Manuel Cabré, el eterno enamorado del Waraira Repano es sin duda uno de los pintores más conocidos de Venezuela. Plasmó con gran habilidad las luces, colores, sombras, contrastes, matices, formas y desde extraordinarias e inesperadas perspectivas de la hermosa montaña que desde siempre engalana a Caracas.
A pesar de haber nacido tan lejos, en Barcelona, España, Cabré pasó a la historia como el pintor más emblemático del Waraira Repano, pues dedicó buena parte de su vida a reflejarlo sobre sus lienzos, redescubriendo este magnífico espacio natural y evidenciando el amor del del artista por la montaña avileña.
Es conocido como el “El Pintor de El Ávila” y más que lienzos, Manuel Cabré dejó para la historia evidencias pictóricas de la Venezuela del siglo XX. Interpretó con amor y admiración los paisajes venezolanos, en particular el caraqueño y la montaña con la ciudad a sus pies, vestida de techos rojos.
Con una vida dedicada al arte, Manuel Cabré fue miembro fundador del Círculo de Bellas Artes, primer movimiento artístico gremial en Venezuela, creado con el objetivo de cambiar la práctica de la enseñanza del arte, y legó novedosas formas de representación del paisaje.
De Barcelona a Caracas
A los seis años de edad llegó a Venezuela Manuel Cabré Alsina, el 18 de mayo de 1896. Había nacido el 25 de enero de 1890 en Barcelona, España. Su padre, el escultor catalán Ángel Cabré i Magriñá, había sido invitado por el gobierno de Joaquín Crespo para realizar varias obras públicas en el país, junto a otros artistas y artesanos catalanes.
En Caracas la familia Cabré residió en un humilde hogar ubicado entre las esquinas de Carmen a Bucare, donde el niño Manuel recibió las primeras lecciones académicas. Se inscribió en la Academia de Bellas Artes donde su padre daba clases de escultura, en 1898, a temprana edad. Su técnica plástica como pintor la desarrolló desde que tenía once años.
Posteriormente la academia cerró por recortes presupuestarios y Ángel Cabré instaló en su casa un taller para escultores y pintores. Allá fueron Tito Salas, Lorenzo González y Pérez Mujica, entre otros artistas.
Para ayudar a cubrir las necesidades económicas de su familia, el joven Manuel alternaba sus estudios con trabajos como vendedor en el mercado de San Jacinto y etiquetador en una fábrica de tabacos. Y, desde 1909 hasta 1920 trabajó en una marmolería, ornamentando al óleo estatuillas de yeso.
Un gran maestro
La naturalidad pictórica, elegancia y propiedad en trazos y técnica de Manuel Cabré, estuvo signada por la tutoría del pintor Antonio Herrera Toro. En total contraposición a las antiguas convenciones que definían a la pintura como algo académico, plano y estático, el maestro inculcó a Cabré y sus compañeros de generación la idea de que la pintura es “un espacio dinámico, incandescente, vertiginoso, en el que los gradientes de luces tienen una presencia fundamenta”.
El propio Manuel Cabré decía que Herrera Toro les enseñó dónde colocar las luces en el paisaje, e incluso a dejar el lienzo en blanco si era necesario. Una técnica heredada del impresionismo que, contrario al academicismo, planteaba ir directo a la tela, guardando el fondo como luz, dando un efecto creativo e impactante a sus obras.
El Círculo de Bellas Artes
Su primera distinción académica la obtuvo Manuel Cabré en 1908, con un cuadro de gran tamaño, Paisaje de Sabana del Blanco. Aun cuando tiempo después comprendiera que fue una injusticia, formó parte de un grupo de alumnos que, en 1909, dirigieron una carta al entonces ministro de Educación, Samuel Darío Maldonado, cuestionando a la academia y pidiendo que se modificara la forma de enseñanza.
En 1912 fundó, junto a Antonio Edmundo Monsanto y Leoncio, un taller de pintura que sería considerado como el primer intento de agrupación gremial de los artistas plásticos en el país. Allí emplearon por primera vez el modelo femenino desnudo. De esta experiencia surgió el movimiento conocido como el Círculo de Bellas Artes, asociación gremial de artistas y escritores que sirvió de base para el desarrollo del impresionismo en Venezuela.
Para ese tiempo, un grupo de jóvenes artistas conformado por Cabré, Monsanto y Monasterios asimiló las tendencias europeas, marcando la semilla del movimiento de la visión plástica en sus obras.
Durante esa época Cabré participó en varias ediciones del Salón Anual del Círculo de Bellas Artes, con paisajes, retratos e interiores, entre los que destacan El Cementerio de Los Hijos de Dios, Estudios del Ávila, El Guaire y Los samanes.
Influencia francesa
Realizó su primera exposición individual con 119 obras en 1920. Gracias a ello, Manuel Cabré reunió el dinero para viajar a París, Francia, y estudiar en la Academia de La Grande Chaumiére. Allí tuvo contacto con los pintores Guillermo Boggio y Mutzner, quienes lo influenciaron “con una pincelada ágil, certera y un tanto puntillista”.
Una veintena de cuadros con temas parisinos y paisajes algunos pueblos del sur de Francia, enviados por el pintor en 1922, fueron expuestos en Caracas. Obras en las que se apreciaba su interés por la escuela francesa de la posguerra. En 1926 y 1927 envió sus trabajos al Salón de Otoño en París y realizó una exposición individual en la Galería Girard, respectivamente.
Continuó pintando en Francia paisajes caraqueños, por comisión, a partir de fotografías de Domingo Lucca, método que marcó su obra posterior. Manuel Cabré regresó a Caracas en 1930, y presentó una exposición con 26 obras de su etapa francesa en el Club Central. Regresaría más tarde a París pero, al morir su compañera Germaine, decide regresar definitivamente a Venezuela.
Aceptó, en diciembre de 1935, el nombramiento de inspector de bellas artes con rango de asesor del director de la Escuela de Artes Plásticas y Aplicadas, institución que se conocería como Academia de Bellas Artes en 1936. Fue director del Museo de Bellas Artes de Caracas (1942-1946).
Por esos años no dejó de pintar ni exponer sus obras. Entre1940 y 1956 participó de manera consecutiva en las ediciones del Salón Oficial Anual de Artes Plásticas de Venezuela, presentado en el Museo de Bellas Artes.
Las etapas de Manuel Cabré
Juan Calzadilla, poeta y dibujante, ha clasificado la obra de Manuel Cabré en varias etapas cronológicas, plásticamente diferenciadas. La primera, la Académica, está caracterizada por tonos terrosos y cobres y por la rapidez de la ejecución. Entre 1913 y 1920 se da la etapa Azul, con interpretación plástica del paisaje, pinceladas que evidencian la pasta de pintura y predominio de los tonos de azul y el gris. Esta época marca el inicio de su serie interpretativa de El Ávila.
En la etapa conocida como Francesa (1920-1931), Cabré muestra su interés por las corrientes de la modernidad y la escuela esteticista parisina. Vendría luego un período de Síntesis de 1931 a 1937, que marcó su regreso a Venezuela. Entre las obras de esta época destacan los paisajes de La Urbina, La laguna de Boleíta y una serie de San Bernardino.
Vendría entonces la etapa de plenitud, entre 1938 y 1945, considerada una de las más importantes de su obra. Tuvo el pintor en ese tiempo “una extraordinaria producción en la que definió el estilo que lo marcaría, con una visión panorámica del Ávila”.
Pero Manuel Cabré no sólo pintó sus amores por esta montaña. El presidente Isaías Medina Angarita le encomendó, en 1942, una serie de pinturas de paisajes andinos. Por tres meses se dedicó a este tema mediante dos métodos: el intelectual y la observación directa. De esta época destaca Vista de Capacho Viejo, merecedor del premio popular del Salón Planchart en 1957.
El reencuentro con la pintura de observación directa lo llevó entre 1945 y 1965 a trabajar el Waraira Repano de manera hiperrealista, para luego pasar a una exaltación cromática entre 1965 y 1979.
Vivir del arte
Desde sus primeros años Manuel Cabré convivió con el lenguaje de las artes plásticas y no conoció en su vida otro oficio que el de pintor, con el que llegó a ser uno de los exponentes más brillantes de la llamada “Escuela de Caracas”. Fue sin duda un artista que supo vivir desde el arte, en una apacible y longeva existencia hasta que falleció en Caracas, el 26 de febrero de 1984.
Los rasgos más significativos de su obra concentran en su técnica para magnificar el espacio y profundizar la distancia, retratando con fidelidad los distintos matices de la naturaleza, pues estuvo siempre enamorado de los ambientes caraqueños. Debido a ello prefería locaciones ubicadas en el este, entre haciendas y terrenos baldíos, pues el oeste de la ciudad era cada vez más urbano y poblado.
Así, Manuel Cabré se convirtió en referencia pictórica de varios lugares de una Caracas que plasmó justo antes de la invasión urbanística, dejando un documento ilustrado invaluable de la ciudad.
En cuanto a su técnica, observó y aprendió la teoría y práctica de varios movimientos pictóricos: Cubismo, Impresionismo, Surrealismo y Realismo. Pero siempre mantuvo su esencia paisajista con la que transmitía, de manera particular, sensaciones y vivencias que aún hoy podemos apreciar en sus obras.
Reconocimientos y exposiciones
La trayectoria de Manuel Cabré como artista le hizo merecedor del Premio Nacional de Pintura en 1951, en el XII Salón Oficial con Ruinas del trapiche de La Floresta. A este reconocimiento se suman muchos más: el premio Arístides Rojas del V Salón Oficial (1944); el premio John Boulton, VIII Salón Oficial (1947); el premio Antonio Edmundo Monsanto, VII Salón Arturo Michelena, XII Salón Oficial (1949); el premio Antonio Herrera Toro, XVI Salón Oficial (1955), y el premio Rotary Club, XVII Salón Oficial (1956).
Entre las distinciones oficiales se cuentan la Orden Andrés Bello, en su primera clase (1971) y la Orden Francisco de Miranda, en su primera clase (1978), con motivo del 40 aniversario del Museo de Bellas Artes de Caracas.
Resaltan entre las exhibiciones más relevantes la Exposición Retrospectiva 1910-1965, en la Sala de Exposiciones de la Fundación Mendoza (1965); la Exposición Retrospectiva 1915-1971 en el Museo de Bellas Artes; la exposición homenaje Cabré el otro, en la Galería de Arte Nacional (1980), y la retrospectiva Obras Maestras de Manuel Cabré 1914-1975 en el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas (1980).
Actualmente diez de sus pinturas están bajo custodia de la Galería de Arte Nacional, y el resto en colecciones privadas.
Eterno enamorado del paisaje
Si bien Manuel Cabré fue un eterno enamorado del paisaje, también pintó bodegones y retratos. Verano en El Ávila, Paisaje del oeste de Caracas, El Ávila desde el Country Club, El gran Mijao, Techos de Caracas, Casa de Anauco Arriba, El Ávila visto desde el cementerio de los Hijos de Dios, Fragmento de Ávila, Notre Dame, Calle de Capacho, El Ávila visto desde el oeste, En la ruta de Guatire, La Silla desde la Urbina y Mar de Montañas, son algunas de sus obras más notorias.
Uno de los más sentidos tributos rendidos a Manuel Cabré, el eterno enamorado del Waraira Repano, es la canción Los amores de Cabré, compuesta por el poeta, músico y también pintor Enrique Hidalgo. La pieza, popularizada por Cecilia Todd en la década de 1990, describe la magnífica obra de este artista que redescubrió los infinitos encantos de la montaña avileña.
Cabré es un naturalista no en relación con la realidad, sino con el sentimiento objetivo de su experiencia visual de la realidad. Para él la naturaleza es un móvil más que un objeto tomado al pie de la letra como tema. En sus paisajes él trata de configurar un orden paralelo al de la naturaleza, y en esa medida obliga al espectador no a reconocer en su obra un fragmento recortado del paisaje natural, tal como podría verse a través de una ventana, sino a enfrentarse a su capacidad de inventiva del espacio
Juan Calzadilla
Con información de IAM Venezuela, Ministerio de la Cultura e IVenezuela
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