Además, son construidos con materiales locales por trabajadores capacitados en la localidad, con paredes fácilmente reciclables al final de la vida útil de un edificio. Por lo que estas novedosas estructuras pueden formar parte de una economía circular, beneficiando al planeta y con ello al ser humano.
Y, por si fuera poco, la bioconstrucción podría reducir radicalmente las emisiones de carbono de ese sector de la economía al frenar la producción de cemento. Sin embargo, le toca enfrentar una dura batalla contra obsoletos códigos de construcción, así como a una enorme y bien arraigada industria cementera y de la construcción.
¿Qué es la bioarquitectura?
Surgida a finales de los años 70, plantea construcciones basada en principios naturales para encontrar un equilibrio entre el medio ambiente y las personas. También llamada arquitectura verde, contempla el diseño de espacios habitables con materiales disponibles en el ambiente, sostenibles, adaptados al entorno, y el uso de técnicas constructivas que permitan optimizar el consumo de recursos y energía.
Es un estilo arquitectónico orientado a disminuir el impacto ambiental a la vez que mejora la calidad de vida de los habitantes.
A diferencia de la arquitectura convencional, tiene su foco en el ambiente donde será emplazada la obra: clima, suelo, topografía, vegetación; lo que permite considerar las potencialidades y limitaciones presentes en el lugar para alcanzar sus objetivos de salud y preservación de la naturaleza.
Por ello, se trata de un campo interdisciplinario entre la arquitectura y la ecología.
Principios de la bioarquitectura
Las bioconstrucciones deben tener en cuenta las necesidades de cada grupo familiar y cumplir una serie de aspectos para garantizar la eficiencia.
En primer lugar, es necesario un diseño bioclimático, cuyo consumo de energía sea reducido o nulo para lograr la máxima eficiencia. Para ello resultan vitales factores como el uso de un buen aislamiento; ventilación cruzada para favorecer la renovación del aire y refrescar el ambiente; evitar puentes térmicos, lo que contribuirá a reducir la factura energética, así como aprovechar la energía solar y otras fuentes alternativas.
Respecto a los materiales que utilizarán, es importante priorizar los elementos de disponibilidad local, pero sobre todo que estos no estén transformados, o esto sea mínimo.
Algunos de los materiales más comunes en bioarquitectura son la madera de procedencia local; tierra para generar muros gruesos aislantes, evitando así el uso del concreto; bloques cerámicos y fibras naturales o arcilla expandida para garantizar un correcto aislamiento.
Naves de tierra
Al hablar de bioarquitectura destacan las naves de tierra o earthships, diseñadas por el arquitecto Michael Reynolds quien, movido por los problemas crecientes del manejo de la basura y la falta de viviendas, comenzó en la década de 1970 a explorar nuevos materiales con desechos considerados como basura. Los primeros edificios utilizaban latas desechadas vacías, las cuales se utilizaban simplemente como unidades libres de espacio para formar muros de hormigón ligeros y resistentes.
Poco a poco sus métodos evolucionaron y comenzó a usar cauchos rellenos de tierra, botellas de vidrio y materiales naturales. Con ello creó viviendas ecológicas y autosuficientes, las cuales cuentan con un sistema de captación de aguas grises y fluviales que se utilizan para el riego de los huertos o incluso en la vivienda. Mientras que la energía proviene de sistemas de captación solar y eólica que abastecen todo el hogar.
Por otra parte, las earthships son orientadas siempre al sur para aprovechar el método de la masa térmica y, al estar rodeadas de tierra, se mantienen calientes en invierno y frescas en verano. Durante la siguiente década, los diseños evolucionaron constantemente para incorporar masa térmica, ventilación solar pasiva y natural, entre otros avances.
Moderno pero basado en antiguas técnicas
El primer edificio público moderno en el que se usaron técnicas de bioconstrucción en México, se levantó en las afueras de León, estado de Guanajuato. Se trata del Centro Cultural Imagina. Ubicado en un barrio con una elevada tasa de delitos, este edificio de varios pisos constituye un ambiente especial pues fue construido principalmente con adobe de arcilla extraída localmente.
Destacan sus paredes de adobe de tonos ocres, sus dos cúpulas coloradas y su techo parcialmente cubierto con paneles solares. También exhibe ventanales circulares, paredes de ladrillos artesanales de patrón abierto y entradas abovedadas que dan paso a la luz natural, lo que reduce el uso de electricidad.
Cuenta, además, con buena ventilación y temperaturas agradables sin aire acondicionado durante todo el año. El centro está flanqueado por un huerto, un jardín y un bosque donde habitan árboles frutales. Y el edificio tiene baños de compostaje.
Sin embargo, lo que hace a este espacio público revolucionario es que no se construyó con cemento, sino con materiales locales: adobe, madera y ladrillo, convirtiendo a sus 3.500 metros cuadrados en ejemplo de los principios de la bioarquitectura.
Otro aspecto que destaca es que la comunidad de la zona estuvo muy involucrada en el proceso de construcción, y hoy se beneficia de muchos programas del centro.
En armonía con la naturaleza
Como técnica de construcción holística que apunta a una economía circular, para la bioarquitectura es clave la armonía. Peter van Lengen, arquitecto principal de Imagina afirma que “los edificios tienen que estar en armonía con la naturaleza y la comunidad que los rodean”.
Lo que implica el uso de materiales locales y ecológicos, así como también la contratación y capacitación de artesanos locales. Luego de recibir un curso acelerado sobre la construcción con arcilla, contrataron a 130 albañiles de uno de los barrios de la ciudad para que realizaran el proyecto de construcción de dos años. Si bien esta forma de arquitectura con adobe es una tradición que tiene varios siglos de antigüedad en México, en la actualidad ha sido prácticamente olvidada y sólo quedan unos pocos trabajadores que recuerdan cómo se hace.
Cuando el edificio de Imagina se completó en 2016, su inauguración fue todo un evento social. Entonces, la bioconstrucción se vio como una manera de reformar y transformar ese sector de la economía, actividad que representa aproximadamente el 40 % de las emisiones mundiales de CO2. Una cantidad significativa de estas emisiones, aproximadamente el 8%, proviene del cemento.
Cada año esta industria produce 2800 millones de toneladas métricas de emisiones de CO2 en todo el mundo. A eso hay que sumar la enorme demanda de energía y sus altos niveles de contaminación del aire peligrosos para la salud humana, y las plantas de cemento en Estados Unidos y en otros lugares se ubican, a menudo, en zonas populares.
Escuela de bioconstrucción
También en México, está la escuela de bioconstrucción más famosa, el Proyecto San Isidro. Localizada a las afueras de Tlaxco, un pintoresco pueblo a poca distancia de Ciudad de México, es dirigida por Alejandra Caballero, quien precisa que comenzó en los años setenta con los hippies y en la actualidad, reciben a ingenieros, doctores y gente común interesadas en la bioarquitectura.
El centro educativo consta de media docena de edificios de arcilla, cada uno con un diseño único, que utiliza y muestra diferentes métodos de bioconstrucción.
La reutilización de botellas viejas o ramas de árboles de forma creativa hace que sea un proceso lúdico, alegre e ingenioso, que da como resultado estructuras verdaderamente únicas
Este tipo de arquitectura no se aprende en las universidades y, aunque algunas ofrecen unos pocos cursos de bioconstrucción, existen muchos secretos tradicionales que hay que conocer.
Construcción, asesoramiento y formación
Por ejemplo, en España, la bioarquitecta Carmen Vázquez ofrece asesoramiento en la construcción de casas sostenibles, a través de una serie de módulos explicativos. Años atrás hacía arquitectura convencional, hasta que se dio cuenta que no respondía a los problemas actuales, como el cambio climático. Y, tras comprender el poder de la naturaleza, fundó HabitaBio.
Decidió arriesgarse, montó la primera web y su página en Instagram. Poco a poco fue construyendo espacios más ecológicos y eficientes. Posteriormente surgió la idea de ofrecer asesoramiento especializado y cacompañamiento en campo.
Más recientemente, Vásquez se ha dedicado a la educación y formación en los principios y valores de la bioarquitectura. Además, plantea el futuro – no muy lejano – de la descarbonización. Europa apunta a regular las construcciones a través de la Directiva de eficiencia energética en edificios (EPBD, en inglés).
Esto supone medir el carbono que emiten las edificaciones, lo que haría que HabitaBio, pionera y experta en el sector, pudiera posicionarse en esta área emergente y realizar consultorías, cursos, auditorías y más.
Argumentos a favor
Aunque la bioarquitectura no es rápida, pues se necesita paciencia y cierto nivel de destreza artesanal, cualquiera puede aprender sus técnicas, por lo que puede ser más barata, llevando los costos de una biocasa a ser similares a los de una convencional.
Además de reducir la huella ecológica, ofrece muchas otras ventajas pues, por ejemplo, no requiere maquinaria pesada. Más bien exige habilidades prácticas, por lo que genera muchos puestos de trabajo y, por lo tanto, una economía local más sana y resiliente. Otro beneficio es puede usarse como un ejercicio de construcción comunitaria. También puede reducir los costos de calefacción y refrigeración a largo plazo, incluso reducirlos a cero en algunos entornos.
A diferencia de lo que sucede con muchos edificios modernos muy deteriorados, la bioconstrucción puede durar por siglos e incluso ser resistente a terremotos.
Factores en contra
Sin embargo, a las sociedades humanas les cuesta el cambio, especialmente en un sector en el que el cemento se ha convertido en “tradición”. A esto se agrega que las empresas de construcción modernas, ponen en duda las edificaciones de arcilla.
Pero la bioarquitectura ha evolucionado mucho con sus técnicas de construcción comprobadas, métodos y materiales más naturales que son, al menos, tan resistentes y duraderos como los ladrillos y el cemento, al tiempo que son mucho mejores para el medioambiente.
Adicionalmente, este tipo de construcción sufre las percepciones erróneas de la convencional y de los mercados inmobiliarios, pues los propietarios temen que los costos de mantenimiento sean altos, no poder revender la casa y que les cueste conseguir créditos para ellas.
Otro problema es la ausencia de reglamentaciones para la bioconstrucción y, peor aún, las leyes que la obstaculizan.
Con información de Innovaspain, Mongabay y Experimental México
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