Un extravagante movimiento táctico se urde en los centros de privilegio y poder de las élites gobernantes del orden mundial; los tiempos de confusión e intranquilidad generalizada son propicios para trasmitir su más reciente orden: organizar una nueva normalidad y dejar caer la bruma del aturdimiento, por entre las grietas del desconfinamiento que sigue al Covid 19. Al unísono se reproducen argumentaciones que repiten políticos, medios de comunicación y redes sociales, desde los vehículos de la post verdad.
Cuando, a una sola voz, la mayoría de los “líderes” del estatus quo repiten planteamientos comunes como si se tratase de un mantra o una canción de moda, queda claro, sin necesidad de leer entre líneas, que una orden superior está en proceso de cumplimiento.
De hecho, el eco de la reciente noción de normalidad se amplifica y se va estableciendo como punto de partida que reformatea las relaciones sociales y productivas, y que preconiza la instauración de una lógica planetaria, a través de la cual, la humanidad ha de acostumbrarse a sobrellevar las oscilaciones de la vida devenida del cambio climático; así como las crispaciones que preludian pandemias cada vez más frecuentes. La crisis climática y la crisis sanitaria vendrían a convertirse en el extraño paisaje donde las razas resilientes, han de habituarse a sobrevivir en condiciones de precariedad.
Están quienes se pliegan a las voces de la nueva normalidad suponiendo, ingenuamente, que se trata de un mero llamamiento al uso prolongado de mascarillas, a aseo de manos, al distanciamiento social, etcétera, pero el trasfondo es otro.
La bancarrota del proyecto civilizatorio como designio evolutivo y el ocaso de las ideologías, son los mayores anhelos para quienes maximizan ganancias a expensas de la explotación y la barbarie.
Se trata de una velada imposición a no volver al punto donde se encontraba la sociedad antes del brote pandémico (que ciertamente ya era perverso para las grandes mayorías), y a asumir lo excepcional como aspecto cotidiano. Es decir, resignarse a las secuelas del calentamiento global y practicar un estilo de vida centrado en lo impersonal, donde se prescinda del encuentro social, se maximice el individualismo on line, el aislamiento sea la norma estandarizada y el miedo a las enfermedades, la maximización del grito egoísta del sálvese quien pueda.
También adecuarse a que quienes no incorporen valor añadido a la ecuación de la rentabilidad global, son prescindibles. Y es que el desprecio por las personas dependientes, con discapacidad u alguna patología preexistente, pone de manifiesto la idea capitalista de ‘vida útil en tanto productiva’.
Durante la gestión del Covid 19, miles de seres humanos pertenecientes a dicho segmento social fueron “sacrificadas”. Una nueva selectividad artificial se pretende instaurar con EE.UU y Brasil como epicentro experimental, su objetivo, reducir deliberadamente a la ciudadanía que consideran improductiva, por tanto, asumida como “carga social” que no aporta trabajo asalariado en beneficio del capital.
La crisis ecológica y la crisis sanitaria están correlacionadas; no se trata de hechos inconexos sino de una evolución vinculante, por tanto, ambas requieren un tratamiento común.
Urge preconizar cambios radicales a escala planetaria que apunten a la recuperación y conservación de los equilibrios naturales, lo que supone el retorno a una vida basada en la coexistencia respetuosa y solidaria entre las personas, para con el resto de las especies vivientes y en general con la naturaleza.
De continuar la marcha irracional consumista/productivista, a la segura crisis medioambiental se le sumarán reiterados episodios de crisis sanitaria. La época post Coronavirus, ha de asumirse como una oportunidad inédita y quizás irrepetible para desarrollar una economía sostenible, equitativa, justa y solidaria.
La nueva normalidad impela la adopción de medidas eficaces que suponga creación de empleos verdes, plantación masiva de cientos de millones de árboles, que deje en manos de la sensatez el curso futuro de las razas y culturas homínidas, y de sentido evolutivo al tránsito generacional. Normalidad que instaure la arquitectura fundante del diálogo intercivilizatorio, que convierta la urgencia social, la crisis sanitaria, la indignación y efervescencia callejera, en los resortes que impelen la triangulación de soluciones sin determinismos dogmáticos, con el objetivo centrado en la salvación y la unidad de la especie sapiens.
La nueva normalidad debe entenderse y asumiese como hoja de ruta para la confraternización hombre-hombre, hombre-sociedad y hombre-naturaleza. Ha de retomar la vida diáfana de la complementariedad, crear medios de financiamiento a proyectos esenciales, destinando una parte de las utilidades corporativas y capitales trasnacionales por ejemplo, en cambiar la matriz energética planetaria basada en carbono.
Vivimos una crisis cultural y espiritual a escala mundial. No hemos cultivado al ser humano espiritual, la carencia de amor por el prójimo, de solidaridad, de fe y de sentido de pertenencia humana, terminará por agravar los venideros episodios de una sociedad extraviada en los laberintos de la rapacidad egoísta, la desigualdad y la injusticia social.
Existen mensajes tan nítidos que solo los necios no los comprenden: o tomamos otro rumbo, o irremediablemente acabará la humanidad afrontando una tragedia anunciada. Encontrar coraje para encarar los desafíos, supone aprender las lecciones del sufrimiento, tomar conciencia y acometer las transformaciones necesarias.
De allí que forjar la alianza de amistad y paz perenne, entre quienes comparten la biosfera es una tarea urgente, pero la ausencia de utopías y la carencia de liderazgos globales que conecten con la humanidad, dificultan el proceso. Es por ello que le corresponde a las masas empoderadas disparar los espirales del cambio, los líderes irán apareciendo y se incorporarán paulatinamente.
La nueva normalidad debe centrarse en la universalidad y gratuidad de la sanidad, en la centralización de esfuerzos en torno a la gestión de pandemias, ha de establecer como patrimonio de todos y todas, las vacunas, curas y tratamientos que vayan produciéndose.
Por sentido común, la nueva normalidad social y de la salud pública supone fortalecer, vigorizar y reimpulsar la OMS, así como renovar la devoción, el cuidado, el cariño por la madre tierra y por las personas, lo cual equivale a defender la vida y la edificación del proyecto humano; esa y solo esa, ha de ser la nueva normalidad.
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