La intensidad de las emociones del Libertador Simón Bolívar ha sido poco divulgada, seguramente porque su genio militar, político y su condición de gran estadista llevan a destacar siempre estas cualidades – endiosándolo en ocasiones- y alejan la atención de sus sentimientos personales.
El niño Bolívar sintió la soledad de los afectos íntimos al quedar huérfano de Padre y madre, perder a su abuelo materno y ver partir del hogar a su tío y hermana predilectos. Esa soledad se acrecentó en el muy joven Bolívar con la prematura muerte de su esposa, hecho ante el cual juró no volver a casarse, cerrando así su corazón, mas no su naturaleza apasionada.
El Libertador fue un hombre fogoso que disfrutó de la compañía femenina a lo largo de su vida. Respetaba a las mujeres y disfrutaba complaciéndolas. Es elevado el número de amoríos y aventuras que se le atribuyen (tema en el que sí abundan escritos). Pero también tuvo relaciones de pareja en las que se permitió amar – aunque no pura ni permanentemente – y compartir tanto los fracasos como los triunfos de su lucha por la independencia del imperio español.
El amor puro por su esposa
“Yo la he perdido y con ella la vida de dulzura”, expresó el Libertador sobre la muerte de su esposa, María Teresa Rodríguez del Toro, el amor más puro, apenas ocho meses después de su matrimonio cuya ceremonia se realizó en el año 1802, luego de dos años de noviazgo.
El joven Simón conoció a la madrileña, a quien llamó “Amable hechizo del alma mía” durante su primer viaje a España. Él contaba 17 años, ella 19. Fue un flechazo, por lo que nada tardó la pedida de matrimonio, argumentando la importancia del matrimonio para la estabilidad de su herencia. Tuvo que esperar cumplir la mayoría de edad para que don Bernardo Rodríguez del Toro aprobara el enlace.
En carta a su amigo Pedro Joseph Dehollain, aseguró que al casarse se convirtió en un “ente dichoso que cantaba alegre el colmo de sus felicidades” con la posesión de su Teresa. Ella era el centro afectivo del huérfano y solitario Simón Bolívar.
“Si no hubiera enviudado”
Durante el sepelio de su esposa en la catedral de Caracas (1803), el futuro héroe independentista, comentó: “Yo contemplaba a mi mujer como un ser divino. El cielo creyó que le pertenecía y me la arrebató, porque no era creada para la tierra”. 25 años más tarde, al reflexionar sobre tan dolorosa pérdida con el general Perú Delacroix admitió: “Si yo no hubiera enviudado, quizá mi vida hubiera sido otra; no sería el general Bolívar ni el Libertador, aunque convengo en que mi genio no era para ser alcalde de San Mateo”.
En efecto, Bolívar confesó que cuando regresó a Venezuela recién casado (1802), “mi cabeza estaba llena de los vapores del más violento amor y no de ideas políticas” y aceptó: “La muerte de mi mujer me puso muy temprano en el camino de la política y me hizo seguir el camino de Marte (dios romano de la guerra), en lugar de seguir el arado de Ceres (diosa romana de la agricultura)”.
Otra confesión hecha en 1828: “Quise mucho a mi mujer, y su muerte me hizo jurar no volver a casarme.” Así lo cumplió. El Libertador consideraba a María Teresa “una joya sin defecto, valiosa sin cálculo”. En la despedida de una carta a ella enviada cuando eran novios escribió, sin imaginar la desgracia por llegar: “De quien será de Ud. Mientras viva, y quizá aunque muera”.
La depresión y la prima Fanny
Bolívar escribió: “El dolor un solo instante no me deja consuelo que buscar”. Ante tal desconsuelo decidió volver a España, donde le entregó a don Bernardo las pertenencias de María Teresa. Luego viajó a París, donde se alojó en casa de su lejana prima Fanny Du Villars, de 25 años, casada con el casi sexagenario conde Berthelem Dervieux du Villars. Allí se dedicó al disfrute de los placeres terrenales para olvidar su desgracia y poco tardó en convertirse en el amante de la Condesa. Pero el alivio no llegó y la depresión fue profunda. Deseaba morir. Sólo el maestro, Simón Rodríguez, logró sacarlo del dolor cuando le propuso viajar por Italia.
Más de 20 años después, fue a Fanny a quien Bolívar escribió un día antes de morir, quizás por su lealtad durante los tiempos iniciales de su viudez, cuando fue consuelo para el gran dolor de entonces: “Querida Prima… te extraña que piense en ti al borde del sepulcro? Ha llegado la última aurora (…) Y tú estás conmigo, porque todos me abandonan… Tú conmigo en los postreros latidos de mi vida y en las últimas fulguraciones de la conciencia (…) Si yo hubiera muerto sobre un campo de batalla, dando frente al enemigo, te daría mi gloria, la gloria que entreví a tu lado…”
A ella le desnudó su enorme depresión: “Muero despreciable, proscrito, detestado por los mismos que gozaron mis favores; víctima de un intenso dolor, preso de infinitas amarguras… Te dejo mis recuerdos, mis tristezas y las lágrimas que no llegaron a verter mis ojos… ¿No es digna de tu grandeza tal ofrenda? Me tocó la misión del relámpago, raspar un instante la niebla, fulgurar apenas sobre el abismo y tornar a perderse en el vacío… Adiós..!”
La caraqueña que lo salvó
Josefina Machado, veinteañera apodada Pepita y llamada doña Pepa por Simón Bolívar, era una de las 12 doncellas que lo coronaron en la iglesia de San Francisco, cuando lo proclamaron Libertador (1813), tras su regreso victorioso a Caracas al cumplir la Campaña Admirable. El romance duró, intermitente, hasta la muerte de la joven caraqueña, pocos años después.
Cautivado por su belleza, inteligencia, audacia y carácter, Bolívar tenía a doña Pepa en alta estima. Atendía sus consejos en comportamientos sociales y políticos; aceptaba su influencia en decisiones militares. De hecho logró que saliera del país en una embarcación, junto a su madre, cuando en 1814 la población de Caracas tuvo que emigrar a oriente ante la inevitable llegada del sanguinario Boves, que signó la caída de la Segunda República.
Con ella volvió del exilio en 1816 en la llamada expedición de Los Callos de la cual, si bien logró entrar con su gente en Margarita y Carúpano, no corrió igual suerte en Ocumare de la Costa, donde se afirma que Pepita Machado evitó que el Libertador se suicidara. “Estaba dispuesto a dispararme en la sien para evitar el fusilamiento y la deshonra”, afirmó el propio Bolívar. Los amantes se reencontraron en Angostura en 1818, pero sería la última vez, pues doña Pepa murió de tuberculosis, presumiblemente en Achaguas, aproximadamente un año después.
Manuela, su complemento
La química con la quiteña Manuela Sáenz fue intensa, la atracción inmediata. Manuelita o como la llamaba cariñosamente el Libertador “mi amable loca”, conquistó el corazón, el pensamiento y todas las facultades del Libertador. Ella fue su complemento. Ella le salvó la vida. Él admitió que la amaba, pero siempre se resistió a entregarle el alma.
La resistencia inicial a Manuelita llevó a Bolívar, incluso, a admitirlo cuando en una carta fechada en julio de 1822 en respuesta a sus demandas de amor, le escribió: …” he de ser sincero para quien, como tú, todo me lo ha dado. Antes no hubo ilusión, no porque no te amara. Manuela, y es tiempo de que sepas que antes amé a otra con singular pasión de juventud (en clara referencia a su esposa), que por respeto nunca nombro”. La misiva termina: “Que es loca mi pasión por ti, lo sabes. Dame tiempo. Bolívar”.
Su intercambio epistolar fue prolífico y muy apasionado, por lo que se afirma que Manuela consumió toda la literatura amorosa del Libertador. “Mi adorada Manuelita”, “Mi buena y bella Manuelita”. “Manuela mía”. “A la dulce, muy dulce y adorada Manuelita. Mi amor”, son los saludos más utilizados por Bolívar en sus cartas. Combinados con despedidas como: “Tuyo, Bolívar”. “Soy tuyo de corazón, Bolívar”. “Tuyo en el alma, Bolívar”. “Tu amante, Bolívar”. “Tu amor idolatrado de siempre, Bolívar”. “Te amo, Bolívar”.
Una mujer excepcional que siempre se quedó
Al general Luis Perú Delacroix le admitió: “Manuela siempre se quedó. No como las otras (…) se impuso con su determinación incontenible (…) Pero cuanto más trataba de dominarme, más era mi ansiedad por librarme de ella”… “Fue (…) y sigue siendo amor de fugas (…) Nunca hubo en Manuela nada contrario a mi bienestar (…) Sí, mujer excepcional, pudo proporcionarme todo lo que mis anhelos esperaban en su turno (…) Arraigó en mi corazón y para siempre, la pasión que despertó en mi desde el primer momento”.
El mismo día que conoció a Bolívar, la futura Libertadora del Libertador sintió su gran necesidad de cariño, ella vio que en su alma anidaba “un deseo incontenible de amor”, y lo inundó de este sentimiento con toda su intensidad. Casi siete meses más tarde, el héroe caraqueño le confesó a su hermana Antonia: “¡Simón se encuentra enamorado! ¿Qué te parece? No es un jolgorio; ¡es Manuela, la Bella! (…) Sé que deseas mi felicidad. La tengo ahora!
La última carta conocida del caraqueño inmortal a su Manuela está fechada el 2 de octubre de 1830. Ya estaba muy enfermo. En ella le ruega que vaya a su encuentro. “Donde te halles, allí mi alma hallará el alivio de tu presencia aunque lejana. Si no tengo a mi Manuela, ¡No tengo nada! En mí solo hay los despojos de un hombre que solo se reanimará si tú vienes. Ven para estar juntos. Vente, ruego. Tuyo, Bolívar”.
El consuelo de la gloria
Durante la crisis nerviosa que, a causa de la depresión por la muerte de su esposa, casi acabó con la vida de Bolívar en París en el año 1803, el maestro Simón Rodríguez le hizo comprender que existía en la vida de un hombre otra cosa que el amor, y que podía ser muy feliz dedicándose a las ciencias o entegándose a la ambición.
El héroe emancipador salió lentamente de aquella fuerte depresión y poco tiempo después hizo el juramento libertario en el Monte Sacro (Roma).
No es descartable que, desde entonces, el camino a la gloria y la gloria misma conformaron el consuelo para llenar ese vacío que desde niño le ocasionaba la soledad de los afectos íntimos y para canalizar sus intensas emociones en favor de la independencia de los pueblos que hoy viven en Venezuela, Colombia, Panamá, Ecuador, Perú y Bolivia.
Con información de:
Rumazo González, Alfonso. 8 Grandes Biografías. Tomo I. Ediciones de la Gobernación del estado Sucre, Cumaná, 2001.
Biblioteca básica de autores venezolanos. Simón Bolívar. Páginas escogidas. Monte Ávila, Editores Latinoamericanos, Caracas, 2004.
Las Más Hermosas Cartas de Amor entre Manuela y Simón. Acompañadas de los Diarios de Quito y Paita, así como de otros documentos. Fundación editorial el Perro y la Rana, Caracas, 2006.
Perú Delacroix, Luis. El diario de Bucaramanga, Madrid, 1912.
Revista Credencial y Trazas de la historia