“La luz, ¡qué cosa tan seria es la luz! ¿Cómo podemos conquistarla? Yo lo he intentado. Y esa ha sido mi lucha”, expresó una vez Armando Reverón, artista plástico venezolano, considerado uno de los pintores más importantes del siglo XX.
Su dedicación a observar y captar la atmósfera que generaba la luz directa del sol sobre el paisaje al aire libre para plasmarla luego en los lienzos, fue una constante en los treinta y cinco años que vivió en Macuto, estado Vargas (hoy estado La Guaira).
La representación en su obra pictórica de la energía lumínica desprendida del sol, es su principal contribución a la pintura venezolana y por lo que ha sido nombrado como “el maestro de la luz” y “el pintor de la luz”.
Para Armando Reverón pintar y crear es la vida misma, no es la simple manifestación de un talento. Vivir y crear son circunstancias análogas, por eso toma la decisión asumir una ascética y frugal vida en conexión directa con la naturaleza, su inagotable fuente de inspiración.
El Castillete, más que una morada
El 1920, estimulado por su amigo Nicolás Ferdinandov, artista plástico ruso residenciado en Venezuela para ese entonces, decide irse a vivir al litoral central para liberarse de limitaciones, encontrarse a sí mismo, buscar su identidad artística y transitar su propio camino creativo.
Elegir un lugar abrupto y apartado del litoral de Macuto para construir, con sus propias manos, el Castillete, no fue un hecho casual.
El Castillete trascendió sus funciones de vivienda y taller para albergar el universo de Armando Reverón: dentro de esta morada con aspecto de fortaleza colonial, convivían Juanita su compañera y su modelo, sus muñecas, objetos creados por el imaginativo artista (máscaras, sudarios, santos, campanas, taburetes, abanicos, etc.) como escenario para sus representaciones; junto a sus dos monos amaestrados, un perro, aves de corral, árboles tropicales, el sonido del viento y la algarabía de los pájaros.
“(…) Intuía que solo así, frente a la naturaleza y aliándose con ésta, podía adueñarse enteramente de su voluntad para llevar a cabo la obra a que se sentía llamado y la que no hubiera podido realizar de otro modo”, escribió Juan Calzadilla, poeta, pintor y crítico de arte, uno de los estudiosos de Reverón y su obra (1).
En su Castillete, Reverón creó sus propios personajes, se creó de nuevo a sí mismo y alumbró con su propia luz.
“Verdaderamente venezolana”
Su ideal era expresar con la mayor pureza el hábitat natural de esta tierra de gracia y reflejar el modo de ser del venezolano. En Macuto el artista logró una conexión y una percepción más profunda con la naturaleza, con la luz y los colores radiantes de su país. Su obra cambió desde que entró en contacto directo con la naturaleza.
“Vine aquí (a Macuto) a encontrar la sencillez y me encontré con la realidad”, afirmó Armando Reverón.
El modo de vida que adoptó cuando se refugió en el litoral central, alejándose del mundo urbano, le permitió edificar una atmósfera creativa y estimulante al rodearse del paisaje marino, sus animales, sus muñecas, hecho que le afirmó su convicción de que estaba haciendo una pintura “verdaderamente venezolana”.
“Por eso encontró en Macuto las condiciones que intuía esenciales para realizarse como hombre, para vivir en armonía consigo mismo y para llevar a cabo, con la mayor libertad y el menor número de limitaciones, la obra que imaginaba y de la que hasta 1920, solo había dado promisorios indicios” (1).
Azul, blanco y sepia
La obra artística de Reverón ha sido objeto de estudios dentro y fuera de Venezuela, fue clasificada en tres etapas de acuerdo al uso predominante de ciertos colores: Período azul (1918-1924); Período Blanco (1925-1934) y Período Sepia (1935-1954).
Sin embargo, el poeta, pintor y crítico de arte venezolano, Juan Calzadilla incorpora una cuarta y última etapa, el Período Expresionista (1945-1953), donde regresa al dibujo, incorpora figuras aisladas o en grupo y acentúa la gestualidad.
En la primera etapa de Reverón se caracteriza por el uso de tonalidades en azul y la influencia del postimpresionismo. El paisaje marino también hace su aparición y no lo abandonará más.
Del Periodo Azul destacan sus cuadros La Cueva, Figura bajo un uvero y Fiesta en Caraballeda, todos de 1020.
Durante la segunda etapa “el maestro de la luz” comienza a desintegrar el espacio y se enfoca apenas en los detalles, construyendo imágenes casi etéreas, creadas a partir de la observación de los fenómenos producidos por la luz directa del sol. La época de los “paisajes blancos”. La vida común como tema se integra a su obra pictórica con más fuerza y comienza la creación de objetos.
Retrato de Juanita con ramo de flores y Rancho, ambas de 1933, son algunas de las obras creadas en el Período Blanco.
El uso del color marrón caracterizó la tercera etapa de Armando Reverón. Avanzado este período, empezó a pintar con estilo gestualista y a remarcar rasgos de manera expresionista, además de introducir nuevas técnicas y materiales.
Con los tonos sepia plasmó paisajes costeros, espléndidos retratos de Juanita, entre los que destaca, Desnudo acostado (1947), obra con la que ganó el Premio Nacional de Artes Plásticas de ese año.
El hacedor de muñecas
Durante el período sepia aparece un Armando Reverón delirante y exuberante en su experimentación creativa: empleó una gran variedad de tonalidades en ocres, oxidos y los colores tierra confeccionados por él mismo, además del coleto, combina cartón y papel.
Las muñecas que había comenzado a elaborar a tamaño natural, aparecen en sus habituales desnudos sustituyendo a las modelos de carne y hueso. Las vestía a su antojo y solía ponerle nombre a cada una.
La vida de Armando Reverón
Reverón nació en Caracas el 10 de mayo de 1889. Fue hijo único de Julio Reverón Garmendia y Dolores Travieso Montilla. Toda su infancia vive en Valencia bajo los cuidados de una familia amiga de sus padres, los Rodríguez Zocca. Allí compartió con Josefina, hija del matrimonio y tres años mayor que Reverón.
Su madre siempre lo visitaba y durante la adolescencia vivió con ella, luego que ingresara en la Academia de Bellas Artes de Caracas, donde tendrá por compañeros a Manuel Cabré y Rafael Monasterios, entre otros artistas.
Viaja a Europa entre 1911 y 1915, allí estudia en Barcelona y Madrid. Luego se traslada a París, coincidiendo con el inicio de la Primera Guerra Mundial. En Francia conoce el impresionismo cuyas obras lo dejan profundamente conmovido.
Regresa a Venezuela, luego de solicitar apoyo a su madre porque sentía amenazada su seguridad por el conflicto bélico. Se establece en Caracas y posteriormente, se traslada a La Guiara donde vive de dar clases privadas de dibujo y pintura. En el carnaval de 1918, conocerá a Juanita, compañera de vida y su modelo.
El “loco de Macuto”
El “pintor de la luz” fue víctima de varios episodios psicóticos que lo alteraron y debilitaron su ritmo de trabajo, ocasionándole estados de delirio o depresión por lo que fue internado dos veces en el Sanatorio San Jorge en Caracas (1945 y 1954), trastornos que le hicieron ganar el mote de «el loco de Macuto».
Su médico tratante J. M. Báez Finol escribió que Reverón padeció “una esquizofrenia muy lenta que lo desintegraba paulatinamente, cuyo origen es difícil de establecer”.
La muerte lo sorprendió en el sanatorio el 18 de septiembre de 1954. A las 3:45 de la tarde sufrió una hemorragia cerebral de carácter grave que lo dejó sin vida tres horas después. Fue llevado al Panteón Nacional en 2016 y en su homenaje, cada diez de mayo se celebra el Día Nacional del Artista Plástico.
El mar se fue con el sol
Reverón no sólo dio un vuelco al tratamiento de la luz incandescente, gracias a sus creaciones no pictóricas como las muñecas, las esculturas y otros objetos, así como la propia construcción de su Castillete, es considerado un precursor singular del arte povera, del performismo y el arte gestual.
Parafraseando al poeta Arturo Rimbaud podemos decir que Armando Reverón encontró la eternidad, es la mar que se fue con el sol.
Su mayor delirio, plasmar de inmediato cualquier impresión que recibía antes de que desapareciera de sus pupilas, lo salvó a él y a su obra para la posteridad. En cada pincelada dejó un pedazo de su alma y expresó con la mayor pureza la incandescente luz y los vibrantes colores de lo afirmativo venezolano.
(1) Calzadilla, Juan. El Castillete, un protagonista silencioso. Colección Claves. Ediciones Minci. Caracas. 2018
Con información de Los Laberintos de la luz, Escritos sobre Armando Reverón y Cultura Genial
Fotografías: Galería de Arte nacional (Archivo), Cultura Genial y Escritos sobre Armando Reverón
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